Mercenario (CyS), en 2019. 10 años. Semental. Vive más y mejor que Borrego |
La escapada, en 1898, de los toros de Concha y Sierra, especialmente la de Borrego, no se puede despachar en cuatro líneas. De sus consecuencias se percató enseguida Ricardo Ollaquindia, quien tuvo el buen gusto de aderezar su narración con el magnífico relato literario de García Serrano, a quien ponemos algún pero.
Por rarezas in itinere
«Borrego», nº 17, colorado, de Concha y Sierra,
se escapó al monte el 10 de julio de 1898
y en noviembre fue muerto a tiros por la Guardia Civil.
Antecedentes del suceso (tomados de un informe publicado en el «Diario de Navarra» el 7 julio 1948 y elaborado con datos difundidos en su tiempo por «El Eco de Navarra»):
«Ocurrió que en la Feria de Abril (de 1897) fueron objeto en la plaza de Sevilla los toros navarros que en ella se lidiaron (carriquiris o lizasos) de la hostilidad del público, que llegó en su repulsa a protestar y a hacer que se foguease algún toro. Esto sentó muy mal aquí por considerarlo injusto y soliviantó un poco a los mayorales de ambas ganaderías, que eran los hermanos Zapatería».
"Carriiquiris" lidiados en Pamplona el año 1908 |
Cómo se provocó la escapada:
Vuelta del Castillo en 1840. Óleo de Juaristi 1930 |
Los historiadores dicen que no tuvieron la culpa los mansos, que la espantada fue provocada. Don Luis del Campo escribió que, «llegados los Sanfermines (de 1898) y temiendo determinado grupo de gentes que los toros andaluces volvieran a resultar bandera, y deseosos de vengarse a su manera (del fogueo de los toros navarros), cuando los Concha y Sierra atravesaban la Vuelta del Castillo, unas hojalatas manejadas con habilidad, o cajas semejantes a bidones de gasolina con piedras dentro, armaron tan fuerte estrépito que se desmandaron los seis astados».
Busca y captura de los toros escapados:
1914. ganadería navarra de Alaiza de Tudela
en los corrales del Sario (Foto Roldán)
|
A cuatro consiguieron localizar aquella misma mañana en un trigal de la Cendea de Olza, muy cerca de Zuasti, entre los pueblos de Ordériz y Aldaba. De allí se fueron estos cuatro toros hacia Valdeollo, en donde al fin pudieron ser recogidos y arropados por los cabestros, que los condujeron de nuevo a los corrales del Sario. Otro toro fue encontrado en el prado de la Cadena, cerca de Miluce, que fue el camino que llevaron los toros en su huida.
De Huarte Araquil (izda) a Irurzun (dcha) Zuazu, punto rojo (pincha) |
Aventuras de «Borrego»:
Desfiladero de Osquía |
Quién fue el «matador» y cómo se realizó la «suerte»:
«Pasados los meses de calor, el otoño trajo los primeros fríos de la invernada -en octubre nevó aquel año- y el pobre toro se sintió helado y despreciado de sus compañeras las vacas, que instintivamente abandonan los montes para volver a los establos de donde proceden. El pobre «Borrego» se decidió a salir al llano, y el 10 de noviembre al mediodía apareció cerca de la estación férrea de Villanueva de Araquil, adonde dio la casualidad que acababa de llegar en comisión de servicio una pareja de la Guardia Civil de Irúrzun, compuesta por el cabo Pío San Martín Pérez y el guardia primero Tomás Aramendía Echávarri.
En cuanto los guardias vieron el toro, al que ya perseguían de tiempo atrás, se echaron los fusiles a la cara, al mismo tiempo que el animal, dando un respingo, volvía grupas hacia Zuazu. Tras él salieron los guardias y al fin, a unos 200 metros de dicho pueblo, el toro les hizo cara. Los guardias, convenientemente resguardados en los troncos de dos árboles, le dispararon con mano firme y a poco caía muerto el travieso "Concha y Sierra", como fulminado por un rayo, por un certero tiro del cabo, que le dio en la parte central de la testuz y cayó como descabellado».
Proyección literaria del protagonista:
El toro «Borrego» ha pasado de la historia a la leyenda. Rafael García Serrano le ha hecho héroe de una novela corta, titulada «Cronicón de Borrego Tenorio». En ella se cuentan aventuras de amor vacuno, peripecias de sustos aldeanos y el desenlace final, fatal, mítico. He aquí algunos párrafos, a guisa de resumen antológico.
«De julio a noviembre de 1898 la Barranca se vio turbada por las hazañas fenomenales de aquel extraordinario Borrego. Un gran tema de conversación descendía sobre los caseríos silenciosos, sobre las tareas de los pueblecillos, sobre las cocinas enfogaradas, sobre las tascas campesinas, sobre los feriales. Un maná parlanchín sobre la Barranca.
