sábado, 8 de febrero de 2025

“Van a matar a mi padre”

Solo puedo acordarme de aquella chavala rubia, acurrucada en el pasillo de un instituto, ocultando sus lágrimas, y de todos aquellos que como ella habrían agradecido unas palabras de ánimo de todos nosotros, un mínimo rasgo de humanidad en medio del horror. No lo tuvimos. Hicimos muy poco y nuestro silencio nos perseguirá mientras nos quede memoria para recordarlo.

“Van a matar a mi padre” (Arovite)
José Antonio Pérez Pérez
“Van a matar a mi padre”. En todos estos años no he podido olvidar aquella frase. Mi compañera de clase la repetía ensimismada una y otra vez, mientras lloraba sin consuelo, acurrucada en un pasillo del instituto. Un día antes había aparecido en una cuneta, entre Zarátamo y Arcocha, el cuerpo desmadejado, sin vida, de José María Ryan, asesinado por ETA militar de un disparo en la cabeza. Aquel secuestro y su trágico final cambiaron muchas cosas. Demostraron que, desgraciadamente, la violencia sí servía para algo. Podía extender el terror y paralizar una obra tan importante y cuestionada como la central nuclear de Lemóniz, o crear un desgarro interior entre quienes estábamos en contra de aquel proyecto y rechazábamos a ETA. La organización terrorista y un sector del movimiento antinuclear, alegre y combativo, entendieron que la vida de un hombre era el precio que había que pagar para convencer a Iberduero de la impopularidad de aquel proyecto.
José María Ryan fue secuestrado el 29 de enero de 1981. Aún me sobrecojo al ver su imagen en aquella fotografía que mandó la organización terrorista para demostrar que la vida del ingeniero jefe de la central estaba en sus manos. Ryan aparece de nuevo entre las mías cuando escribo estas líneas, con el rostro desencajado, despeinado, sin afeitar y lleva la muerte escrita en los ojos. A su derecha la silueta siniestra del cañón de una metralleta lo anuncia a gritos. Van a matarle. La fotografía se ha convertido en un icono terrible de los años de plomo, y Lemóniz, como dice mi compañero, el historiador Raúl López Romo, en una metáfora de la Transición en el País Vasco. Recuerdo también la imagen desesperada de su esposa y sus hijos pequeños pidiendo a la banda terrorista que no cumpliera su amenaza. Ryan solo era para ETA un “yanki imperialista al servicio de la oligarquía española”. No hubo piedad.
En aquel tiempo yo estudiaba en el Instituto de Erandio, uno de los más conflictivos de la provincia. El ambiente estaba tan politizado y marcado por la violencia que uno apenas podía evadirse de todo lo que ocurría a su alrededor. Los asesinatos, las huelgas, las manifestaciones y las amenazas de bomba formaban parte de nuestro día a día, como las clases de literatura o la hora del recreo. Pero con quince o dieciséis años todo aquello podía ser muy excitante. Hasta divertido. Los viernes por la tarde, manifestación en el Casco Viejo de Bilbao. Palos, botes de humo y carreras. Si la escaramuza con las “fuerzas de ocupación” había sido exitosa se celebraba con unos zuritos en Barrencalle. Los lunes varios compañeros contaban sus hazañas y nos mostraban las pelotas de goma recogidas como trofeo tras la refriega.
Lo peor era lo que ocurría en las aulas. Aquello era el reflejo de una sociedad que se movía entre el matonismo, el miedo y la indiferencia. Nuestro profesor de ciencias dividía la clase en grupos donde reunía a media docena de alumnos y nos ponía nombres para realizar trabajos de prácticas: “Vosotros seréis el comando Bizkaia y vosotros, el comando Gipuzkoa. Vosotros, los del fondo, el comando Madrid”. Aquello eran palabras mayores, un verdadero honor, porque tres meses después del asesinato de Ryan, la sucursal del terror en la capital de España había cometido un atentado espectacular contra el general Valenzuela, acabando con la vida de tres seres humanos. La banalización del mal en estado puro.
"Respeto a los trabajadores. Ryan askatu"
Los críticos callábamos. Podríamos haber acudido al director para protestar por aquella infamia. Lo malo es que era una de las caras más conocidas del movimiento antinuclear de entonces y un destacado miembro de Herri Batasuna. Mejor no meterse en problemas. Así que solo podíamos comentar lo que sentíamos con los más allegados. Nos preguntábamos entre cuchicheos si todo aquello era normal, si esa caricatura grotesca podía encajar en una sociedad como la nuestra. Encajaba perfectamente. El resto eran risas divertidas y estúpidas de adolescentes incapaces de comprender lo que significaba matar a un hombre, una simple anécdota si la víctima era guardia civil, policía o simplemente, un puto español. Entonces uno perdía la condición de hombre y se convertía en un txakurra, en un perro, en un infrahumano que no merecía vivir. “Algo habrá hecho”. Pero la muerte no significaba lo mismo para todos. La vida de los gudaris era sagrada. Eterna. Los miembros de ETA que fallecían en enfrentamientos con la policía merecían días de paro para honrar su memoria, carteles que recordaban sus caras y sus nombres por todas las paredes, y un pebetero con llamas en mitad de cada plaza de cada pueblo. El panteón de los héroes se iba llenando de rostros que componían un macabro mural de vidas ofrecidas como sacrificio ritual ante el altar de la Patria.
