miércoles, 11 de mayo de 2022

Las muertes de Eseverri

Del linchamiento de Eseverri no hay documento gráfico
El día que mataron al subteniente Eseverri, "mataron" a su mujer, Carmen (fallecida hace poco). Carmen sabía que "era muy recto, pero incapaz de hacer mal a nadie; ¿por qué me lo mataron?" 
Contéstale tú, que yo nunca pude (A. M.)

Raúl López Romo, autor del Informe Foronda y responsable del área de educación y exposiciones del Centro para la Memoria de las Víctimas del Terrorismo, realizó en 2014 un trabajo con el gráfico título de "Historia y Memoria: Las muertes de Juan Antonio Eseverri".
Lo he extractado a lo fundamental para facilitar su lectura.

Testimonio de Amador
Chapitela, hacia la Plaza del Castillo
El 10 de mayo. Tras las exequias por López González se produjeron graves alteraciones del orden público en el casco viejo de la capital navarra. Amador asegura que a su jefe de línea, el subteniente “Saverri Chaverri” (así recuerda Amador a Eseverri Chávarri*), le acuchillaron mientras trabajaba infiltrado en esos incidentes, concretamente en una manifestación “de proetarras”.

* El nombre exacto es Juan Antonio Eseverri Chaverri

Wikipedia
Desolvidar intentó cambiarlo hace un tiempo, pero no le dejaron. Hoy lo he vuelto a intentar: 
(pincha para leer mejor)
“El 17 de mayo, unas semanas antes de los sanfermines, en un enfrentamiento en una de las salidas de los grupos franquistas, en la calle Chapitela, murió de un navajazo uno de los miembros de los guerrilleros (franquistas), resultando ser el subteniente de la Guardia Civil Juan Antonio Eseverri, que no estaba de servicio”. 
El texto omite el asesinato de López González, confunde la fecha del ataque (el día 10) con la del fallecimiento de Eseverri (una semana más tarde) y habla de un sólo navajazo, cuando, en realidad, fueron varios. 
Luego me referiré a la vitola de ultra que se asigna al agredido.

Blog, copia de Relatos de plomo
Zapatería, 31
“En un contexto de continuos atentados de ETA y protestas violentas por parte de grupos de extrema derecha, el día 10 de mayo de 1978, algunos ultras trataron sin éxito de asaltar la sede de LKI [federación vasconavarra de la Liga Comunista Revolucionaria, trotskista], en el número 31 de la calle Zapatería. 
Los enfrentamientos con jóvenes de la órbita abertzale no se hicieron esperar. En la refriega, Juan Antonio Eseverri Chávarri, de 54 años, guardia civil de profesión que vestía de paisano, recibió cuatro cuchilladas que lo dejaron al borde de la muerte en la calle Chapitela. 
La policía detuvo a 52 personas que pasaron la noche en comisaría. Días después, cinco personas son procesadas. 
Juan Antonio Eseverri muere siete días después de la agresión”. 
Resulta que en julio de 2003 el periodista Javier Marrodán había publicado un artículo en el Diario de Navarra en el que figura casi literalmente este fragmento entrecomillado, que en el blog consta como propio, sin remitir a la fuente original.

¿Estamos ante un guerrillero de Cristo Rey, como se sostiene en la Wikipedia, o un agente infiltrado, según certifica Amador?

López Romo: "Relatos de plomo"
La mayor parte de las pistas sobre este suceso, y sin duda las más veraces, aparecen en un volumen de reciente publicación, Relatos de plomo (2013), una prueba de la necesidad del estudio del pasado desde el rigor profesional. 
Sus autores manejan, entre otras fuentes, la sentencia de junio de 1979, y aportan la fecha del juicio, los procesados y las circunstancias del crimen. 
Jesús Suescun Irujo fue condenado a seis años de prisión como autor del homicidio (no se tipificó como asesinato porque no hubo premeditación ni alevosía), con el atenuante del “clima de gran tensión (…) entre tendencias antagónicas” que se vivía en la ciudad. 
La sentencia recoge la siguiente versión. Eseverri volvía a su domicilio vestido de paisano cuando se cruzó con grupos de personas que estaban atravesando coches en la calzada para enfrentarse a los ultraderechistas. El subteniente les recriminó su actitud. Uno de los aludidos le dio un fuerte empujón, abriéndosele la chaqueta y quedando al descubierto su pistola reglamentaria, incrementándose el tumulto a su alrededor. Descubierto, Eseverri disparó al aire para protegerse. Uno de los implicados le agarró del brazo e hizo que soltara el arma. Suescun esgrimió el cuchillo que solía llevar consigo y, arengado por sujetos indeterminados (“darle más, matarle”), le asestó tres puñaladas: dos en el cuello y una en el abdomen. Otros individuos, cuya identidad no consta en la causa, en un linchamiento en toda regla, aprovecharon para arremeter contra el subteniente, “propinándole toda clase de golpes, especialmente en cabeza y tórax”. 
La familia de Eseverri es de Sangüesa
Eseverri no pudo recuperarse de sus múltiples traumatismos y heridas de arma blanca, falleciendo una semana más tarde en el hospital.

Calificación de López Romo
Juan Antonio Eseverri no sufrió un atentado de un grupo terrorista organizado, al contrario de lo ocurrido, por ejemplo, en la Casa del Pueblo de Portugalete, en 1987, cuando dos militantes socialistas resultaron abrasados por cócteles molotov lanzados por el colectivo Mendeku (venganza). No cabe, por tanto, catalogar a Eseverri como víctima del terrorismo. 
Sin embargo, su muerte recuerda a algunos de los pasajes más negros de la violencia política de los años setenta y ochenta en Europa. Tal es el caso de dos militares británicos, David Howes y Derek Wood, asesinados en Belfast en 1988, tras ser descubiertos por la multitud mientras circulaban en coche, vestidos de paisano, cerca del funeral de un miembro del IRA. Los soldados fueron tiroteados tras ser reconocidos, apaleados y desnudados por la multitud. La fotografía del sacerdote Alec Reid, administrando la extremaunción a uno de los cadáveres, es un icono de la barbarie (ver foto portada).
A diferencia de lo ocurrido con víctimas de abusos policiales en la Comunidad Foral, como Germán Rodríguez (Pamplona, 1978) o Gladys del Estal (Tudela, 1979), no hubo trabajo memorialístico en torno a Eseverri: ni conmemoraciones, ni aniversarios, ni monolitos, ni huelgas o manifestaciones, ni imágenes de su cuerpo martirizado que pudieran servir para denunciar la brutalidad y suscitar compasión. Eseverri fue uno más entre los cientos de policías y guardias civiles matados y olvidados en los años de plomo en el País Vasco y Navarra. Esto es significativo de la “muerte social” a la que han estado abocados durante largo tiempo, un vacío del que no se ha comenzado a hablar hasta finales de los noventa y, sobre todo, en las primeras décadas del nuevo siglo, en un contexto caracterizado por la reclamación de verdad, dignidad y justicia para las víctimas del terrorismo.

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