martes, 17 de marzo de 2020

Desencajonamiento (J.J. Arazuri)

"Toros en el Mochuelo" Prudencio Pueyo h.1890. Vista actual desde el puente sobre el Sadar
La mítica Venta del Mochuelo; el puente -de ojos diferentes, sobre el Sadar- que da paso a la Carretera de Tafalla, el soto del Sario en donde pastaban las ganaderías navarras... la expectación que despertaba el toro... El cuadro de Pueyo, además de su gran belleza, es todo un testimonio histórico.

Desde tiempo inmemorial y hasta mediados del siglo pasado (XIX), el ganado que se lidiaba en los Sanfermines pertenecía, salvo raras excepciones, a ganaderías navarras. 
Aquellas reses bravas se traían desde la dehesa, por caminos, hasta las proximidades de la ciudad. La conducción corría a cargo de los pastores de a pie, utilizando sólo para dominar a los astados la vara y la honda y arropando el ganado por medio de cabestros. 
Ultimos "Carriquiris" lidiados en Pamplona en el año 1908. En aquella época
la ganadería pertenecía al Conde de Espoz y Mina que aquel mismo año
pasó a manos de Bernabé Cobaleda de Salamanca
Hasta la noche anterior de la corrida, los toros pastaban en sotos próximos a Pamplona. Así en el siglo XVI existen datos del aprovechamiento de las hierbas del soto de Salinas. En el siglo pasado pastaban en los sotos de Mutilva y la Cadena (San Juan), hasta 1893 en que se acomodaron en un gran corral de piedra (en el que se instalaron pesebres y puertas) construido en el soto del Sadar o Sario. Durante el día las reses pacían en el soto y abrevaban en el río Sadar, más conocido como el «río Al Revés». Desde aquel año y con el fin de que la pastura fuese abundante, el Ayuntamiento prohibía la entrada de ganado desde mayo hasta después de fiestas.
Toros navarros en los corrales del Sario a principios del XX (Foto Fidel Veramendi)
Parece que la novedad de tener a los morlacos casi junto a las murallas, tentó a los muchísimos taurófilos -que siempre lo demostraron en las fiestas aunque no en el resto del año- a contemplar a los Zalduendos de Caparroso, Lizasos de Tudela, los Carriquiris (entonces del Conde de Espoz y Mina) y los Díaz de Funes. 
Preocupadas las Autoridades ante el temor de un percance por un toro desmandado, al año siguiente se prohibió la entrada en el soto, permitiendo a los curiosos mirar y admirar las reses desde la orilla derecha del río. Como veremos cuando tratemos de las fiestas en el día de la víspera, después de la función religiosa, lo castizo era bajar al Sario a contemplar los toros. 
Julio de 1920. Toros navarros de Cándido Díaz en el Sario. Aquellas reses con pintas
de vacas lecheras fueron lidiadas por Fortuna, Sánchez Mejías y Valencia.
Las aparentes hembras tomaron 25 varas, derribaron 15 veces y mataron 8 caballos
El día de la corrida, «a la hora del alba», partía la torada del Sario conducida por un pastor a caballo y varios más de a pie. Lentamente enfilaban por el camino de Esquíroz hasta la Vuelta del Castillo, siguiendo por las proximidades de la puerta de la Taconera y por el antiguo campo de San Roque hasta la Cuesta de la Reina. Bajada ésta, ascendían hasta el portal Nuevo, y por la Bajada de las Tenerías alcanzaban el corralillo de la Rochapea, hoy oficialmente llamado de Jus la Rocha, desde donde salían a las seis de la mañana hacia la plaza de toros. 
Año 1902-1904. Desde 1899 se comenzaron a desencajonar los toros andaluces y castellanos
en los corrales recién habilitados en la antigua fábrica del Gas. Los toros se traían hasta Pamplona en cambretas facturadas en el ferrocarril. De la estación del Norte a los nuevos corrales, se arrastraban las cambretas detrás de carros tirados por bueyes (Foto José Ayala).
En la segunda mitad del pasado siglo, los toros de las ganaderías castellanas y andaluzas se traían a Pamplona en cambretas por ferrocarril. Las reses se desencajonaban en uno de los corrales del Sario. Después de un tiempo prudente para tranquilizarse, se les dejaba pastar libremente en el soto. 
Año 1902-1904. Así se desencajonaron los primeros toros
en los nuevos corrales del Gas. (Foto José Ayala).