Bilbao, por Ryan 1981. Mira Donostia
Un día después del asesinato de Ryan sorprendí a mi compañera Begoña llorando desconsolada en un pasillo de nuestro instituto. Me llamó la atención porque era una chica rubia, de ojos azules, habladora, guapísima, una de esas chicas inalcanzables y nunca la había visto llorar. Y menos a escondidas. Me acerqué a ella y le pregunté qué le pasaba. Su respuesta me heló la sangre en las venas: “Van a matar a mi padre”. Me quedé allí paralizado, mirándola, sin saber qué decir. Aquella chica, sentada en el suelo, se había convertido en un ovillo, tratando de ocultar sus lágrimas con las manos. Le pregunté por qué motivo alguien podría querer asesinar a su padre. “Trabaja en Lemóniz. Es ingeniero y van a matarle”. No hacían falta más explicaciones. Sé que me acerqué, pero no puedo recordar lo que dije, si es que alcancé a decir algo. Quizás no dije nada.
El asesinato de Ryan y las lágrimas desconsoladas de Begoña cambiaron mi percepción sobre la violencia y el terrorismo. Nunca había estado a favor, pero comprendí entonces, con mis quince años, que ETA podía matar a cualquiera y que no había motivo alguno que justificase el asesinato de un ser humano. A los pocos días acudí a la manifestación que se convocó en Bilbao para protestar por el crimen del ingeniero jefe de la central. Lo pensé durante horas. Quería expresar mi repulsa, pero también temía que algún conocido me reconociese entre aquella gente. Finalmente tomé una decisión y llegué casi al final de la marcha. Fue la primera vez. Nadie más volvería a matar en mi nombre.
Pero aquel asesinato me produjo otro desgarro interior. Buena parte de los jóvenes de entonces nos identificábamos con las reivindicaciones ecologistas y yo compartía el rechazo contra Lemóniz. No sabíamos nada de la energía nuclear, más allá de un par de lugares comunes que servían pare reforzar nuestro compromiso con aquella causa. No hacía falta mucho más. La oposición a la central era muy plural y anterior a la entrada de ETA en escena. Destacadas personalidades de la vida cultural, política y social en el País Vasco se habían implicado en la lucha contra su construcción desde 1976. Las manifestaciones que se habían organizado hasta entonces habían sido multitudinarias, pero todo aquello saltó en pedazos cuando el Gran Hermano entró en juego con el objetivo de aprovechar la coyuntura. No escuché demasiadas críticas entre los grupos que se oponían a la construcción de la central. Las hubo, pero las previsibles por la trayectoria y las convicciones democráticas de las personas que las hicieron. El resto calló. O como mucho se desmarcó tímidamente, sin estridencias, de la estrategia de ETA. Algunos destacados miembros del movimiento ecologista se encogieron de hombros, y contribuyeron a transferir la responsabilidad de aquella muerte a Iberduero y “al Estado”. Para mucha gente eran ellos los verdaderos culpables del crimen. Eran ellos quienes con su cerrazón habían obligado prácticamente a ETA, contra su voluntad, a cumplir con su amenaza. Un clásico. Yo no podía comprender cómo personas que defendían con tanta pasión la ecología y la vida frente al peligro nuclear podían permanecer calladas frente a aquel asesinato. Recuerdo entonces, con dolor, cómo me arranqué para siempre la chapa que llevaba en el pecho, con aquel sol tan risueño y descarado.
Aquellos fueron unos días terribles. Poco después del asesinato de Ryan el miembro de ETA militar Joseba Arregui murió en el Hospital Penitenciario de Carabanchel, tras sufrir terribles torturas en la Dirección General de Seguridad. Los actos de repulsa por aquella muerte inundaron el País Vasco. Fue un hecho tremendo, un verdadero mazazo que contribuyó en gran medida a desactivar la reacción ciudadana tras el asesinato del ingeniero jefe de la central nuclear de Lemóniz. Aquello fue un crimen y sirvió para dar más oxígeno a ETA y a quienes justificaban sus métodos. Se convocó una nueva manifestación. Podría decir ahora que acudí también a ella para protestar por la muerte de Arregi, pero mentiría. No lo hice. Estaba horrorizado y totalmente en contra de la tortura y a pesar de ello no fui. Sabía perfectamente lo que iba a ocurrir, que Herri Batasuna utilizaría aquel suceso como argumento para justificar el terrorismo de ETA, no para defender los derechos humanos. Es lo que ocurrió.
