domingo, 15 de mayo de 2022

Explosión de la Rochapea. M.ª Jesús Elizondo

Restos del frontón de Lapoya. Tras las vías semisoterradas, lo que hoy es la calle del 
Muelle, 2 días después de la explosiónImagen de Emilio Pliego
"Se cumple un siglo de la "Catástrofe de la Rochapea". Esta doble entrada que vas a leer es la única que trata de ella. Ignoro el motivo, pero esta tragedia ha pasado desapercibida no sólo para cuantos han escrito sobre Pamplona, sino incluso para los descendientes de las víctimas."
Así decía hace dos años. Poco a poco algunos descendientes van desolvidando. Gracias a M.ª Jesús y a Pilar por el reconocimiento

La misma zona, momentos después
de la explosión. (Foto Roldán)
"La verdad es que la barandilla de la cuesta del Portal Nuevo y el balcón del Mirador estaban llenos de gente y llenas de espectadores del lúgubre siniestro estaban la muralla de la Cuesta de la Reina y la pequeña explanada que se extiende en la parte norte del Matadero. Un enjambre de gente llenaba la carretera de la estación, y desde el puente de Cuatro Vientos era tal la aglomeración de seres humanos que era punto menos que imposible la circulación de los vehículos." (DN viernes, 29 de abril de 1921).
La explosión de la Rochapea en la que María Jesús perdió a su abuelo
Esta pamplonesa supo en 2020 que su abuelo era una de las 7 personas fallecidas en una cartuchería en 1921. Tiró de archivos y ha rescatado una historia del olvido
por PILAR FERNÁNDEZ LARREA
M.ª Jesús Elizondo, en la barandilla de Vista Bella, 
con la Rochapea al fondo. EDUARDO BUXENS

María Jesús Elizondo, 73 años, sabía que su abuelo paterno, Jerónimo, había fallecido en una explosión. Poco más. Ni qué sucedió, ni dónde, ni cómo. Una conversación con amigos le llevó a un blog, tiró del hilo y ha logrado rescatar la historia de aquella tragedia que hace 101 años, el 28 de abril de 1921, segó la vida de siete personas en una cartuchería de la Rochapea. Ha navegado meses en archivos y hemerotecas para tratar de recomponer las piezas de esta historia y reconocer de esta forma a las personas fallecidas que, considera, quedaron un poco en el olvido de la memoria colectiva. Para ella, “solo el buscar y el escribirlo ha sido un bálsamo, algo reparador”.
“Me conmovió la historia cuando la leí en el blog de Pachi Mendiburu, a partir de la hemeroteca de Diario de Navarra y me acerqué a ella porque era mi abuelo”, recuerda María Jesús, vecina de Pamplona y enfermera jubilada del Hospital Virgen del Camino. Se encontró así con los hilvanes de una historia que escribió una página luctuosa en la ciudad. Pudo acabar de tejerla en el Archivo Municipal de Pamplona, y agradece la atención recibida allí con las hemerotecas, principalmente, que le concedieron información a través de crónicas exhaustivas sobre las consecuencias de un suceso que despertó expectación en la tarde de aquel 28 de abril en torno al antiguo frontón Lapoya. Menos se ha sabido de las causas.
Describe María Jesús en el texto que recoge lo ocurrido que nunca es tarde para “restituir la memoria colectiva” y para hacerlo repara en su abuelo, Jerónimo Elizondo, fallecido con 37 años, “dejando viuda y cuatro hijos pequeños”. “Crecí escuchando las historias que mi padre nos contaba de su infancia, cuando todavía vivía Jerónimo, aunque respecto a la tragedia no recuerdo que transmitiera ningún detalle escabroso, quizás porque él mismo sólo conoció las consecuencias”, asevera. Pero le escuchó decir que había muerto en una explosión y que poco después habían vivido acogidos por la familia Olabarrieta, en la calle Navarrería. “Mi abuela, por el contrario, nunca nos habló del tema, así que dispuse solo de la versión de mi padre”, prosigue y repara en que “además de Jerónimo, hubo otras seis víctimas, todas mujeres, con sus correspondientes familiares afectados por la pérdida”.
De sus indagaciones en el archivo ha concluido que “la aparición de las víctimas mortales fue progresiva: en primer lugar encontraron tres cadáveres carbonizados en un solar contiguo al taller, después de haber sido lanzados al tejado al volar la vivienda donde se encontraban. Eran Natividad Carrica, de 18 años y sirvienta en casa del encargado, y la hermana e hija del dueño del taller: Vicenta Martínez de Goñi, 35 años, y la niña de 3 años”, apunta que “localizaron después otros tres cadáveres, los de Juana Salinas, Elena Elizari y Jacinta Vaca, de 15, 16 y 14 años, las muchachas que trabajaban en el taller cargando los cartuchos y que eran hijas de obreros de la zona”.
Vivienda del frontón. La explosión se produjo en
el local marcado con un aspa blanca (Roldán)
María Jesús Elizondo subraya que el dueño del taller, que perdió a su hermana y a su hija en el siniestro, tuvo que enfrentarse al cabo de tres años a un juicio en el que fue condenado a un año y ocho meses de cárcel y al pago de indemnizaciones. “La sentencia reconocía que la causa de la explosión era desconocida, pero refería que el almacén carecía de licencia y no se había dado a conocer a las autoridades. Y, por otro lado, su ubicación era ilegal, indicaba el auto”. Y la prensa denotó “la responsabilidad que pudieron tener las autoridades que permitieron una instalación como el almacén de cartuchos en medio de un barrio obrero, sin exigir las debidas garantías, tal y como se denunció en los actos del 1 de mayo, celebrado tres días después de la explosión”.
María Jesús ofrece también algunos detalles más impactantes del suceso, como el que sugería que “Vicenta tal vez se apercibió del cataclismo porque tomó a la pequeña en sus brazos y no la soltó. Los cuerpos, carbonizados, se encontraron entrelazados tras volar por encima de la vivienda que ocupaban en el momento de la explosión”.
Escasa o nula es la información sobre las otras víctimas. De su abuelo Jerónimo se indicaba que “era el carpintero del taller y se explica la forma excepcional en la que fue encontrado el cadáver: de pie, con una brocha en la mano, en actitud de pintar y libre de la acción del fuego. La gran cantidad de escombros que le cayó encima lo mantuvo encajonado causándole la muerte por impacto, con una fractura craneal”.