Borrego se divertía de lo lindo. Volteaba paisanos, se disfrazaba de buey, daba sustos en las encrucijadas, aparecía inopinadamente en los prados, corneaba castaños, amagaba a los borriquillos, resoplaba furibundo cerca de los frontones, interrumpía plácidas tertulias con bramidos a los que ya sabía dar un tono misterioso, casi de ultratumba.
En la Barranca no ha habido jamás fantasmas, y Borrego, con su imaginación meridional, llenaba de literatura escocesa aquella tierra seria y trabajadora en la que apenas se leía el periódico. Su cabeza estaba pregonada como la de un bandolero de tronío, y como a éste, le protegían los humildes negándose a facilitar pistas a la autoridad competente. Con Borrego, galante-guerrillero, los aldeanos se ahorraban el semental.
Los centros policiales seguían su rastro con la nariz pachona de los detectives. La Guardia Civil batía los caminos. No se llegó, sin embargo, a exigir la documentación. La Barranca se hallaba en estado de alarma y en las esquinas de las casas y en las tabernas y en los cruces de las carreteras y en el tablón de anuncios de los Ayuntamientos, un cartel daba a conocer las señas del perseguido, recién recibidas por telégrafo. El Estado buscaba un toro.
Julio, agosto, septiembre y octubre. Hasta que noviembre le trajo el viento de la muerte. El cabo Centellas, de la Guardia Civil, manos y ojos de buen tirador, le madrugó con un balazo en el ojo. Entonces se dobló al destino y agotó la vida rodando hasta la cuneta. No hubo mulillas jacarandosas, bien ajaezadas, con campanillas de plata y lazos de colores en la cola.
A Borrego, estofado, se lo merendaron en el cuartel*.
¡Bah! Se comían un mito y les sabía bueno.
Sucedió en el año de 1898».
[* No, don Rafael. Dicen que la realidad, a veces, supera a la ficción y ésta es una de ellas.
Los guardias civiles Pío San Martín y Tomás Aramendía no creo que se comieran en estofado -y menos displicentemente- a Borrego porque, aunque el Ayuntamiento de Pamplona, propietario del toro, regaló la carne a los guardias que le dieron muerte, el teniente de la línea, Sr. Laborde, al tener noticia de ese rasgo generoso, ordenó que el donativo se repartiera entre las familias pobres de Zuazu.
Pero no quedó ahí la cosa. Tres vecinos de Huarte Araquil -conocedores de las intenciones del teniente- presentaron un escrito al Ayuntamiento pamplonés en el que adujeron razones para demostrar que, con arreglo a la Ley de Caza, correspondía que se premiara a los que habían intervenido principalmente en la captura del toro «Borrego». Firmaban el escrito Cecilio Garayalde, Miguel Gorriti y Miguel Razquin.
Ahora, en el siglo XXI (y desde el último cuarto del XX), este gesto hacia los guardias de los tres vecinos de Huarte Araquil, con sus nombres y apellidos, nos suena a música celestial. Y más digno de mención que quiénes fueron, finalmente, los que degustaron al toro Borrego.]
Consecuencias del suceso:
Se construyeron los corrales del Gas y se fijó el recorrido del encierrillo. Para evitar la repetición de hechos y peligros como los acaecidos, «desde el año siguiente de 1899 se habilitaron corrales de madera en la antigua fábrica del Gas» para encerrar allí las corridas traídas para las fiestas de San Fermín.
Asimismo, desde 1899, el encierrillo se limitó al traslado de las reses desde el Gas hasta el baluarte de Rochapea.
A partir de entonces, y tras unos años en que siguieron encerrándose en los corrales del Sario los toros de las ganaderías navarras, se fue perdiendo la costumbre de conducirlos a la antigua usanza, con vaqueros a caballo y tropel de cabestros, por el siguiente trayecto: corrales de junto a la carretera a Tafalla, soto del Sadar, puente del camino que viene de Cizur Menor, pradera de la Fuente del Hierro, último tramo de la Vuelta del Castillo, Cuesta de la Reina, pasada ante el Portal Nuevo, bajada de Curtidores y subida al baluarte de Rochapea.
«Y esto se hacía entre dos luces, al rayar el alba, cuando apenas salían a su encuentro media docena de los diez y ocho, contando los «chicos de la Prensa,,, que trasnochaban en Pamplona, ¡aunque fueran fiestas! El ruido, el encierrillo de la noche víspera de la corrida, y el estrépito de vorágine de los encierros es de ahora (escrito en 1948), de pocos años a esta parte».
«De julio a noviembre de 1898 la Barranca se vio turbada por las hazañas fenomenales de aquel extraordinario Borrego. Un gran tema de conversación descendía sobre los caseríos silenciosos, sobre las tareas de los pueblecillos, sobre las cocinas enfogaradas, sobre las tascas campesinas, sobre los feriales. Un maná parlanchín sobre la Barranca.