La central nuclear de Lemóniz terminó por cerrarse poco después. Murió antes de nacer. Un importante sector de la sociedad vasca vivió la paralización de la obra como una victoria del movimiento ecologista y antinuclear. La izquierda patriótica lo celebró como una victoria frente a los tenebrosos poderes fácticos que explotaban al pueblo vasco. Para mí fue una derrota del Estado de Derecho y, sobre todo, del movimiento ecologista, incapaz de desprenderse de la sombra protectora de ETA, el guardián de las esencias, la espada vengadora que llegaba donde no alcanzaban las movilizaciones. Diez años después volvería a vivirlo del mismo modo, esta vez tras el vergonzoso cambio en el trazado de la autovía de Leizaran que decidieron dos partidos democráticos. Aquel episodio siguió demostrando que el terrorismo de ETA servía para algo. Las amenazas, los sabotajes y la sombra de Lemóniz fueron muy efectivos, hasta dieron lugar a la formación de una coordinadora que en muy poco tiempo, y visto el éxito de su mediación, acabó por convertirse en un “movimiento social por el diálogo y el acuerdo en Euskal Herria”. Qué cosas.
La acción terrorista de ETA contra Lemóniz terminó con la vida de cinco personas: Andrés Guerra Pereda, Alberto Negro Viguera, Ángel Baños Espada, Ángel Pascual Múgica y el propio José María Ryan. En Rentería, en junio de 1982, Alberto Muñagorri, un niño de diez años, resultó terriblemente mutilado al hacer explosión una bomba contra un almacén de Iberduero. Al día siguiente el ayuntamiento aprobó en un pleno extraordinario una moción presentada por Herri Batasuna en la que se solicitó la apertura de una investigación para “aclarar la explosión del artefacto”. En ella se denunciaba expresamente a la Policía Nacional “al desentenderse del hecho” y a la empresa Iberduero, “que demuestra su falta de escrúpulos para llevar adelante su proyecto imperialista”. En la manifestación de repulsa que recorrió las calles de Rentería miembros de la izquierda abertzale arrojaron monedas contra el grupo de personas que recorrió las calles de la localidad guipuzcoana. Les escupieron, les apuntaron con el dedo simulando una pistola y les gritaron “Gora ETA militarra”, “Policía, asesina” y “estos son, los chicos de Rosón”, en referencia a los miembros del PSE, del EPK y de Euskadiko Ezkerra que encabezaban la marcha. Sí, en aquella época ocurrían estas cosas. No fueron un mal sueño.
No sé qué ocurrió con Begoña. Al curso siguiente perdí su pista. Afortunadamente no mataron a su padre, pero vivió con la amenaza de su asesinato durante mucho tiempo. No puedo hacerme a la idea de lo que significó aquello. Quizás se marchó con su familia o siguió ocultando la profesión de su padre como hizo otra mucha gente por entonces. Quizás se mimetizó con las mentiras para pasar desapercibida y evitar las miradas incómodas, los silencios cómplices o las pintadas acusadoras escritas con tiza en una pizarra. Nunca le conté a nadie que la vi llorando, desencajada, aquella mañana de febrero en el pasillo de nuestro instituto.
A veces recuerdo aquellas cosas que publicaba nuestro añorado Luciano Rincón, tan socarrón y tan lúcido. “Hubo una época donde tuvimos miedo de decir que teníamos miedo”. Y era cierto, confesar que se sentía temor a la organización terrorista podía ser motivo suficiente para poner el foco de la banda y de su entorno sobre uno. Si no habías hecho nada malo no tenías nada que temer de ETA, porque ésta solo atacaba a quienes se lo merecían. Por esa razón, cuando uno escucha y lee ciertas cosas sobre la memoria reciente y sobre el comportamiento de la sociedad vasca yo solo puedo acordarme de aquella chavala rubia, acurrucada en el pasillo de un instituto, ocultando sus lágrimas, y de todos aquellos que como ella habrían agradecido unas palabras de ánimo de todos nosotros, un mínimo rasgo de humanidad en medio del horror. No lo tuvimos. Hicimos muy poco y nuestro silencio nos perseguirá mientras nos quede memoria para recordarlo.
José Antonio Pérez Pérez es Doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea e investigador del Instituto Universitario de Historia Social Valentín de Foronda. En la actualidad dirige una proyecto de investigación sobre historia y memoria del terrorismo en el País Vasco. En 2013 editó Construyendo memorias. Relatos históricos para Euskadi después del terrorismo, y en 2015 El peso de la identidad. Mitos y ritos de la historia vasca.

