Víctor Hugo (1802-1885) llegó a Pamplona un viernes, 11 de agosto -tal día como hoy- de 1843. Viajó en una diligencia tirada por ocho caballos y entró, procedente de Tolosa (Guipúzcoa), en la Cuenca de Pamplona por el paso de las Dos Hermanas (Irurzun). Estuvo en la Ciudad unos tres días.
Como ahora, debía de hacer muy buena temperatura. Tuvo la suerte de disfrutar de una de esas noches (seguramente, la del sábado 12) que en Pamplona se pueden contar con los dedos de una mano.
Pamplona, agosto de 1843
"Aparte de algunas calles frecuentadas, Pamplona permanece triste y silenciosa todo el día. Pero, apenas llega la tarde, apenas se pone el sol, apenas las ventanas y los faroles de reverbero se encienden, la ciudad se despierta, la vida se estremece por todas partes, la alegría centellea; es una colmena en rumoroso movimiento.
Una banda de cornetas y tambores retumba en la Plaza Mayor; son los músicos de la guarnición que dan una serenata (una retreta) a la ciudad.
La ciudad responde. En todos los pisos, en todas las ventanas, en todos los balcones, se oyen cantos, voces, rumor de guitarras y de castañuelas. Cada casa suena como un enorme cascabel.
Añadid a esto los toques de oración de todos los campanarios de la ciudad.
1882 Revista de tropas en la plaza del Castillo AMP |
Esta música regocija a la población. Los niños juegan delante de las tiendas; los habitantes salen de las casas; la Plaza Mayor se llena de paseantes;
los curas y los oficiales abordan a las mujeres, tocadas con mantillas; las conversaciones se ocultan detrás de los abanicos; bajo los porches, los trajinantes asedian a las maritornes; una suave claridad que sale de cien ventanas, abiertas de par en par y vivamente iluminadas, alumbra vagamente la plaza. La multitud va y viene y se cruza en esta penumbra, y nada hay tan encantador como esta discreta mezcla de bonitas caras entrevistas y de alegres risas sofocadas.
La libertad de los curas bajo este hermoso clima no tiene nada de escandaloso. Es una familiaridad que admiten las costumbres. No obstante, desde mi ventana, donde lo observo todo, oí a tres sacerdotes, cubiertos con sus prodigiosos sombreros (tejas) y envueltos en sus holgadas capas negras (manteos), charlar delante de la fonda, y debo confesar que uno de ellos pronunciaba la palabra muchachas de un modo que hubiera hecho sonreír a Voltaire.
Hacia las diez de la noche (las 12 actuales, horario verano), la plaza se vacía y Pamplona se duerme".
3 comentarios:
Buena descripcion que invita rememorar la situacion
Muy bonito y sin duda ilustrativo.
Muy bien traído e ilustrado. Evocador.
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