sábado, 31 de diciembre de 2022

¿Año Nuevo? ¡Primer peldaño!

Mi abuelo tenía un gato que se llamaba Gabino, y pa llamarlo decía:
"ven Gabino, ven Gabino" (M.ª  Jesús Hernández de Val)
Fue Ignacio Baleztena quien, seguramente en la 2ª década del pasado siglo, diseñó una escalera cuyo primer peldaño es el "Uno de Enero..." y que culmina en el "Siete de Julio, San Fermín". Para entrenarnos y subir con garbo la escalera sanferminera, Javier Ramírez nos ofrece este vistoso vídeo, lleno de color, humor y alegría, con las canciones más populares de las mejores fiestas del mundo.
Y si alguien no se cree que los Sanfermines son las mejores fiestas, que lea este artículo de 1929, el primero que he encontrado en el que aparece el Uno de Enero. 

PARA «EL PUEBLO» MEMORIAS DE UN REPORTER
El hospedaje en los "sanfermines" de Pamplona

La incopiable algarabía
Inge Morath SF 1954
¡Sanfermines de. Pamplona!... La incopiable algarabía de la capital de Navarra, nos seduce y nos atrae todos los años. Difícilmente puede componerse ni de propósito un cuadro de luz, de sol y de vida como el que espontáneamente produce el más formidable dinamismo, la más absurda algarabía de un pueblo que en esos días se desborda con una alegría ingenua, infantil, detonante, envidiable y envidiada.
Durante los meses restantes del año, la esperanza de las fiestas de julio son acullo (acicate, estímulo) y promesa. Y el mozallón (mocetón) navarro lo añora en su canción:
Uno de Enero dos de Febrero, tres de marzo cuatro de Abril, cinco de Mayo. seis de Junio, siete de julio... ¡San Fermín!
El día, o los días, mejor dicho, de San Fermín, son un desbordamiento de vida navarra. En los últimos tiempos se ha intentado encauzar un poco el ruido. Se quiere que dejen dormir a los forasteros. Uno de nuestros más cultos periodistas, Javier Arvizu, ha querido encauzar esa campaña. ¡Qué pena! Si quitamos a Pamplona sus ruidos, su algarabía, sus encierros, su falta de hospedaje. habremos quitado a los «sanfermines» sus encantos principales.
Dejar lo viejo de las costumbres y tornar lo huevo de las ideas. Ese es el progreso de los tiempos. Lo contrario es regresión y torpeza.
Dejar ese espectáculo fuerte, brutal lo creen algunos, de los encierros de San Fermín. Galopar de los toros tras la muchachada ebria de luz y de vino. y de majeza. Dejad que las mozas navarras se estremezcan de terror y de, orgullo cuando ven a su galán a unos metros de las astas de los toros.
Dejar todo lo que son costumbres de valor y de ruido y de movimiento. Los pueblos apocados, los pueblos silenciosos, son pueb1os muertos. Pamplona se halla habituada ya al ruido de sus fiestas. Los forasteros que durmieran. sin ruido creerían que estaban en otra ciudad. En una ciudad sin pulso.
Hace unos años un periodista americano, míster Larry Rued quiso conocer las fiestas navarras y hacer unas crónicas para «Chicago Tribun».
Plaza Vieja 1903 AMP
Llegamos a Pamplona y vimos el encierro. Un encierro de los de emoción, en que los mozos que corrían delante de los toros cayeron al entrar en la plaza, saltando los toros sobre ellos y no cebándose en sus carnes dando una terrible ensalada de cornadas, porque la providencia es el mayoral que dirige esos encierros.
La corrida después. Ya no estaba la plaza vieja, aquella admirable y simpática plaza vieja cuyos asientos de madera se tambaleaban mientras los mozos bailaban sobre las tablas. En la nueva, que ha hecho perder algo del carácter típico de estas corridas, vimos al Niño de la Palma, jamás un torero se mostró más medroso ni el público más duro. Mister Larry Rued se hallaba seducido por el espectáculo. Este era promesa de una emoción mayor en el día siguiente en que de nuevo actuaba el lidiador tan duramente denostado.
Acabada la corrida. nos incorporamos a los grupos de mozos que abanderados con lienzos (pancartas) iban cantando por las calles su riau- riau clásico.
Las ferias después. Todo el día embebido por la curiosidad del periodista yanqui que encontraba en la vieja ciudad navarra un encanto maravilloso.

