martes, 1 de noviembre de 2022

Epifanio Aldunate, el de Errotazar (1)

Mercado Santo Domingo Price 1964 AMP
¡Qué bonito y cómo sabe tocarnos la fibra Iriberri!:
"Un día, en el bar de un remoto pueblo asturiano, vio colgada una lámina con las torres de San Cernin. Se echó a llorar como un niño y se la regalaron".

EL HOMBRE DE ERROTAZAR 7 de octubre de 1998.    por José Miguel Iriberri
Iriberri, buen imitador (pincha)
El verano se llevó a Epifanio Aldunate y un retazo de la historia de Errotazar se ha ido con él, como las aguas del Arga que pasan y se van para siempre. La soledad de su ausencia cubre la huerta de la Parra, los prados de la Cera y de la Lana, el Patio de Navascués, la arboleda de las lavanderas, que es la arboleda perdida en este otoño sin Epifanio, el hombre de Errotazar. 
Tenía 88 años de edad y de hortelano, hijo de hortelanos, nieto de hortelanos. Caminaba tan doblado sobre el bastón, que parecía que iba pidiendo perdón a la tierra por los golpes de azada de toda una vida. La edad no pudo con su temple mandón, independiente, cariñoso y vecinal. Al final, andaba «aborrecido» un poco de todo, aunque no le faltaba de nada, entre la nostalgia de la vejez, que es la de las ilusiones perdidas, y la esperanza de celebrar los noventa años asomado al río «como un día más, como todos los días de mi vida».
Santo Domingo 1944 Cía AMP
Epifanio Aldunate hizo suya la frase de aquel trotamundos que, cansado de viajar, envidiaba al hombre feliz que no ha visto más río que el de su pueblo. Epifanio nació en las orillas del Arga, donde las .cardelinas cantaban, y junto al Arga se dejó visitar por la muerte, serenamente, porque pensaba que el tiempo de Dios es el tiempo justo. Cuando dejó la casa de la huerta, con humedades de riadas, se pasó a una vivienda del otro lado de la calle, para asomarse, como siempre, a la Parra, al río y a las torres de San Cernin: el horizonte de su patria. Para Epifanio, el cercano camino de los Enamorados era el destierro. 
Con las verduras del día, el carro y la mula, subía al alba por la cuesta de Santo Domingo hacia el mercado. Allí conoció a Felipa, que venía de la Cuenca a vender. ¿Dónde iba a cortejar si no era en la plaza? Se casó de mozoviejo, no tuvieron fotografías de la boda «porque a esa edad, no sé, no quisimos fotos, así era de raro». 
Más de medio siglo arriba y abajo por Santo Domingo. Sólo los años de la guerra pudieron arrancarle de su calle, de su río, de la huerta y del mercado. Pero se los llevó en el macuto: escribió un diario en las trincheras de la guerra, lleno de los recuerdos de la paz de Errotazar. Un día, en el bar de un remoto pueblo asturiano, vio colgada una lámina con las torres de San Cernin. Se echó a llorar como un niño y se la regalaron. Es la única ilustración en las trescientas cuartillas del diario. 
Porque Epifanio llevaba dentro un historiador que se tragó la tierra de la huerta. En la escuela de San Francisco terminaba los cursos con el Premio Ansoleaga al mejor alumno. Era listo y estudioso. Almacenó tantos libros, recortes de prensa, notas y glosas en textos ajenos, que el armario mayor de su casa era un archivo. Solía dar lecciones de historia rochapeana en los bancos del Gas, a la sombra de los plátanos de las lavanderas, por el camino del Tiro, asombrando al vecindario con su memoria fiel de nombres y fechas. 
1953 Cía, desde las huertas de la Rochapea AMP 
En su boca, los topónimos eran vida. Contaba de los baños de Mochorro porque se había bañado en las aguas del canal; del molino de Alzugaray, porque llevaba el grano a moler; de la casa de la Cenona, porque llamaba en su fachada de madera; de la rana de Plácido, porque jugaba en ella; de la «Colandería», porque había visto el sol deslumbrando en las sábanas colgadas. Al final, Epifanio Aldunate era otro topónimo de Errotazar, un monumento andante del barrio que le vio nacer, vivir y morir, en un palmo de terreno.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Soy yo solo, o es que la calle Errotazar se ha llamado también en algún momento Rotazar.