viernes, 7 de febrero de 2025

El Maitagarri y Vaquero, señalados por los ETAlibanes

Un individuo, disfrazado de palestino y en actitud amenazante, se permite señalar al Asador Maitagarri de Mercaderes y a Fernando Vaquero, escritor y amigo, por la celebración de un "Cañas por España", durante el que se trató el tema de "Talibanes contra el Monumento a los Caídos".
Pensaba poner sobre aviso a la Consejera de Interior, Función Pública y Justicia, y portavoz del Gobierno, Amparo López Antelo, para que ofreciera su protección a Fernando y al Maitagarri, pero, después de leer (no te lo pierdas) algunos de los 250 comentarios, me he dado cuenta de que quien se ha metido en un buen lío, diciendo que los barrios son suyos, es la ETArrata inmunda del señalador:
De todos modos, tenemos ya una ÚLTIMA HORA:
"VOX ha denunciado hoy las amenazas de este sujeto ante la policía nacional por un delito de coacciones a la libertad de expresión política. ETArrata, ¡nos vemos en los tribunales!"
Yo por mi parte, cada vez que pase por Mercaderes 16, tengo claro que voy a entrar a consumir y a saludar a esos valientes que intentan normalizar la libertad en el Casco Viejo.
Y a ti, amigo Fernando, mucho ánimo y recuerda que en peores plazas has toreado.
Os enlazo también este magnífico artículo de Miguel Cornejo para que no sigamos poniéndonos de perfil.

jueves, 6 de febrero de 2025

Los Caídos, por un arquitecto

Os ofrezco el trocito final de este artículo aparecido en la revista Pregón Siglo XXI y que nos encantó a todos.