Borrego se divertía de lo lindo. Volteaba paisanos, se disfrazaba de buey, daba sustos en las encrucijadas, aparecía inopinadamente en los prados, corneaba castaños, amagaba a los borriquillos, resoplaba furibundo cerca de los frontones, interrumpía plácidas tertulias con bramidos a los que ya sabía dar un tono misterioso, casi de ultratumba.
En la Barranca no ha habido jamás fantasmas, y Borrego, con su imaginación meridional, llenaba de literatura escocesa aquella tierra seria y trabajadora en la que apenas se leía el periódico. Su cabeza estaba pregonada como la de un bandolero de tronío, y como a éste, le protegían los humildes negándose a facilitar pistas a la autoridad competente. Con Borrego, galante-guerrillero, los aldeanos se ahorraban el semental.
Los centros policiales seguían su rastro con la nariz pachona de los detectives. La Guardia Civil batía los caminos. No se llegó, sin embargo, a exigir la documentación. La Barranca se hallaba en estado de alarma y en las esquinas de las casas y en las tabernas y en los cruces de las carreteras y en el tablón de anuncios de los Ayuntamientos, un cartel daba a conocer las señas del perseguido, recién recibidas por telégrafo. El Estado buscaba un toro.
ATENCION
Colorado. Sardo en blanco. Cara blanca.
Bien armado de pitones y astillado del
derecho. De nombre Borrego. Lleva el
número 17 y el hierro se compone de las
letras C y S enlazadas.
Julio, agosto, septiembre y octubre. Hasta que noviembre le trajo el viento de la muerte. El cabo Centellas, de la Guardia Civil, manos y ojos de buen tirador, le madrugó con un balazo en el ojo. Entonces se dobló al destino y agotó la vida rodando hasta la cuneta. No hubo mulillas jacarandosas, bien ajaezadas, con campanillas de plata y lazos de colores en la cola.
A Borrego, estofado, se lo merendaron en el cuartel*.
¡Bah! Se comían un mito y les sabía bueno.
Sucedió en el año de 1898».
[* No, don Rafael. Dicen que la realidad, a veces, supera a la ficción y ésta es una de ellas.
Los guardias civiles Pío San Martín y Tomás Aramendía no creo que se comieran en estofado -y menos displicentemente- a Borrego porque, aunque el Ayuntamiento de Pamplona, propietario del toro, regaló la carne a los guardias que le dieron muerte, el teniente de la línea, Sr. Laborde, al tener noticia de ese rasgo generoso, ordenó que el donativo se repartiera entre las familias pobres de Zuazu.
Pero no quedó ahí la cosa. Tres vecinos de Huarte Araquil -conocedores de las intenciones del teniente- presentaron un escrito al Ayuntamiento pamplonés en el que adujeron razones para demostrar que, con arreglo a la Ley de Caza, correspondía que se premiara a los que habían intervenido principalmente en la captura del toro «Borrego». Firmaban el escrito Cecilio Garayalde, Miguel Gorriti y Miguel Razquin.
El Gas, a principios del XX |
Consecuencias del suceso:
Se construyeron los corrales del Gas y se fijó el recorrido del encierrillo. Para evitar la repetición de hechos y peligros como los acaecidos, «desde el año siguiente de 1899 se habilitaron corrales de madera en la antigua fábrica del Gas» para encerrar allí las corridas traídas para las fiestas de San Fermín.
Asimismo, desde 1899, el encierrillo se limitó al traslado de las reses desde el Gas hasta el baluarte de Rochapea.
Fines del siglo XIX. Puerta externa portal de
la Rochapea, con su puente levadizo. Al fondo,
el corralillo de los toros. (Foto José Ayala)
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«Y esto se hacía entre dos luces, al rayar el alba, cuando apenas salían a su encuentro media docena de los diez y ocho, contando los «chicos de la Prensa,,, que trasnochaban en Pamplona, ¡aunque fueran fiestas! El ruido, el encierrillo de la noche víspera de la corrida, y el estrépito de vorágine de los encierros es de ahora (escrito en 1948), de pocos años a esta parte».
3 comentarios:
Como siempre la guardia civil de servicio solucionando los desaguisados de otros
Como siempre ocurre de pasada, hablando de son Porfirio se acaba dando con la identidad del "Cabo Centellas". ¡Menudo lío se habría organizado hoy con la mala leche, la ley de caza, el donativo a la Benemérita y a los necesitados.
"Julio, agosto, septiembre y octubre. Hasta que noviembre le trajo el viento de la muerte. El cabo Centellas (padre de don Porfirio), de la Guardia Civil, manos y ojos de buen tirador, le madrugó con un balazo en el ojo. Entonces se dobló al destino y agotó la vida rodando hasta la cuneta. No hubo mulillas jacarandosas, bien ajaezadas, con campanillas de plata y lazos de colores en la cola.
A Borrego, estofado, se lo merendaron en el cuartel"
Gracias, J.A. Zubiaur
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