miércoles, 3 de febrero de 2021

Cuando mato, no pienso en tonterías


Segunda conversación (miércoles, 11-1- 1989)
GOBERNADOR - Acaban de instalarme este teléfono. Ahora estoy más seguro de la confidencialidad de nuestra conversación. Las demás líneas telefónicas que tengo en el despacho pasan por la centralita del Gobierno Civil.
Goñi Tirapu (1987-90)
CONFIDENTE - Sí, sí.
G.- Cuéntame con más detalle lo que me dijiste el otro día.
C.- Pues que le puedo decir cómo detener al comando Éibar.
G.- ¿Quieres que nos veamos? Creo que sería mejor que hablar por teléfono.
C.- ¿Que nos veamos? No, no.
G.- Bueno, como gustes. Quiero que estés absolutamente seguro conmigo. Si tú crees que viéndonos vas a estar intranquilo, no nos vemos.

En ese momento entró el jefe de Prensa del Gobierno Civil en mi despacho y tuve que interrumpir la conversación unos segundos hasta quedarme solo.
Koldo, el confidente

Cada frase que soltaba el anónimo comunicante, y sobre todo la forma de hacerlo, me confirmaban que decía la verdad. Rezumaba nerviosismo y, sobre todo, miedo. Estaba a punto de firmar su sentencia de muerte delatando a unos asesinos. Entraba en el corredor de la muerte voluntariamente. Por mucho que quisiera, ya no podría controlar la situación. Hasta el momento de llamarme por teléfono, solo él conocía su intención de darme las pistas necesarias para detener a unos terroristas Antes de llamarme, estaba seguro. Él era el único dueño de su secreto. Desde que llamó por primera vez, ese secreto lo compartía conmigo y era un poco menos secreto. Sin embargo, él podría controlar mejor la situación mientras permaneciera en el anonimato, aunque supiera que esta circunstancia le hacía menos creíble. Por esa razón, al escuchar que sería mejor que nos viéramos, responde con un no acongojado.

El peor de los miedos es saber que puedes morir asesinado en cualquier momento, y él, si llegaran a saber lo que tramaba, era hombre muerto. No me temía a mí, si así fuera no me hubiera llamado; le tenía miedo a ETA, y él conocía el rostro y la crueldad de la banda. No hubiera sido la primera vez que ETA asesinaba a uno de los suyos por traidor.
Yoyes

María Dolores González Catarain, Yoyes, fue una terrorista reinsertada en la sociedad vasca en contra de la voluntad de la cúpula de ETA, a la que había pertenecido hacía años. Un día decidió dejar la banda y se trasladó, durante algún tiempo, a México para, posteriormente, regresar de forma definitiva a su localidad de origen, Ordizia, en el interior de Guipúzcoa. Antes de tomar esa decisión tan trascendente, la consultó con varios etarras compañeros suyos; pero esto no sirvió de mucho, puesto que un día el pueblo apareció lleno de pintadas con la frase «Yoyes traidora», presagio de que algo grave podría ocurrirle. Y ocurrió. Una mañana, mientras paseaba con su hijo pequeño por el centro del pueblo, y nada más llegar al frontón, una persona, a la que ella no conocía, sacó una pistola, apuntó a su cabeza y disparó varias veces. Cayó desplomada al suelo soltando la mano de su hijo, sin vida, y sangrando hasta formar un gran charco de sangre caliente. Las paredes del frontón y el silencio del miedo amplificaron los sonidos de los secos disparos y de los gritos desgarradores de un niño pequeño junto a su madre muerta. La noticia se propagó como la onda expansiva de una bomba, transmitiendo intensas dosis de terror: Han asesinado a Yoyes.

Kubati, el asesino de la ex dirigente etarra, me dijo, cuando fue detenido, que la cúpula de ETA había decidido unánimemente su asesinato, y al preguntarle yo qué sentía antes de disparar a una mujer que llevaba de la mano a su hijo pequeño, me respondió con estas heladoras palabras: «Cuando mato, no pienso en tonterías».
Entierro de Enrique Casas

Aquel mensaje que los asesinos enviaban a sus seguidores quedó grabado en todos ellos en el lugar donde se guardan las advertencias importantes, allí donde reside el miedo.

Ella tenía treinta y un años, y a su hijo, Akaitz, le faltaban unos días para cumplir cuatro.

El miedo se transmitía a los distintos sectores sociales según el colectivo al que perteneciera la persona asesinada.

Cuando mataron a mi amigo, el senador socialista Enrique Casas, por hablar claro en aquella época de tantos silencios, el miedo se propagó entre los socialistas del País Vasco y, por extensión, entre todos aquellos que no compartían el ideario nacionalista. El mensaje era claro: Todos ellos eran asesinables.


Cuando el asesinado fue el industrial José Legasa Ubiría, en 1978, ejecutado por negarse valientemente a pagar a ETA y por denunciar a la policía la extorsión, el miedo hizo estragos entre los que recibían la carta de la banda exigiéndoles dinero, y aumentó de forma importante la mafiosa recaudación.

Si ellos tachaban al asesinado de chivato, la mayoría evitaba hablar con un guardia, un policía o sus familias, aislándoles de la sociedad.
Setién pasa de los hijos de Aldaya

Por estas poderosas razones, los nacionalistas han vivido siempre en libertad y han hecho ostentación pública de un credo político que les alejaba de cualquier riesgo fatal.

Lo mismo podría decirse de la Iglesia vasca, cuyos miembros, salvo contadas y muy dignas excepciones, no han condenado desde los púlpitos los cientos de asesinatos con la contundencia y constancia con la que arremeten, por ejemplo, contra el preservativo destructor del germen de la vida.
¡Qué buen lugar habría sido el púlpito para gritar hasta quedarse ronco: ¡¡¡Basta ya!!!!
"El Confidente", de J.R. Goñi Tirapu

4 comentarios:

Carmelo dijo...

Cuántas cosa me salen del alma al leer las declaraciones de Goñi Tirapu.
Me salta un sentimiento de rabia, asco y desprecio cuando leo la respuesta del cobarde asesino, Kubati. Es, cuando menos llamativa la forma en que se desprende del más mínimo rastro de moralidad, ética o cualquier principio humano, a la hora de cometer un asesinato. Se convierten en auténticos salvajes, sin conciencia, para justificar su alienación humana.
Cobardes, miserables, pero no lo son menos los que contribuyeron a que esto se repitiese cientos de veces, desde la iglesia hasta el gobierno vasco con el PNV a la cabeza, haciendo de rueda motriz y recogiendo, como siempre las nueces que del árbol iban cayendo.
!!Qué asco!!

Gocrespo dijo...

Al ver esa foto del féretro de Enrique Casas a hombros de militantes de UGT y PSOE por la calle Hernani de San Sebastián me vienen de golpe todos los recuerdos de aquellos años de plomo y me invade la melancolía por tanta miseria y traición del PSOE actual.

pm dijo...

Esta es la historia real de lo que ha sucedido recientemente. Gente sin alma mata y sigue viviendo con el apoyo y el silencio de unos cobardes

Anónimo dijo...

Esto ,ahora pretenden que se olvide,como si no hubiera ocurrido! Y que las nuevas generaciones ni lo sepan!