Recreación sobre foto de 1890 de la col. Arazuri. J.J.Lorza. Tendederos lavanderas
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Allá por los años ochenta del siglo
pasado, el «pasar la maroma» -como decía el pueblo llano- estuvo de
actualidad, máxime al ser pamplonesa la mejor funámbula de aquella
época, Mlle. Agustine, título artístico que cubría el de Remigia,
en nuestra ciudad llamada La Remigia.
Remigia Echarren Aranguren nació en la
vieja Iruña en 1854. Dios sabe cómo se inició en los difíciles
menesteres de la cuerda floja, pero sí sabemos que alcanzó los
extremos artísticos más difíciles y peligrosos que le elevaron a
alcanzar el título de «Reina de las alturas». La Remigia adoptó
el sobrenombre de Mlle. Agustine por haber sido discípula de la
célebre artista del mismo nombre.
La Remigia en los Sanfermines
Las hazañas que le dieron fama a la
Remigia fueron las travesías del Pisuerga a gran altura, la de la
ría de Bilbao y la del Arga en las proximidades del molino de
Caparroso. De esta última actuación, que le valió el título de
«Reina del Arga», el periódico «Lau-Buru» publicó la siguiente
crónica:
«El espectáculo se verificó en la
parte del río Arga contigua a la fábrica de Pinaquy, a las siete
menos cuarto del 9 de julio de 1883. Un cuarto de hora antes, nuestra
distinguida paisana se dirigía a aquel punto en carretela
descubierta y precedida de la Banda de la Casa de Misericordia.
Al mismo tiempo, salían por la puerta
de la Tejería millares de personas, que fueron colocándose en las
inmediaciones del río, de suerte que la pequeña explanada de la
orilla izquierda del Arga y la Ripa llamada de Beloso ofrecían un
aspecto verdaderamente animado.
La funámbula -sigue narrando el
«Lau-Buru»- se dispuso a empezar su travesía; el público guardó
silencio unos momentos y a los tres minutos la «Agustini» llegaba
con toda serenidad al lado opuesto del río, sobre el cual se había
tendido la maroma a unos diez metros de altura.
La equilibrista colocó los pies en
unas canastillas, y una vez sujeto convenientemente este calzado,
cruzó aquélla el río con verdadera serenidad, llegando cuatro
minutos después al término de su arriesgado viaje.
Descansó breves instantes y en seguida
recorrió otra vez la maroma con los ojos vendados y cubierta de
medio cuerpo para arriba con un saco de tela gruesa. El público
aplaudió con entusiasmo a la funámbula, la cual dió fin al
ejercicio cruzando de nuevo el río, pero esta vez ejecutando
movimientos peligrosos y adoptando posturas difíciles.
(¡Vaya desastre de vídeo! Además, se equivocan de fecha y de molino)
Concluído el espectáculo, la
funámbula recibió calurosos plácemes, que el público le tributaba
admirado de su valor y de la seguridad con que anda por la maroma».
En las fiestas del año siguiente
atravesó cuatro veces de noche una gran parte de la Plaza del
Castillo sobre una maroma, una de ellas con los ojos vendados y
haciendo difíciles ejercicios.
En los Sanfermines de 1886, el día 11,
la Remigia cruzó también de noche la maroma colocada a gran altura
en la Plaza del Castillo, ejecutando difíciles y arriesgados
ejercicios de equilibrio. Mientras la funámbula emocionaba al
respetable, se quemó una vistosa colección de fuegos artificiales,
resultando el conjunto un espectáculo emocionante y vistoso.
Estas tres fueron las actuaciones de la
Remigia durante los Sanfermines.
12 de julio de 1916. Aspecto de la Plaza del Castillo a las cuatro de la tarde, unos momentos antes de comenzar a pasar la maroma el falso Blondin. |
Decadencia de la Remigia
Cuando se hallaba en la cúspide de su
gloria, la Remigia sufrió un grave accidente en Ondárroa el 5 de
octubre de 1892, al caerse desde una altura de unos quince metros
cuando ejecutaba un arriesgado ejercicio en la maroma sobre una
silla, rompiéndose el brazo derecho, así como diversas contusiones
y magullamientos en diferentes partes del cuerpo que le obligaron a
mantenerse alejada de la maroma durante mucho tiempo. Después
continuó alguna temporada en una compañía acrobática «haciendo
equilibrios» para poder vivir.
