Biarritz. Enrique Cayuela, gabardina blanca, mira a la cámara. Detrás, apoyando la mano sobre el banco, chapela y corbata negra, Ramón Díaz-Delgado |
(viene de El escondite del reloj de Autobuses)
Ramón Díaz-Delgado, profesor de filosofía, que vivía en el tercero (acceso al reloj), compartió el escondite con el vecino del primero, Enrique Cayuela, secretario del Ayuntamiento
Dos hombres y un reloj (D. de Noticias) Eduardo Martínez Lacabe
A principios de agosto de este año, el secreto que habíamos tratado de mantener más o menos oculto durante la elaboración de nuestro libro "Y el tiempo se detuvo. Natalio Cayuela, Osasuna y Justicia", sobre la vida del abogado republicano pamplonés asesinado al comienzo de la guerra civil, saltó por los aires. Con motivo de la visita a Pamplona de varios familiares de Enrique Cayuela, el hermano mediano de Natalio, tuvieron ocasión de acceder al espacio que alberga el reloj que durante varios meses ocultó en su interior a quien había sido secretario interino del Ayuntamiento de Pamplona, activo republicano, y muy buscado desde que comenzó la sublevación militar de 1936.
Emocionados por ver el último escondrijo de su abuelo antes de partir al exilio, enviaron una foto del interior a un hermano que estaba en Chile. Twitter hizo la magia. Miles de visualizaciones, retuiteos, y lo que era una baza para la promoción del libro, quedó desarticulada. Es lo de menos, con el libro ya en la calle, la historia está ahí disponible para todos los lectores.
Tamara Dupre, bisnieta de Enrique Cayuela, dentro del habitáculo del reloj |
En la casa de los Cayuela Arzac, una joven llamada Valeria Beaumont Beorlegui, a quien no tuvimos la suerte de conocer. Sin embargo, si pudimos hablar con sus hijas, que ya estaban al tanto de la historia del reloj. La conocían hacía tiempo, un secreto familiar que les había confiado su madre y que resultaba increíble para cualquiera. Cuando vieron publicado en las páginas de este periódico que alguien más la había oído, volvieron a emocionarse con el recuerdo de su valerosa madre, que como no podía ser de otra forma, se llamaba Valeria, una chica recién llegada del pueblo -Nardués-Aldunate- a la capital, y a la edad madura. Con 18 años recién cumplidos, "Vale" se enfrentaba a los policías que se presentaban para detener a Enrique soltándoles con aplomo, a la vez que cerraba la puerta, "el señor está de viaje".
Pero "el señor" no estaba lejos. Tampoco solo, por cierto. Nosotros, como los Cayuela exiliados en Chile y pocos más, ya sabíamos que Enrique compartía su escondite con otra persona. O más bien era esa persona la que lo hacía, porque para acceder al interior de la esfera, había que franquear la puerta de la casa del vecino del tercero, Ramón Díaz-Delgado Viaña.
Un catedrático de Filosofía, madrileño, en Pamplona.
Díaz-Delgado había nacido en Madrid en 1897. En algún momento, su familia debió de trasladarse a Canarias, pues en 1914 terminó el bachillerato en el instituto de La Laguna. Tras licenciarse en Filosofía y Derecho, ejerció como profesor en los institutos de Zafra y Huesca. Su llegada a Pamplona se produjo en 1932, ocupando la catedra de Filosofía del instituto de la capital navarra, del que también fue secretario. En 1926 se había casado con Guillermina Rodríguez, hija del teniente general Francisco Rodríguez Sánchez-Espinosa, que había llegado a ser gobernador militar de Canarias y Mallorca.
En el tercer piso del portal número 8 de la calle Conde Oliveto, Ramón y Guillermina, así como sus dos hijas de corta edad, Guillermina y María Paz, compartieron su vida con otra joven que había llegado para servir desde Lerga, María Cruz Alzorriz Techellea. Desafortunadamente, los descendientes de María Cruz, que años más tarde se ordenó como Terciaria Carmelita, nos han manifestado que nunca les refirió nada relacionado con esta historia y estos años.
Asalto sede Izquierda Republicana por elementos de Falange Española. 1936-7-19 Galle |
Asalto sede Izquierda Republicana por elementos de Falange Española. 1936-7-19 Galle |
La huida del reloj de autobuses
Cuando empezó la guerra, fue buscado intensamente por los sublevados. En su gremio, muchos profesores se encontraban lejos de Navarra disfrutando de las vacaciones o participando en tribunales de oposición, como su amigo Antonio García-Fresca, sorprendido por el golpe en Madrid. Ramón pasó tres meses escondido en su propia casa, a veces en la despensa, en ocasiones en el reloj, unas veces sólo, y otras en compañía de Enrique Cayuela, que subía desde el primer piso cuando intuía el peligro o la llegada de la policía.
No llevó bien el encierro y su nerviosismo le llevó a querer entregarse en varias ocasiones, convencido de que no había hecho nada malo. Enrique Cayuela lo contenía, pues sabía que sus hermanos Natalio y Santiago tampoco eran culpables de nada y, sin embargo, habían sido asesinados en agosto de 1936. Al final del verano, con la ayuda de un mugalari, se produjo la huida a Iparralde de Enrique y Ramón, los dos "relojeros" republicanos.
Guillermina y Ramón |
Vuelta a Iparralde
La caída de Barcelona |
Las acusaciones contra Ramón fueron muy graves: religiosidad nula, pertenencia a Izquierda Republicana (vicepresidente de la junta provincial), miembro de la Liga de los Derechos del Hombre, de la Asociación de Amigos de Rusia, ser director de la reforma agraria en Navarra y colaboración con la Federación Universitaria Escolar. Casi nada.
Las autoridades mexicanas le concedieron un subsidio, pero no llegaron a partir a América. Con la derrota de Alemania, cuando estimaron que su vida ya no corría peligro, él y Guillermina decidieron volver a España. Ramón, como catedrático de Filosofía, fue expedientado y separado de su puesto hasta 1953, fecha en la que fue rehabilitado, aunque con la prohibición expresa de no ejercer en Navarra durante 5 años. La familia se trasladó a Madrid, y gracias a la ayuda del filósofo Julián Marías, pudo desempeñarse como director de la sección española del Colegio Alemán de Madrid.
Tras ser rehabilitado, ejerció en varios institutos (en Soria, Badajoz, Málaga y Jaén entre otros) y publicó un trabajo titulado "La muerte de Socrates" (Barcelona, 1960). Reingresó en el escalafón de catedráticos en 1963, cuando contaba con 65 años de edad. Falleció en Madrid en 1988, a los noventa años de edad. De todos estos años, tan solo pasó cuatro en Navarra, pero resulta simpático (y significativo) que la gran profesora navarra Marysa Navarro, se acordara de él como el profesor "pamplonés" que dirigió junto a su padre la colonia de huérfanos en Francia. Todo esto y mucho más lo contamos en "Y el tiempo se detuvo. Natalio Cayuela, Osasuna y Justicia".
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