La arquitectura del Monumento a los Caídos
El autor se apellida Fernando...
No existen precedentes entre las naciones civilizadas europeas de demolición en tiempos de paz de monumentos de estas características. Los edificios más significativos de la época nazi y fascista en Alemania e Italia, algunos de ellos de gran valor arquitectónico, son hoy utilizados con normalidad, una vez despojados (y no siempre) de su simbología (Es abundante la bibliografía al respecto, que se cita en otros artículos de esta misma revista). En muchos casos, se han musealizado y se fomenta la visita, contextualizada como vacuna de las nuevas generaciones, para evitar la amnesia histórica y tener presentes hechos dramáticos del pasado que no deben volver a reproducirse.
En el caso pamplonés, una vez retirados los mausoleos de los generales protagonistas del alzamiento militar y las lápidas de homenaje a la dictadura franquista, no debería haber obstáculo para que la nueva sociedad democrática hiciera suyo el edificio. Los elementos arquitectónicos, sean cúpulas o arquerías, no tienen ideología. No se puede someter a un edificio, materia inerte, a un juicio moral o penal, sólo aplicable a las personas. El uso normalizado del antiguo templo y de la plaza, un conjunto arquitectónico notable y ahora infrautilizado, al que hay que perder el miedo, debe contribuir a abrir espacios de encuentro y convivencia ciudadana.
El autor de este trabajo es arquitecto

A SVS MVERTOS (2018)
Pidieron la llave de Los Caídos al Ayuntamiento de Asirón, pusieron cámaras en la cripta... y les pillaron.
Hicieron un documental tan largo (40') y tan malo... que sólo se ha exhibido una única vez.
Encima, si le quitas los 30' de aburrimiento... queda un documental correcto, que lo podíamos firmar el 99% de los pamploneses y navarros. Es lo que vamos a ver.
Por las respuestas que obtienen de la gente, se concluye que el tema de Los Caídos no les preocupa más que a los autores del documental... y a Bildu. La mayoría de la gente no sabe ni cómo se llama la plaza, ni si los Caídos lo hicieron los romanos o si dentro están enterrados los Reyes Católicos. 
Salvo la última pregunta: "¿Qué tal si lo quitamos?". Entonces, la mayoría de la gente responde: "Ni se os ocurra". Dicho sencillamente: además de infumable, les ha salido el tiro por la culata. 
Mi resumen: He quitado todo lo que aburre hasta a un muerto y el documental de 40 minutos se queda en 10, con las escenas que realmente merecen la pena.

miércoles, 5 de febrero de 2025

El Colegio Claret Larraona, contra el olvido

Marta Alzugaray (moderadora), Julio Vidaurre, Sebastián Nogales y Eva Pato (víctimas de ETA) y los alumnos Claudia Artieda, Marie Carnon e Íñigo Fernández. Foto Jesus Caso

Víctimas y alumnos dialogan para que el dolor causado por ETA nunca se olvide
El Colegio Claret Larraona acogió una mesa redonda en el ciclo ‘El final de ETA, ¿Y ahora qué?’ donde hubo intercambio de testimonios y preguntas
Iñigo Salvoch DN 04/02/2025
Escuchar a un antiguo policía nacional, Sebastián Nogales, cómo fue pateado y apaleado con barras “hasta casi la muerte” en la calle Jarauta un 6 de julio, día en el que junto a otros compañeros, de paisano, intentaban evitar que se desplegaran pancartas en apoyo a ETA, estremeció este lunes 3 de febrero a alumnos y padres en el Colegio Claret Larraona. Pero aún les impresionó más, como reconocería después Íñigo Fernández, alumno de 2º de Bachiller, oír a Nogales cómo llegó a compartir ascensor con dos de sus agresores, sin que estos lo reconocieran, el día en que se celebró el juicio por aquellos hechos.
La paliza que casi le costó la vida ocurrió en los Sanfermines de 2002, pero esta vez Sebastián Nogales lamentó que para él “no hubo justicia” ya que los ocho encausados por aquellos hechos fueron absueltos “por falta de pruebas, ya que no se tuvieron en cuenta las grabaciones de las cámaras de la calle”. Aunque salvó su vida tras ser conducido al Hospital entubado en una UCI móvil con una lesión grave en el cráneo, el calvario para él comenzó a partir de entonces. “El médico me dijo que no podía seguir siendo policía”, recordaba ayer y explicó a los alumnos de Larraona cómo por su mente se le cruzaban deseos de venganza, mientras el dolor le llevó a alejarse de su familia y a “deambular por Madrid”. “Al final primó la fortaleza del sentido común”, reconoció.
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Nogales es hoy presidente de la Asociación de Víctimas del Terrorismo de Castilla y León y afirmó que con la de ayer es la tercera vez que regresa a Pamplona desde los Sanfermines de 2002 ya que se le sigue haciendo “duro” volver a recorrer algunas calles. Finalmente reivindicó la memoria, dignidad y justicia de las víctimas. Eso sí, recordó que dignidad “es también que no se reciba a los asesinos como héroes” y justicia, “que se cumplan íntegramente las penas por asesinar o chantajear”.