Una noche sin albergue
Sólo a la hora de cenar recordamos que no teníamos alojamiento. En el Grand Hotel, mientras cenamos intentarnos que nos encontraran habitación. Imposible. El hotelero quería servirnos, pero después de muchos intentos, nos ofreció unos sillones.
Pasen aquí la noche. En toda la ciudad no es posible hallar hospedaje. Hay una enorme afluencia de forasteros.
A Larry Rued le encantaba el programa. Una crónica más para su diario de Chicago, en que Pamplona aparecería corno un pueblo donde la palabra hotel es desconocida.
Daniel Nagore
- ¿A que encuentro yo hospedaje? —desafié al dueño del Hotel..
- ¿A que no?
Tomé el teléfono. Fui pidiendo comunicación con todos los hoteles. A todos les decía: "Soy Nagore". Nagore era don Daniel Nagore, alcalde a la sazón de Pamplona y hombre caballeroso y cordial a quien los periodistas de la Federación del Norte y Noroeste, debemos atenciones cariñosas y profesamos cordial simpatía.
Tengo—seguía diciendo— un gran compromiso. Necesito que alojen ustedes, sea como sea, a dos amigos que ahora les mando.
—Imposible. No hay una sola habitación. Imposible, don Daniel.
Esta fué indefectiblemente la contestación en todos los hoteles.
El dueño del Grand Hotel se reía de nuestro fracaso. Pero yo, dispuesto á .triunfar, no vacilé:
—Señorita —pedí a la telefonista— póngame el Seminario.
Estaba dispuesto a decir que era el obispo y que quería preparasen dos camas.

La seriedad de dos periodistas
La telefonista, me dijo:
Cayetano Ordóñez, Niño de la Palma
—Usted no es el señor Nagore. Usted lo que quiere es una habitación ¿no es eso?
—Exactamente, señorita.
—Pues bien. Si ustedes son personas formales...
Inútil decir nuestras protestas de formalidad.
—Si son formales, vayan ustedes a mi casa. Pero necesito saber si son formales. Le dí mi nombre y la rogué que llamara a cualquier periódico de Pamplona donde me garantizarían. Ella se convenció y nos dió las señas. Así tuvimos alojamiento espléndido y grato.

A ver a la reina o el Niño de la Palma
Dormíamos tranquilamente cuando acudieron a despertarme.
—Señor, señor, levántese en seguida.
—¿Qué ocurre?
—Avisan de San Sebastián que a las doce en punto tiene usted que estar en Palacio. La reina le recibe a esa hora.
Yo tenía solicitada audiencia en Palacio para invitar a la reina Doña Cristina a asistir a la corrida de la Prensa. Avisaron la hora y por la feliz coincidencia de estar hospedados en casa de la telefonista, pude recibir el recado.
El nombre de Palacio ejerce siempre una gran sugestión en las gentes sencillas. Aquella señora, riéndose, me decía:
—¡Anoche que tenía mi hija miedo de que no fueran ustedes personas formales!
Iba a vestirme, cuando Larry Rued, enterado de lo que ocurría vino a lamentarse de mi ausencia.
— Esta tarde,—me decía—lo del Niño de la Palma va a ser algo extraordinario.
Y yo entonces, seducido por la fiesta maravillosa de los toros, volvía a meterme en cama, mandé. poner un telegrama de disculpa en vez de ir a cumplimentar a la reina, me quedé a ver al Niño de la Palma.
La dueña de la casa, haciéndose cruces, murmuraba:
—Y yo que esta mañana he creído que eran personas formales...
ALFREDO R. ANTIGÜEDAD
La Fuenfría Diciembre 1929. 
(Prohibida la reproducción.)

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