La tradición de los belenes
Luis Landa nos cuenta cómo colocar el Belén se ha ido convirtiendo en una tradición centenaria y Giorgia Meloni nos asegura que en este siglo XXI mantener esa tradición supone una verdadera revolución: la Revolución del Pesebre.
Se inician las fiestas navideñas y con ellas todo el entramado de tradiciones, viandas, turrones y reuniones familiares, en un ambiente repleto de luces, bolas, guirnaldas, velas, renos y muñecos de nieve. Pero, de modo especial, resurge el Belén con el Nacimiento del Niño Jesús. La mayoría de nosotros, de infantes, hemos vivido el paso a paso para confeccionar una representación navideña en nuestros hogares. Primero el musgo, después los puentes de los ríos por donde caminaban lavanderas, labriegos y pastores, el papel plata para simular las aguas, corcho que asemejaba las montañas; las figuritas de papel, más tarde de plastilina para finalizar comprando de barro y madera. Los Tres Magos se colocaban al final del trayecto y, conforme la fecha Noche de reyes era inminente, los acercábamos al portal con la estrella. Como figura clave, el Niño Jesús rodeado de la Virgen María, san José, la mula y el buey.
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| Belén Taconera |
El fervor por estas costumbres fue creciendo y ya en el siglo VIII se festejaban obras teatrales en las plazas de Roma, pero con escenas, a veces, nada alusivas a la fiesta.
No obstante, se atribuye a san Francisco de Asís (1223) el inicio del belén católico, en Greccio (Lazio), colocado en una cueva con María, Jesús en el pesebre, heno, buey, asno y una serie de animales diversos, que representaban a judíos y cristianos en una sana convivencia. Francisco reunió a todo el pueblo y celebró la eucaristía, hoy llamada Misa del Gallo. Fue una forma de evangelizar a las gentes analfabetas. Santa Clara en el siglo XIII fue la que propulsó las escenas con personajes vivos de carne y hueso junto a las figuras, en Asís. Otro de los difusores de los belenes lo encontramos en el fundador de los Teatinos, san Cayetano, en 1535 en Thiene (Italia). Pero su mayor proliferación se encuentra en el Barroco (XVI-XVIII), donde los nobles se preciaban de tener un belén expresamente realizado para ellos. A nivel mundial resaltan los belenes napolitanos con ambiente y personajes vestidos de la época, mezclando lo religioso con lo profano.
En España es Carlos III (s. XVIII), rey de Nápoles, y su esposa María Amalia de Sajonia quienes traen los belenes a sus palacios y, más tarde, los cortesanos y nobles. Destaca el Belén napolitano del Príncipe en el Palacio Real, obra de prestigiosos imagineros, como el murciando Salzillo. En el siglo XIX se extiende a casi todos los hogares con figuras realizadas en barro y con bajo coste. Son muy populares el de Jerez de los Caballeros, el de Lozoya, Sevilla.
Navarra se considera tierra de belenes con representaciones de calidad de los siglos XVI-XIX (Recoletas de Pamplona), como lo atestigua Fernández Gracia en “La Navidad en las artes”. Hoy se prodigan, gracias a la Asociación Belenista de Pamplona que, durante todo el año, se dedica a preparar, montar e instalar en más de 42 rincones de la Comunidad Foral (Baluarte, Sarriguren, Burlada, etc) y de España (Toledo y Málaga), incluso en Polonia. Mención especial para la Asociación de Villava o la Virgen de Araceli de Corella con más de 20 belenes por la ciudad barroca con el lema “Un belén en cada hogar”.
Como diría San Agustín: “Celebremos el nacimiento no divino, sino el humano, porque Jesús se humilló, se amoldó a nosotros y nos convirtió en Excelsos como Él”.
Luis Landa El Busto es escritor e historiador





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