Cuando publiqué la crítica de Marquerie a Amor que viene cantando en el ABC el SABADO 22 DE OCTUBRE DE 1955, no podía imaginar lo que esa maldita fecha supone para mi buen amigo Juan Apesteguía. Te acompaño en la pena.
En 1955, un novio despechado mató en Pamplona a dos guardias civiles
y se suicidó a continuación. Cincuenta años después, los hijos de
los agentes se han reunido en Navarra.
La mayoría de los once hijos de los dos agentes muertos estudiaron
en los colegios para huérfanos que tenía la Guardia Civil
JAVIER MARRODÁN (DN 24.10.2005)
Las familias Apesteguía Díaz y Martínez Jaurrieta han compartido
durante los dos últimos días un encuentro muy especial. El sábado
asistieron a una misa en la parroquia de San Saturnino y ayer
comieron en una casa rural que habían alquilado en Izcue. La
sobremesa fue animada, casi festiva, con canciones y recuerdos de
hace varias décadas. Para alguien ajeno al grupo se hacía difícil
imaginar que la reunión tenía su origen en uno de los sucesos más
sombríos de la historia reciente de Navarra.
Ella vivía en el nº 16 del entonces Camino de Abejeras. Cuando los guardias terminaban de subir las escaleras fueron recibidos a tiros por el acosador |
Desde ese portal subieron (Pamplona, a nuestra espalda) los guardias |
Los agentes Quintín Apesteguía Puy y Baltasar Martínez Ochoa se
acercaron al lugar para ver qué ocurría y José Luis Azcárate los
recibió a tiros desde la entrada del portal. Los dos guardias
murieron en el acto. El agresor intentó de nuevo entrar en casa de
su pretendida. No lo consiguió y acabó disparándose el cartucho
que le quedaba. También falleció allí mismo.
Conmoción en Pamplona
El suceso causó una conmoción enorme en la Pamplona de la época.
«Impresionante y sentida manifestación de duelo en el traslado de
los dos guardias civiles», se puede leer en la primera página del
Diario de Navarra del 25 de octubre. A los funerales asistieron las
principales autoridades de la comunidad y del instituto armado,
además de miles de vecinos de la capital. «El paso del severo
cortejo por las calles de Santo Domingo, San Saturnino y Mayor
resultaba de una impresión sobrecogedora», dice la crónica de la
jornada. Y añade: «El gentío que se agolpaba en las aceras y en
los balcones guardaba el más respetuoso silencio, y conmovía
intensamente ver a muchas mujeres con los ojos arrasados en
lágrimas».
Sin embargo, la hemeroteca no contiene ninguna referencia de la
historia que comenzó cuando se extinguieron los ecos del funeral y
cuando las autoridades y los titulares se alejaron de las familias de
los fallecidos.
Quintín Apesteguía tenía 45 años, estaba casado con la asturiana
Natividad Díaz, de la misma edad, y era padre de nueve hijos. La mayor
tenía quince años y el pequeño, dos.
Baltasar Martínez Ochoa, de
39 años, estaba casado con Elisa Jaurrieta y tenía dos hijas de
seis años y 18 meses.
Las dos familias vivían en la comandancia de
la avenida de Galicia.
Después del doble crimen, las autoridades de
la época ofrecieron a las viudas sendos pisos en el barrio de la
Chantrea. «Nos pagaron las 7.000 pesetas de la entrada», cuenta
Elisa Jaurrieta, que entonces tenía 31 años y que hoy, a pesar de
los 81 que ya ha cumplido, conserva muy frescos los recuerdos de
aquellos días.
Les facilitaron además dos pequeñas bajeras, por si querían poner
algún comercio. Natividad montó una mercería y Elisa probó con
los comestibles.
Juan Manuel, hoy |
Pero el problema principal eran los hijos. De los nueve huérfanos
que dejó Quintín Apesteguía, siete fueron a los dos colegios de
huérfanos que tenía la Guardia Civil: los chicos al Infanta María
Teresa, en Madrid; y las chicas a Juncarejo, en la localidad
de Valdemoro. En Pamplona se quedaron únicamente los dos mayores y el
benjamín. Todos guardan recuerdos dolorosos del acontecimiento que
les separó de su madre. Alfredo tenía doce años, estudiaba en los
Agustinos de Artieda y mantiene grabada con nitidez la imagen del
cadáver de su padre envuelto en el hábito de los terciarios
franciscanos. Con el tiempo, él también ingresó en la Guardia
Civil. Hoy se encuentra en la reserva y vive en un pueblo de
Mallorca. Conchita, que era la mayor, recuerda perfectamente el
gentío que asistió al funeral. También pudo ver el cuerpo sin vida
de su padre cuando el cadáver aún se encontraba en el Hospital
Militar, entonces en la Cuesta de Santo Domingo. Ella vivió en
Pamplona hasta 1960, cuando su madre optó por dejar la capital
navarra para instalarse en Madrid. Conchita reside hoy en León. Juan
Manuel, el segundo, empezó a trabajar de botones en el Banco Español
de Crédito gracias a una gestión de Carlos Arias Navarro, que era
gobernador civil de Navarra cuando ocurrieron los hechos. Con el
tiempo llegó a ocupar puestos de responsabilidad en la entidad
bancaria.
