sábado, 11 de septiembre de 2021

Mañeru: Milagro de San Miguel

Miguel de Errazquin, cabeza abajo en la oquedad
Mi amigo Miguel, de Mañeru, me ha facilitado un texto, escrito en 1774 por el capuchino Tomás de Burgui, en el que se narra con todo detalle cómo San Miguel libró de la muerte a un arriero asaltado por dos ladrones.
El relato es hoy conocido como "La Cruz del aceitero". Dicha cruz, que conmemora el milagro, fue retirada (para evitar su robo) de su emplazamiento, junto a la Cantera de yeso y hoy se encuentra olvidada en un almacén del Ayuntamiento mañeruco.
La zona de Chinchiturrieta es conocida hoy como Aizpea
La cruz del aceitero 
Más prodigiosa que en los antecedentes casos, se acreditó la beneficencia de este gran Príncipe de los Ángeles en este mismo año, librando de muchos peligros de muerte a su devoto Miguel de Errazquin, arriero vecino de Arruazu.

Consta de la verdad del suceso por la declaración jurada de este mismo, hecha inmediatamente ante la Justicia de la Villa de Mañeru, y puesta en los Autos del jurídico proceso, que se formó contra sus dos salteadores enemigos, y también por otra segunda, que el mismo hizo en la Villa de Huarte-Araquil en 17 de Julio del siguiente año, 1716, ante Pedro de Veregaña, Real Escribano, como consta de un Auto suyo, siendo testigos Don Esteban de Ijurco, Vicario de dicha Villa, y el Presbítero Don Bernardo de Escurra. El caso de muchos modos admirable, sucedió en la forma siguiente.

Salió de su casa el expresado Miguel de Errazquin con dos caballerías, el 27 de Diciembre del dicho año de 1715, Y habiendo llegado a las seis de la tarde al paraje llamado Bargota, entre las Villas de Puente la Reina y de Mañeru, le asaltaron dos ladrones, apoderándose de su persona y de sus dos caballerías con sus cargas.

En conflicto tan funesto, el afligido Miguel, a cuya devoción daba alientos su mismo nombre, clamó angustiado, fervoroso y humilde, implorando el auxilio del Excelso Arcángel. Bien necesario le fue el escudo de tan poderosa protección, y bien presto le valió la defensa de su poder, porque uno de sus agresores con toda su fuerza le tiró una estocada al pecho para derribarlo traspasado; pero, aunque el pecho sólo se cubría con la camisa, y dos débiles juboncillos, quedó preservado de la punta del acero de tal modo, y con prodigio tan singular, que la punta se dobló hacia la guarnición como si hubiese sido rechazada por la firmeza impenetrable de un peto diamantino, o torcida por milagrosa fuerza de invisible mano. No sólo se libró así Miguel de la muerte, sino que no recibió en su pecho señal alguna de herida o de golpe: primera maravilla del invocado Arcángel.

Con esta experiencia creció la confianza de su devoto y creció también la crueldad de sus enemigos. En lugar de arrepentirse de su iniquidad, reconociendo la Divina protección, ataron al pobre hombre las manos con una soga y arrastrándole con horrible violencia, le llevaron media legua a distancia de Bargota, hasta el sitio llamado Chinchiturrieta (1). Sin embargo , a pesar del furor con que le arrastraron por diversos barrancos y otros parajes escabrosos , y de los muchos golpes que le dieron, se halló el hombre allí sin lesión: segundo beneficio de su Protector San Miguel.


1ª página del libro de Casa Seminario
Repitieron en aquel sitio los ladrones los conatos de su codicia y fiereza, registrándole el vestido y la bolsa, y despojándole de todo el dinero y otras cosa que llevaba. Luego uno de ellos, para despojarle también de la vida con furor diabólico, le dio dos puñaladas sobre el hombro izquierdo. Mas también ahora, como antes la estocada tirada al pecho, quedaron estos golpes sin efecto alguno, cediendo el acero, como si fuese blanda cera, al escudo de la protección prodigiosa con que aquel cuerpo se defendía. Así nuevamente, con tercer prodigio preservó el Santo Arcángel a su devoto.
Proseguía éste con mayor confianza implorando nuevas defensas del Protector de su vida, y prosiguieron sus enemigos en el empeño de su cruel violencia. Hay en aquel sitio de Chinchiturrieta una altura a la que corresponde por el otro lado, un despeñadero escarpado como de ochenta varas hasta el Río Arga, cuya corriente allá es muy fuerte y caudalosa. Resolvieron pues los dos salteadores arrojar atado al Hombre por aquel despeño horrible para que destrozado y ahogado pereciese en el Río, y nunca se descubriese la maldad de ellos. Para asegurar más su perversa ejecución, le ligaron también con otra cuerda recia los pies.
Viéndose Miguel tan cerca de este último y mayor peligro, avivó su confianza en el Arcángel prodigioso, inflamó más su devoto afecto, solicitó con nuevos clamores su amparo, pidió con instancias su auxilio, y, para merecer mejor el socorro de su piedad, le prometió que, si le preservaba de la muerte, le haría una visita en su Santuario de Excelsis, haciendo celebrar una Misa delante de su Imagen en acción de gracias por tantos favores, confesándose y comulgando en ella, y ofreciendo una docena de aceite (¿de ahí lo de "Cruz del aceitero"?) para las lámparas de su santa Casa.