EL DOLOR DE LA MUERTE SOCIAL
El salón de actos, en cuyas primeras filas se encontraban la vicepresidenta Ana Ollo (alias "Cementos Rezola") y la consejera Amparo López (pincha y búscala), además del fiscal general, Jaime Goyena, y representantes de Policía Nacional y Guardia Civil, agradeció con sus aplausos los testimonios de cada una de las víctimas.
Emotivo fue el testimonio de Eva Pato, viuda de un policía nacional que se quitó la vida tras sufrir dos atentados en las viviendas que ocupaban los agentes y sus familias en Pasajes (Guipúzcoa). Pato recordó cómo su segundo hijo, de siete años, encontró muerto a su padre en la cocina y cómo después tuvo que dejar de ir al psicólogo: “en casa había aprendido que no debía hablar del trabajo de papá y aquel médico le preguntaba por las cosas de papá”. Trabajadora en la Universidad Pública del País Vasco, la propia Pato transmitió a los alumnos el dolor de la muerte social cuando sus compañeros de trabajo descubrieron que era viuda de policía nacional. “Pidieron que me cambiaran de despacho, decían que olía a muerto”.
Finalmente, Julio Vidaurre, cuyo padre fue asesinado de un tiro en la nuca en Pamplona en 1980, citó al expresidente uruguayo José Mújica para afirmar: “Yo tampoco perdono, ni olvido. Hay cuentas que no se cobran pero se cargan, aunque no hay que vivir presos del odio y el rencor”. Y animó a los alumnos a luchar “contra el olvido y a favor de la justicia y el relato”.
Los tres alumnos de segundo de Bachillerato que compartieron Mesa con las víctimas de ETA agradecieron a estas sus relatos y les formularon algunas preguntas relacionadas con sus vivencias . Íñigo Fernández se mostró "impactado" por el relato de Sebastián Nogales, especialmente por el encuentro con sus agresores en un ascensor, y le reconoció que "impresiona que no hayáis querido tomar la justicia por vuestra mano". También explicó que los alumnos se sienten afortunados "de poder escuchar relatos impactantes que nos hacen ser conscientes de la historia de nuestra Comunidad".
Claudia Artieda también reconoció su conmoción por el relato de Eva Pato: "os agradecemos el sufrimiento que conlleva revivir vuestras historias para que podamos escucharlas", a la vez que expresó una petición de perdón de su generación "por no ser conscientes de lo vivido por nuestros padres y abuelos y de la tranquilidad con la que podemos salir un sábado ahora". Finalmente Marie Carnon agradeció a las víctimas de ETA el "esfuerzo por explicar a la gente lo que habéis vivido" y deseó que esto "pueda hacernos reflexionar para que algo así no se vuelva a repetir".

Un proyecto docente premiado por la Fundación Víctimas del Terrorismo
Claustro del Claret Larraona
El final de ETA, ¿y ahora qué?’ es un proyecto pionero en España para entender el impacto del terrorismo en las sociedades navarra y vasca. El Colegio Claret Larraona afronta desde hace unos años con alumnos de varios cursos de Secundaria y Bachillerato el estudio sobre la era post-ETA como pedagogía ofrecida a las nuevas generaciones para no olvidar el terror sembrado por la banda terrorista. El proyecto está coordinado por el profesor de Geografía e Historia Eduardo Ortiz. El pasado mes de mayo desde el Colegio se homenajeó también a los 32 policías y militares asesinados por la banda terrorista ETA en Navarra. En diciembre, la Fundación Víctimas del Terrorismo premió a Claret Larraona en la categoría mejor proyecto docente para profesores de Secundaria y Bachillerato.

martes, 4 de febrero de 2025

Sin Maps no soy nada: La almadía y la pasarela

Y con Maps, tampoco (jajaja). Pero, además de ser un buen sucedáneo cuando se tienen dificultades para viajar, te permite disfrutar y conocer cantidad de detalles antes, durante y después del viaje. Resumiendo: internet y Google Maps no son suficientes, pero cada día son más necesarios.