Una relación estrecha
Los demás hermanos guardan impresiones desiguales del tiempo que
pasaron internos, aunque todos coinciden en lo unidos que han estado
siempre. «Nos traumatizó la separación, pero hemos salidos
adelante», dicen. Viven repartidos por la geografía española
—ninguno en Navarra—y les gusta acercarse a Pamplona, de donde
tienen recuerdos abundantes, pero también a Echauri, donde nació su
padre, o incluso a Puente la Reina, donde estuvo destinado un tiempo.
[Me dice Juan que su madre compró piso en Madrid para estar cerca de sus hijos, siguió cosiendo de noche y día, pero los últimos años los pasó con nosotros por este orden por su profesión TORRELAVEGA-GIJON-LOGROÑO-GIJON otra vez, donde falleció a los 82 años].
[Me dice Juan que su madre compró piso en Madrid para estar cerca de sus hijos, siguió cosiendo de noche y día, pero los últimos años los pasó con nosotros por este orden por su profesión TORRELAVEGA-GIJON-LOGROÑO-GIJON otra vez, donde falleció a los 82 años].
Por su parte, Elisa Jaurrieta mantuvo el pequeño comercio de
comestibles en la plaza de la Chantrea y hasta lo amplió con el local
que la familia Apesteguía dejó libre al marcharse a Madrid. Su hija
mayor, María Jesús, pasó también por el colegio de huérfanas de
Juncarejo.
Tanto en aquel centro como en el masculino concurrían historias muy
dramáticas. Algunos de los internos eran hijos de guardias que
habían fallecido de forma natural, pero un grupo importante
arrastraba consigo acontecimientos más o menos dramáticos. «Haber
vivido aquello te ayuda a imaginar mejor las historias tan duras de
las familias que han padecido los atentados de ETA», dicen varios de
los hermanos Apesteguía Díaz.
La relación entre las dos familias ha sido siempre muy estrecha. Por
eso, el encuentro de este fin de semana surgió de forma espontánea,
como «un homenaje» a aquellos «dos hombres buenos» muertos hace
medio siglo.
La muerte de Quintín Apesteguía y Baltasar Martínez fue muy
sentida. La capilla ardiente quedó instalada en el Hospital Militar,
que se encontraba en la Cuesta de Santo Domingo. «Durante la noche
del sábado hicieron vela a los cadáveres compañeros del Cuerpo,
familiares y amigos y el domingo se dijeron misas que se vieron muy
concurridas», se lee en la prensa de la época.
El cortejo fúnebre partió desde el Hospital Militar. Presidían la
comitiva el gobernador civil de Navarra, Carlos Arias Navarro —el
mismo que en noviembre de 1975 anunció a los españoles la muerte de
Franco—, el vicepresidente de la Diputación Foral, Miguel Gortari,
y el alcalde de Pamplona, Javier Pueyo. La relación de las restantes
autoridades ocupa más de ochenta líneas de tipografía minúscula y
apretada. El funeral se celebró en la parroquia de San Cernin. «En
el centro de la iglesia se alzaba un suntuoso catafalco del que
pendía una gran bandera española y que coronaban dos tricornios de
gala», detalla la crónica.
Cincuenta años después, los hijos de Quintín Apesteguía han
querido que la misa por su padre y por Baltasar Martínez volviera a
celebrarse en San Cernin. Para la comida eligieron el pueblo de
Izcue, por su cercanía con Echauri, la localidad natal de su padre.
2 comentarios:
1955 recien nacido yo, asesinan a Apesteguia y Martinez, 2 guardias civiles intentando cumplir con su trabajo, acribillados por un loco.
No importa el objetivo ni la intención ni la motivación que se tenga, al final siempre es igual, alguien inocente muerto, asesinado de forma cobarde y el asesino con la dignidad perdida, sin escrúpulos, que mata por la espalda.
El resultado una familia destrozada unos niños perdidos sin horizontes claros y una valiente y digna madre que a pesar de todo, tira para adelante luchando por sus hijos y la memoria de su marido.
Gran leccion amigo Pachi.
Gracias y Navrazon para todos ellos.
Gracias por publicar el recuerdo de la reunion que hicimos las familias Apesteguia Diaz y Martinez Jaurrieta, con motivo del asesinato de los cabezas de familia, aunque no recuerdo nada de todo aquello, tenia tres años, me emociono cada vez que veo algo sobre aquel terrible suceso.
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