Junto al Santuario, Berasáin
Hecha esta oración y promesa a su Protector Celestial, comenzó a disponerse para el riesgo con un acto de contrición y pidió a los ladrones le concediesen un poco de tiempo para perfeccionar aquel acto sobrenatural tan meritorio. Mas ellos, tan crueles como impíos, sin atender a tan humilde piadoso ruego, teniéndole ya bien atado de pies y manos, y cogiéndole por la cabeza el uno, y por los pies el otro, lo arrojaron por aquel horrendo precipicio. Y, luego, suponiéndole despedazado, muerto, y arrebatado por el Río Arga, partieron de allí con el robo, protegidos por la lobreguez nocturna.

La Cruz del Aceitero, en un almacén municipal
Pero volvamos al despeño, para admirar las maravillas de Dios en el Hombre despeñado. Se verificó en él admirablemente aquélla Divina Providencia, cuyo acuerdo nos declaró así la Escritura: "El Señor te encomendó al cuidado y dirección de sus Angélicos Ministros para que te guarden en todos tus caminos. Ellos te llevarán en sus propias manos para que no tropieces y te hagas daño con las piedras". Así, practicando el orden de Dios, procedió en este lance San Miguel, defendiendo por sí mismo, o por medio de sus Ángeles Santos, la vida y salud de su despeñado devoto. En aquel gran despeñadero, como a veintisiete varas de altura desde el Río Arga, había una hoyada pequeña, en cuya parte superior sobresalía un trozo de peñasco y, en la parte inferior, se radicaba un débil arbolito de chopo. Por allí cayó rectamente el Hombre, y era connatural por consiguiente que, habiendo descendido hasta allí más de cincuenta varas con arrebatado ímpetu, se estrellase todo contra el sobresaliente peñasco y, desde allí se despeñase con más vuelo hasta el Río. Pero no fue así, y aquí se multiplicaron los prodigios de la Angélica protección.

Llegó allí el Hombre sin maltratarse en tan gran despeño. Se salvó del encuentro del sobresaliente peñasco y quedó metido en la pequeña hoyada sobre el tronco del tierno chopo, el cual, aunque no era más grueso que una muñeca de hombre, ni su elevación excedía de tres palmos, ni se quebrantó con el primer golpe del cuerpo, ni le faltó robustez para sostenerlo. Se halló allí asegurado con tan penosa postura que, sostenido del arbolito por la espalda, quedó con la cabeza abajo y los pies arriba, dándole el poder Divino en aquella débil planta protección más segura que la que preparó a Jonás en la yedra. No maltratarse con golpes en tan largo precipicio, preservarse del tropiezo del peñasco, colocarse debajo de él en tan pequeño hoyo y detenerse con tal postura sobre un tronco tan tierno, maravillas fueron tan superiores al orden natural cuanto propias de la Omnipotencia de Dios y dignas de la milagrosa protección de un San Miguel.

Insignes prodigios fueron estos; pero aún se añadieron otros. Viéndose el Hombre libre de la muerte, pero siempre en peligro formidable, redobló los clamores de su confianza y se animó a la tentativa de una diligencia. Sin atreverse al menor movimiento en su postura, comenzó a rozar con las uñas de las manos la cuerda con que estaban ligadas y, gastándolas de hilo en hilo con la lentitud que se deja suponer, logró romperla después de mucho tiempo. Y recobrada la soltura de sus manos, se aseguró más con ellas asiéndose del arbolito. Fue aquella noche una de las más inclementes de aquel invierno riguroso: era copiosa la nieve, fortísimo el hielo, intolerable el frío y contra tanto rigor del tiempo no tenía el Hombre más abrigo que el de los juboncillos desabrochados, que los ladrones le dejaron por inútiles y viejos.

1938 variante de Mañeru Galle
Sola la intensísima frialdad podía ser bastante causa para dejarle yerto, y aun difunto en pocas horas. Pero, no obstante eso, no faltó ni el movimiento a sus dedos, ni la firmeza a sus manos, ni el calor suficiente a sus miembros, y se mantuvo allí constante, sano, vivo, animoso en toda la noche, y en la mayor parte de la siguiente mañana, triunfando del frío y del continuo riesgo casi por dieciséis horas. Sólo el inextinguible fuego de la caridad omnipotente, que hace vivo incendio de gloriosas llamas a sus Ángeles y que, entre todos, dio a San Miguel la primacía en los Seráficos ardores, pudo y quiso, por medio de ellos, dar al afligido prodigiosa eficacia de vital fomento contra tanto frío.