Un ejemplo
1929. Almadía en el Esca. (Celestino Martínez)
Veamos este caso reciente. Me llega en Facebook la foto de portada con este único dato: "Almadía por el Esca". Suficiente para estimularme a querer saber más de esa imagen de las almadías por el río roncalés. 
A primera vista parece que están a punto de atropellar a un individuo, pero mirando más despacio ves que los almadieros están demasiado estáticos, como si la almadía estuviera detenida.
¡Y qué curiosa esa pasarela que se cruza en aspa con la almadía! ¿Existirá aún? ¿Dónde está exactamente?

Navarra Cuatro Estaciones. Caro Baroja
Gracias a X el tema de la almadía queda resuelto inmediatamente:
"Almadía de cinco tramos descendiendo el río Esca en Burgui, en el año 1971, para la grabación del documental 'Navarra cuatro estaciones' de los hermanos Caro Baroja. Un proyecto de salvaguarda de las manifestaciones etnográficas de Navarra ya desaparecidas".
Gracias a esta precisa información, se explican los detalles extraños que hemos señalado.
¿Y la pasarela?

Maps. Puente colgante de Burgui
Puente colgante de Burgui. Foto de Maps
Nos desplazamos hasta Burgui con Maps y, desde el puente, cuatro km río arriba encontramos "Puente colgante de Burgui". Vamos, que de pasarela nada. Puente colgante como el de Bilbao, o más.
Pinchamos en "Puente colgante" y ahí lo tienes. ¡Vaya que si existe!
Y entrando en el Sitna, puedes ver cosas que en vivo y en directo no se pueden ver. Por ejemplo, que la pasarela de la foto de 1971 era nueva, ya que en Sitna 1966-71, no aparece. O que la del 2000 parece más ancha que la actual, que sí es parecida a la de 1971:
Las fotos de Maps te permiten ver detalles que, yendo a cruzar la pasarela, seguro que no te fijas. Por ejemplo, este buen consejo a los críos antes de que crucen:
"Aprieta el pan, que se escapa la magra" ¡¡¡Genial!!!
Y ahora, con el pan bien apretau...

lunes, 3 de febrero de 2025

San Blas 1962, recordado en pandemia

¿Se conformarán con mirar? Los roscos de San Blas y la mirada dulce de las niñas Pamplona San Blas 1962 Foto Galle
La imagen, de 1962, de cuando los rostros se podían juntar y los roscos casi degustar con la mirada. Tal vez aquellas niñas se vieron entonces en el periódico y hoy en Desolvidar. ¡Ojalá!
Los roscos de San Blas y la mirada dulce de las niñas
Pilar Fernández Larrea pandemia DN 03/02/2021
Llovió el 3 de febrero de 1962, como tantos otros años en Pamplona, a buen seguro. Pero los puestos de la plaza de San Nicolás estuvieron a rebosar. Lo atestiguan las imágenes, de mujeres vendiendo y comprando y de niños con ojos dulces como los roscos que observan.
Fotos Galle
En la crónica de Diario de Navarra, al día siguiente, se indicaba que “la imagen de San Blas recorrió el atrio entre cantos de salmos litúrgicos, tortas de chanchigor, roscos y rosquillas nevadas, frutas y dulces, de los puestos situados en los sitios de costumbre”. Y se destacaba la “elocuencia del párroco en su plática”. Este año la pandemia ha cercenado tantas costumbres, pero los roscos acudirán a la cita, aunque sea de una manera desacostumbrada, en el paseo de Sarasate, sin poder llegar a San Nicolás y con estrictas medidas de seguridad para evitar la propagación del virus de la covid. En todo caso, la bendición sí será en la iglesia de San Nicolás.
También en la catedral se bendijeron viandas en 1962, según se indicaba en la misma crónica, allí acudieron “en gran número del viejo barrio de Navarrería”. Entonces, igual que ahora, se atribuye a la tradición de los dulces de San Blas el alivio de afecciones de garganta y catarros. Falta saber si este año hay quien padezca resfriados comunes.
Fotos Galle
En el mismo ejemplar del 4 de febrero era un compendio de noticias y anuncios, entre ellos algunos curiosos, como el que indicaba que la sociedad deportiva Aldapa sacaba a concurso el ambigú.
También se daba cuenta de otro anuncio de un crucero a Grecia, “con motivo de la boda real de SA el príncipe Juan Carlos con la princesa Sofía de Grecia, en el modernísimo y lujoso trasatlántico español Cabo San Vicente, del 9 al 17 de mayo”. Lo remitía Viajes Vincit.
En otro apartado se vendían vacas lecheras o se ofrecían clases de cocina en la Academia. Se daba cuenta en otra página de los partidos de pelota del Euskal Jai de Huarte (1). Enfrentarían a Olaverri-Erro contra Ibero-Raúl y Sáinz-Mateo a Arraiza-Iráizoz I.
(1) En 1962 el Euskal-Jai de calle San Agustín estaba plenamente en activo y lo estuvo hasta el 14.12.1977. El Euskal-Jai-Berri de Huarte se inauguró unos días después, el 18.12.1977.
Pamplona San Blas 1962 Foto Galle


