De Ussía a Ussía
«Leyéndote supe quién eras; escribiéndote puedo decirte adiós. Las verdades que duelen son las que fundan la literatura. Por eso importa»
Alfonso J. Ussía ABC 05/12/2025
Hoy es el primer día distinto. Ayer fue el último contigo. Ya no te veré hasta que se muera la muerte –si es que lo hace alguna vez–. Desde hace cinco minutos sólo te encuentro en la memoria, al cruzar esa puerta entreabierta donde viven los días en que nada dolía. Te despido sin flores ni discursos: apenas el ruido del teclado negándose a aceptar la última frase. Este tintineo es tu despacho de García de Paredes. Entonces todo iba despacio y tú eras inmortal. Hoy suena a dos voces mientras escribo lo que ha cambiado desde hace cinco minutos.
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| Ussía, en la noche del Cavia Archivo ABC |
Me enseñaste a no dar la lata, a que la honestidad no es virtud sino la manera de estar vivo, y que a veces callar es el único gesto elegante cuando todo alrededor es un desorden. El cáncer –esa bestia que muerde el tiempo– te obligó a encender cada cigarro como si fuera el último. Pienso en lo que te ha querido mi madre, Pilar, en la forma de sostenerte renunciando a todo lo demás. Y en el tío Javier, alquimista, leal, certero, inmenso. Ellos dos te alargaron la vida. Ella dice que has sufrido tanto estos meses que el purgatorio te sabrá a descanso. Yo respondo que, si en el cielo no sirven Beefeater, preferirás quedarte allí, apoyado en la barra del bar donde la última copa siempre es la primera.
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| Ussía, junto a Marina Castaño y Cela. Archivo ABC |
Pienso en tu risa. Se mete por todas partes. Avanza sin ruido, como una madrugada de agosto en Ruiloba, cuando uno escucha su propia respiración y entiende, por un instante, que la vida es una cuerda floja entre dos silencios. Y me descubro hablándote por dentro, como hablan los niños antes de aprender que también se pierde. Esta conversación es un mandato en tu mesa del club Estrada, aunque una silla esté vacía y la tarde se haya quedado sin dueño.
Salgo a la calle y Madrid sigue a lo suyo, con esa indiferencia cansada de las ciudades que lo han visto todo. Y pienso que a ti te habría gustado: que el mundo no se detuviera, que no hubiera drama innecesario, que la vida continuara torpe y estupenda sin pedir permiso. Pronto llegarán los elogios, las semblanzas, las máscaras públicas del Ussía que fuiste: la prosa indomable; la risa inagotable; la década dorada de la radio; el madridista; el señor de Sotoancho; el dandi; el Cavia; el Ruano; el incorruptible. Para mí fuiste eso y también mi padre. Y escribo porque es la única forma de caminar contigo sin hacer ruido. Entre palabra y palabra encuentro migas de tu sombra, y eso basta –al menos hoy– para que no se me deshaga el alma entre los dedos.
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| En su casa de Madrid. Archivo ABC |
Foxá, uno de tus poetas, dejó aquello de la «melancolía del desaparecer». Te lo oí tantas veces que ahora interrumpe el silencio con tu voz resignada: «Y pensar que no puedo, en mi egoísmo, llevarme al sol ni al cielo en mi mortaja; que he de marchar yo solo hacia el abismo, y que la Luna brillará lo mismo, y que ya no la veré desde mi caja». No puedo pedirte que vuelvas. Tampoco voy a inventarme consuelos. Te has ido, y eso es una frase que no admite adjetivos. Pero mientras escribo, algo tuyo insiste en quedarse: una anécdota, una forma de mirar, un resto de risa que no sabe disimular. Con eso continúo. Porque lo que duele hoy demuestra que sigues haciendo ruido donde ya no estás.
Y en esa confusión encuentro la manera de no perderte del todo.
Alfonso J. Ussía





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