Impresionante fotografía del interior de la churrería de «La Mañueta» en el momento que extraen de la caldera una rosca de churros. Foto Pío Guerendiáin |
El dato más antiguo que hemos
conseguido es del año 1865. En aquel tiempo, en la «Bajada de San
Agustín» (como así se llamaba entonces a la actual calle de
«Javier [San Francisco]»), en la casa número 4, se estableció un
tal José María Ruiz. También en el mismo año, Faustino Zaragoza
hizo lo propio en la casa número 38 de la calle de San Gregorio. El
título de ambas tiendas era el de «ROSQUILLEROS Y BUÑOLEROS»,
aunque algunos días de la semana elaboraban también churros.
Pero antes, ya desde finales del siglo
XVIII y principios del XIX, se comienzan a ver algunas
barracas en el Salón Viejo de la Taconera (hoy Paseo Sarasate) y a instalarse algún
puesto modesto de churros en el día de San Juan.
Ahora bien, la
pequeña historia de las churrerías en Pamplona se inicia hace 121
años con la primera churrería de prestigio y calidad que, además, ha llegado
hasta nuestros días.
La Mañueta
La Mañueta Pío Guerendiáin, años 70 |
El 13 de diciembre de 1872, llegó
procedente de Cintruénigo, Juan Fernández con su esposa instalando
una churrería en el número 13 de la calle Curia. Unos años más
tarde, en 1890, se trasladaron a la calle Mañueta, en donde continúan
en la actualidad. A Juan, fundador de «La Mañueta», le sustituyó
su hijo Elías y su esposa doña Fausta, a éstos le sucedieron su
hija Paulina y su esposo don José Elizalde.
La castiza churrería
continúa en la actualidad con la estima que ganaron durante 121 años
de trabajo y honradez, manteniéndola con un grupo formado por los
padres e hijos, todos licenciados universitarios, con el orgullo de
sustentar el prestigio que consiguiera aquel cirbonero con su esposa
y sus sucesores, alcanzando tan alta estima.
Eran tiempos en que la
docena de churros, bien grandes y gruesos, se vendía la docena a 30
céntimos y la rosca entera a 1 peseta.
En estos últimos años «La
Mañueta» abre los domingos y días festivos desde octubre hasta
mediados de diciembre. Después cierran hasta la primavera en que se
abre domingos y días festivos hasta después de Sanfermines.
La Estrella
Inge Morath 1954 Calle Eslava letrero -estrella de 12 puntas (mitad de la imagen, arriba)- de la Churrería La Estrella (pincha) |
Pocos años más tarde, en 1876, se
empadronaron en Pamplona, procedentes de la Rioja, un matrimonio
compuesto por Gaspar Roa (¡entrañable Joaquín!) y su esposa Inés. Pronto se instalaron en
una casa en la Belena de las Pellejerías comprendida entre la
entonces calle de Pellejería y la calle Mayor, en sus números
pares. Tres años más tarde, al Ayuntamiento decidió ensanchar las
Belenas y en 1879 mandó derribar las casas del lado izquierdo, según
se mira desde la Plaza de San Francisco hacia la calle de los
Descalzos. Cuando llegó el 10 de marzo de 1883 se aprobó hacer
desaparecer los títulos de las belenas y dar a la nueva vía el
nombre de Don Hilarión Eslava.
Familia Roa en las barracas primer Ensanche, junto a la Ciudadela SF 1920-29 |
Aquel matrimonio riojano se
estableció instalando una churrería en la planta de su casa,
poniéndole el pomposo y bonito título de «La Estrella». En los
primeros años, Inés le ayudaba en la churrería, pero pronto fueron
adquiriendo renombre y clientela suficiente para precisar algún
empleado. Pronto «La Estrella» y «La Mañueta» fueron, hasta hace
poco tiempo, las más renombradas en nuestra ciudad.
Año 1912.-Las ferias en el Ensanche Viejo. Un churrero, con el tejeringo, inyecta la pasta que, frita, se convertirá en sabrosos churros |
La Juliana
Después de la Guerra
Carlista, en donde hoy está la calle del General Chinchilla, se
instalaron aproximadamente una docena de modestas barracas, entre las
cuales destacaba la llamada «Churrería de la Juliana». Con el
tiempo, la buena de la Juliana prosperó y trasladó su negocio a la
calle Comedias, y el 13 de junio del año 1900 volvió a llevar la
churrería a la casa número 20-22 de la calle de San Nicolás.
Churrería de Garjón y Ros
En 1882,
Lorenzo Garjón y Ros tenían una churrería estable en la Cuesta del
Palacio, aunque hay datos de que ya montaban, desde hacía años, una
churrería en las Barracas por las fiestas de San Fermín.
Churrería de Balbino
Cuando piensa uno
que tiene todo completo, salta la liebre en una foto antigua que
posteriormente se extiende a dos. La sorpresa fue al leer en la parte
posterior de una foto de 1907, el siguiente texto: «Churrería de la
Zapatería» (la de Balbino), y en otra foto de 1902, pude descifrar
con paciencia y lupa de gran aumento, este otro texto: «Churrería
Balbino de la calle Zapatería». Así, sin revolver ningún Archivo,
dí con pruebas seguras de que a principios del presente siglo
existió un churrero que se llamaba Balbino, que tenía una churrería
en Zapatería y que por lo menos le duro el negocio del año 1902 a
1907, ambos inclusive.
Año 1907.-Parte posterior de la churrería de Balbino, el de la calle Zapatería |
Las churrerías a principios del siglo
XX
Año 1916.—Varios churreros friendo roscas. Foto Roldán |
Aquellos tiempos no cambiaban, la mayoría existentes en Pamplona,
cuando llegaban las fiestas, instalaban churrerías en las Barracas.
Después de los fuegos artificiales, todos a las Barracas. En
aquellos años la mayoría de los churreros instalaban, detrás de la
churrería, toldos para prevenir posibles borrascas o tormentas que
con tanta facilidad se desencadenaban. También colocaban veladores y
sillas plegables, en las que servían con los churros, copitas o
vasos de anís, entonces el licor que más se bebía. Eran tiempos
que por una peseta se servía una rosca de aquellos gruesos churros.
Después de los años veinte de nuestro siglo, iban cambiando las
churrerías: en lógica competencia, restauraban y repintaban sus
casetas, instalaban esferas recubiertas de espejos de colores,
algunas, además de los manguitos blancos y limpios que usaban
siempre, hasta se ponían impolutos gorros albos; más tarde
aparecieron los megáfonos, la profusa iluminacion, las patatas
fritas, se suspendió la venta del anís, desaparecieron los
veladores, los hornos de piedra o ladrillo en los que se freían en
aceite hirviendo aquellas roscas, que el sufrido churrero inyectaba
con el tejeringo, mientras soportaba con resignación el insoportable
calor del aceite. Igualmente desapareció aquel Ensanche Viejo
terroso, sin términos medios, o se asaban por el calor bochornoso o
por el viento violento se llenaban de polvo, o si llovía el lodazal
cubría el suelo y si había calma, el ambiente se llenaba de olor a
aceitazo frito.
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