LA PAMPLONESA, EN EL CORTEJO
La Pamplonesa en 1920
30/04/1921DN Hemeroteca
"A continuación, personalidades de relieve social y una masa considerable de obreros. Por último, la banda La Pamplonesa, que ejecutó marchas fúnebres. En el portal de Taconera se despidió el duelo. La Federación obrera (Jerónimo Elizondo estaba afiliado al Sindicato Católico Libre) suspendió todos los actos festivos del 1 de mayo."
El entierro de las víctimas fue otra muestra de solidaridad, obreros y los bomberos que tanto se habían implicado en el rescate llevaron los féretros a hombros, constata María Jesús. La banda municipal La Pamplonesa cerraba el cortejo y el ayuntamiento abrió una suscripción pública para ayudar a los damnificados, el mismo consistorio aportó 5.000 pesetas, y el Arzobispado, 1.000. Se da cuenta también de un partido de fútbol benéfico.
Casado con Ana Andreu, los tres hijos del matrimonio eran menores de 10 años. Isidoro, el padre de María Jesús, acababa de cumplir 9 y se preparaba para la Primera Comunión. Felipe, Angelita y Margarita eran los otros hermanos.
Jerónimo fue el único “cabeza de familia” fallecido en la explosión, pero, tal y como sostiene María Jesús, “las ayudas que la abuela pudo haber conseguido no fueron suficientes, pero recibieron la solidaridad de vecinos de Pamplona, como la familia Olabarrieta”.
Se conoció a Jerónimo Elizondo afición a la música “y una magnífica voz”. En 1902, entonces con 22 años, formaba parte de las listas de socios/cantantes del Orfeón Pamplonés que ese mismo año fue invitado a cantar en la boda del rey Alfonso XIII en Madrid. Entienden que Jerónimo fue una de las voces, algo que sí contaba su padre “con orgullo, aunque no era monárquico”.
María Jesús Elizondo solo espera que “las demás víctimas tengan algún recuerdo que les proporcione paz al cabo de tanto tiempo”.
La parcela señalada, especialmente la marcada en rojo, frente al Centro de Salud de San Jorge,
y donde estuvo el Frontón Lapoya, fue donde más se sintieron los efectos de la explosión

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