En 1898, sucedió algo insólito. El día 10, que se iba a celebrar la última corrida con reses de doña Celsa Fronfrede Viuda de Concha y Sierra, se escaparon los seis astados antes de llegar al corralillo de la Rochapea dirigiéndose hacia Zuasti, alcanzando el paso de Osquía y subiendo posteriormente al valle de Goñi, en donde fueron localizados dos días más tarde y traídos al Sario cinco de los seis toros fugados, quedando uno de ellos perdido por los bosques próximos. Aquel buen mozo, llamado «Borrego», marcado con el número 17, colorado, bien armado de pitones y astillado del cuerno derecho, estuvo perdido durante tres meses. 
Año 1909. Un soberbio ejemplar de la ganadería portuguesa de Paliza en los corrales del Gas
El día 13 de octubre del mismo año, cuando ya nadie se acordaba del «Concha y Sierra», apareció cerca de Ilzarbe. Al intentar recogerlo, el toro se escapó, encontrándolo al día siguiente en Zuazu, donde fue muerto a tiros por la Guardia Civil. Parece ser que el toro veraneó y campó por sus respetos en las frondosidades de los bosques próximos a Osquía, en donde, cual auténtico sultán, se vio rodeado de un sinnúmero de hermosas y frescachonas vacas, que contribuyeron a que pasase una temporada deliciosa. Las consecuencias de aquel idílico veraneo fueron apareciendo posteriormente en los herederos de aquellas mansas y beatíficas vacas: durante varios años fue preciso sacrificar muchos terneros que nacían, por influencias atávicas, tan furos que no había posibilidad de criarlos.
Unos magníficos ejemplares desencajonados en los corrales del Gas. Destaca
el de la derecha por su impresionante cornamenta. (Foto Fidel Veramendi)
Esta huída de seis toros de una misma ganadería tiene una explicación, ya que los toros traídos de lejanas tierras y trasladados en cambretas, siempre venían sin cabestros. Por lo tanto, a los mansos y pastores navarros que aquellas reses extrañaban, se les hacía más difícil su manejo para ser arropados y conducidos. 
Después de aquel accidente, que pudo terminar en tragedia, el Ayuntamiento decidió que desde 1899 los toros andaluces y castellanos se desencajonasen en la antigua fábrica de gas de la Rochapea, preparando al efecto varios corrales. Así es como nació un nuevo festejo sanferminero: el Desencajonamiento. 
5 de julio de 1959. Aspecto del estacionamiento de coches en el Gas con motivo de un desencajonamiento. Eran tiempos en que abundaban los "600" y "Dauphine". La gente
del toro y los elegantes acuden a contemplar el atractivo y bonito espectáculo. (Foto Galle)
Al nuevo espectáculo de contemplar desde cerca la bella salida de las reses bravas de las cambretas a sus corrales, el Municipio lo hizo lucrativo vendiendo cien abonos especiales a dos pesetas cada uno. 
Año 1977. Desde 1960 los toros se desencajonan
en la intimidad con unos pocos testigos
presenciales. (Foto Pío Guerendiáin)
Este festejo, al que asistían en un principio casi exclusivamente los taurófilos, llegó a convertirse a partir de los años treinta en una reunión elegante donde abundaban las mujeres, en las que predominaba más el prurito de exhibir el modelo de última moda que el goce de contemplar el trapío y estampa de las reses desencajonadas. 
Este espectáculo, al que continuaba acudiendo la gente del toro además de los snob, desapareció en 1960 como espectáculo público, suprimiéndose con él uno de los números más atractivos que preludiaban los Sanfermines. 
A partir de 1960 los desencajonamientos se realizan a puerta cerrada y en presencia de unos pocos testigos. De esta última etapa hay que reseñar que el 30 de junio de 1979, al salir de la cambreta «Flautero» de la ganadería de Pablo Romero, negro bragao y coletero, hirió de caracter muy grave a Florentino Huarte, empleado de la Casa de Misericordia, infiriéndole cuatro cornadas en gluteos, abdomen, perineo y tórax. 
1914. Seis preciosos ejemplares de la ganadería navarra de
Alaiza de Tudela en los corrales del Sario (Foto Roldán) 
¿Hasta cuándo se encerraron toros en los corrales del Sario? 
La última corrida que se encerró en el Sario fue en 1929. Las reses pertenecían a la ganadería navarra de Alaiza. Eran seis magníficos ejemplares que se lidiaron en una corrida de prueba extraordinaria. 
Como anécdota reseñamos los nombres de aquellas seis bravas reses, según la prensa, «una señora corrida»: «Mosquitero», «Matraquillo», «Notario», «Tranquilo», «Perdigón» y «Mejicano». 
Así era el espectáculo del desencajonamiento antes de 196 (Foto Pío Guerendiáin)

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