La Plaza Vieja |
Más tarde regresó a Pamplona, a
residir los últimos años de su vida vendiendo lotería y soñando
con su pasado esplendor. La Remigia falleció a los 67 años la
víspera de los Reyes Magos de 1921 a consecuencia de una afección
cardíaca antigua. Así murió pobremente aquella pamplonesa famosa
que dejó este mundo resignada, con los achaques propios de la edad,
viéndose olvidada de las gentes, en sus últimos años de
existencia.
El marido de la Remigia
En San Juan Bautista se bautizó la Remigia |
En cierta ocasión, por tierras
extremeñas, vestido de Obispo, fue detenido y encarcelado cuando,
con gestos muy episcopales, celebraba una colecta con fines muy poco
benéficos.
Murió en la Cuesta del Palacio, 3-2º |
Años más tarde fue encerrado en la
cárcel de Pamplona por haber sido sorprendido, vestido de clérigo,
confesando en una iglesia. Don Abdón Larrondo, prestigioso médico
pamplonés, contaba que el tal Ciordia decía en la prisión cuando
estaba pendiente de sentencia: «¡En qué acabarán estas misas!».
La Remigia, Carral y Campiñarri
Ignacio Baleztena, aquel gran pamplonés
siempre recordado, escribió hace ya muchos años, con su gracejo
especial. sobre la Compañía Acrobática Vasco-Navarra que dirigía
el famoso Carral, y que durante mucho tiempo el número cumbre del
espectáculo fue la Remigia. De aquella lejana época proceden los
siguientes versos:
«Pasa Remigia; pasa, Carral, que por
tu gracia pago yo un real».
En aquella Compañía acrobática
trabajaba también un formidable saltador, rey del salto mortal,
llamado Mr. Campiñarri, y del cual escribió Baleztena lo siguiente:
Ignacio Baleztena en el Congreso de Turismo (1948, 61 años). Extraña manera de, siendo el organizador del mismo, enseñar la ciudad a los asistentes, con las piernas colgando de las murallas. Desde luego, seguro que fue un cicerone muy entretenido (blog Premín de Iruña). |
Plaza Vieja, hacia 1910 |
Una vez que me hallaba yo presente, no
sé por qué pleitos decían, dejaron de bajar al ruedo los
consabidos espontáneos y hubo que sustituirlos con sillas de cocina
intercaladas en la fila humana, o lo que fuera, de la Compañía.
Campiñarri midió mal la distancia, y vino a caer de costillas sobre
el respaldo de las dos últimas sillas...¡plas!, se oyó un
escalofriante estrépito de crujir de huesos y rechinar de dientes,
seguido de los aplausos y carcajadas de los espontáneos huelguistas
(odios de tribu) -continúa escribiendo Baleztena-. Cuando todos
creían a Campiñarri con el triste rictus de la muerte, en su lívida
faz, esperando las mulicas de Poyales que le trasladasen arrastrando
hasta Berichitos, le vimos con sorpresa levantarse, dando a la
espalda esos clásicos molinetes de los que se sienten atacados de
voraces trimotores. ¡Las que se habían hecho serrín eran las
sillas!
Se fue donde la valla, se refrotó las
espaldas contra ella, tomó vuelo... y -¡alza «pa» arriba!- se
repitió el salto, pasando dos metros, lo menos, más allá de la
última silla».
Blondín en la Plaza del Castillo
En las fiestas de 1916 pasó la maroma
en la Plaza del Castillo Mr. Arsens Blondín, conocido en los medios
circenses por haber atravesado en 1882 el Sena a gran altura. En
realidad el funámbulo que actuó aquel día 12 de julio no era el
auténtico Blondín, el verdadero se llamó Jean Frangois Gravelet,
nacido en 1834 y muerto en 1897, fue el funámbulo más célebre que
ha existido, siendo su hazaña más famosa la de atravesar sobre un
cable las cataratas del Niágara en 1858.
Aquel festejo sanferminero tuvo lugar a
las cuatro de la tarde, instalándose la maroma -de unos 40 metros de
longitud- a unos 10 metros de altura. La hazaña consistió en hacer
el recorrido de ida y vuelta una sola vez. Unos pocos aplausos del
numeroso público que contemplaba la «arriesgada» demostración
-¡otra cosica era nuestra Remigia!- y 600 pesetas que el
Ayuntamiento restó de las arcas de la Ciudad como gastos generales.
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