domingo, 2 de febrero de 2025

¿Por qué calle procesiona la Virgen del Camino?

1887 Virgen del Camino calle Nueva. Principios del XX. Santo Domingo. Berasáin
He asistido, agradablemente sorprendido, en un grupo de Facebook, a un debate de guante blanco sobre la foto de portada. Lo más curioso ha sido que quien ha presentado la prueba definitiva ha sido la persona que, al final, ha perdido el debate.
¿La procesión va por la calle Nueva -como decía quien presentó la foto-, o transcurre por Santo Domingo, como defendió quien intentaba rebatirle?
La verdad es que el giro, hacia la derecha, que hacen los edificios de la acera izquierda es, en ambas fotos, muy similar. Hasta se podría imaginar el muro de Santo Domingo (tras el palio de la Virgen del Camino). Pero, aunque el edificio de la derecha (el Hospital Militar de Santo Domingo) tiene un aire parecido, se ven clarísimamente las diferencias. Si fuera en ambas fotos el Hospital Militar, habría sufrido en pocos años una importante reforma de la fachada, reforma que no aparece en las fotos.
Y si fuera el Hospital, ¿por qué no tiene, en la foto de 1887, una puerta a Santo Domingo?
¿Y qué pinta una procesión subiendo desde los corralillos?
Cuando parecía que el debate se quedaba en punto muerto, quien defendía la tesis de Santo Domingo presentó esta foto, sacada desde el fondo de la calle Nueva, justo en sentido contrario a la de la procesión:
1907 García Deán. Plaza San Francisco, calle Nueva y Plaza del Consejo
Vemos la puerta de la Cárcel a la Plaza San Francisco y las ventanas que dan a la calle Nueva, en la misma disposición (ventana, bajante; dos ventanas, bajante...) que en la foto de la procesión:
Y se acabó el debate. Quien defendía que la Virgen del Camino procesionaba por Santo Domingo reconoció su error. Así pues, la calle de la procesión es la calle Nueva.

Precisiones
La foto que AGN (pincha) presenta no es la original, de autor desconocido, de 1887, sino, como muy bien dice, una reproducción (foto de foto) posterior que hizo Martínez Berasáin (1886-1960). Lo único a corregir es que se trata de la calle Nueva y no de la de Santo Domingo. Y que, en consecuencia, el edificio de la derecha no es el Hospital militar, sino la Cárcel.
En cuanto al Archivo Municipal (pincha), presenta 3 fotografías de la procesión y lo único a añadir es que la tercera foto no transcurre por la calle Nueva, sino por la Plaza del Castillo. Hasta se ve el rótulo del Café Suizo, en el N.º 37, encima del segundo piso:
1887 desc AMP Plaza del Castillo, saliendo de San Nicolás