Prosiguió así el Hombre toda la noche en aquella postura peligrosa, agradeciendo tantas maravillas, y repitiendo sus fervientes súplicas. En la mañana siguiente, dispuso la Providencia Divina que un pescador y dos cazadores, vecinos de Puente la Reina, llegasen a la opuesta ribera del Río Arga. Luego que con la claridad del día los descubrió Miguel, dirigió a ellos su clamorosa voz, suplicándoles buscasen algún arbitrio para libertarle de tan gran riesgo. Asustados y compadecidos aquellos hombres de verle y oírle, participaron la noticia a la Villa de Mañeru, a cuya jurisdicción pertenece aquel sitio. Y luego el Cura y la Justicia de aquel Pueblo, con muchos de sus vecinos, acudieron allá prevenidos de maromas para el socorro.

Ermita de Santa Bárbara GEN
Cuando llegaron a la cumbre y advirtieron la profundidad del despeñadero formidable, y el lugar en el que estaba el Hombre, todos se preocuparon de horror y susto, pareciéndoles casi imposible el libertarlo. Nadie tuvo valor para descender atado con cuerdas hasta allí y remediar al hombre en su aflicción. No bastaron para eso ni las exhortaciones del Cura, ni los premios prometidos por la Justicia. Tan grande y manifiesto les pareció a todos el peligro que, a vista de él, aun los más animosos perdieron el esfuerzo. Tanta arduidad se les representó en la empresa que no lo juzgaron practicable sin milagrosa intervención de la Omnipotencia Divina. Pero ésta, que por San Miguel , se había empeñado en salvar a aquella vida, perfeccionó la obra a la que no llegaron los fueros de la industria humana.

Confiados pues los concurrentes en la protección del Cielo, e implorando el Divino auxilio, unieron varias sogas fuertes, anudando unas con otras, y dirigieron la extremidad de ellas hasta donde el Hombre estaba, para que , si lograse la dicha de asirse de ella, pudiesen atraerle desde arriba. Atenta la mucha profundidad, la prominencia del peñasco, la pequeñez del inferior hueco, la penosa disposición del Hombre en aquel sitio, y la acerbidad del frío riguroso, contingente era el arbitrio, y daba muy débil esperanza del buen suceso. Pero se logró muy bien, porque todo es fácil al poder celestial. Pudo el Hombre asirse con sus manos a la soga, aunque no ceñírsela por la cintura, y al impulso atractivo de los que la tiraban de lo alto, salió del hueco y llegó felizmente arriba, sin rozadura, contusión, herida, ni daño alguno.

Quedaron todos grandemente admirados de verle después de dieciséis horas de continuo peligro, ya libre, seguro, vivo, sano y gozoso. Creció la admiración cuando le oyeron luego referir cuanta multitud de riesgos había sufrido en la invasión de los salteadores, en su robo, violencias, golpes y despeño. Y cómo San Miguel, a quien, después de Dios, atribuía toda su defensa, le había conservado multiplicando maravillas portentosas. La relación enterneció y excitó la piedad de todos los presentes a dar gracias al Señor y al clementísimo Arcángel, por tan admirable copia de favores.

Fue conducido el Hombre a Mañeru, en donde por orden de la Justicia, hizo en forma la jurada declaración de todo el caso, y con las luces, que de ella resultaron para el conocimiento de los ladrones, procedió la Justicia a la pesquisa y captura de ellos, dándoles después sus merecidos castigos. El favorecido Miguel de Errazquin, en cumplimiento de la promesa hecha entre sus peligros graves, visitó a su prodigioso Libertador en el Santuario de Excelsis, y obsequiándole con la celebración de una Misa, la percepción devota de los sacramentos de Penitencia y Comunión sagrada, y con la ofrenda de la docena de aceite para las lámparas de su iglesia, correspondió con ferviente acción de gracias a tantas maravillas.

Raro conjunto de ellas se representa en el suceso: notable serie de prodigios de nuestro Príncipe amoroso. Tantos fueron y tales, cuantas fueron las causas de muerte, que asaltaron a la vida de aquel Hombre ; vehementes sustos, terribles sobresaltos, estocada al pecho, puñaladas en el hombro, ligaduras fuertes en pies y manos, golpes violentos, horrendo precipicio , crudelísimo frío por largo tiempo. Pero todo cedió al poder de San Miguel: sobre tantas causas mortíferas prevaleció su protección: terrores, golpes, aceros, despeños, inclemencias, peligros, todos quedaron sin efecto alguno, y de todos sacó vivo, sano, libre y consolado a su devoto. Celebró entonces el Público maravillas tan grandes. 

Retablo dorado y esmaltado de San Miguel
Ojalá que esta relación en adelante aumente su devoción, confianza y culto en sus corazones. Vean todos en las experiencias de ese su devoto feliz, cuánta verdad es que "este prodigioso benigno Príncipe, a cuantos le alaban reverentes, saca victoriosos de los conflictos de varias necesidades, y a cuantos invocan piadosamente en todo lugar su santo Nombre, libra de todos los peligros visibles e invisibles.

(1) Chinchiturrieta "Fontaneda de la garganta". Ahí tenemos un topónimo a desolvidar. Del navarro "chinchur" (garganta); vasco "iturri":(fuente) y -eta (abundancial).

1 comentario:

Unknown dijo...

Muy bonita historia sobre nuestro San Miguel. Y no es la única. Viva San Miguel