En principio, la fotografía retrata fielmente la realidad social. Pero, cuando la fotografía es publicada o, mejor, recibe un premio, desde ese momento, esa fotografía empieza a modificar la realidad retratada, arrastrándola hacia el tema que ha sido fotografiado.
Lo que le pasa a la fotografía publicada o premiada, le sucede al cartel de fiestas: ha sido seleccionado por un jurado como el mejor de ese año, como el modelo a seguir, y desde entonces influye en la realidad social. Como ejemplo, esa parte del cartel de 1900, de Prudencio Pueyo, nos indica cómo vestían hombre y mujer, lo normalizada que estaba la bandera de España en la Plaza Vieja... Y nos lo propone como un modelo a seguir.
Tras estas consideraciones de sentido común, resulta difícil entender la ausencia total del euskera desde aquellos carteles de la 1ª mitad del siglo XIX (1846), nada menos que hasta 1979.
Si fotos y carteles retratan la realidad, ¿qué pasa, que entonces no se hablaba vasco en Pamplona? Seguramente más que ahora y sin ninguno de los millones que hoy se gastan.
1932 Leocadio Muro. Mucha corona mural (orla y coronas), pero nada de euskera |
Como veis por las fechas, Franco -quien, por cierto, tuvo como profesor de euskera a Dionisio Ayestarán- no fue el culpable de los 133 años sin una sola palabra en vasco en el Cartel de San Fermín.
Lo que pasó fue que nadie, ni siquiera periódicos ultranacionalistas como La Voz de Navarra, reclamó la presencia del euskera en el cartel de fiestas de la -para ellos- capital de Euskalerría. Tampoco en los años de la II República, cuando tanto interés pusieron por colocar a los Reyes europeos la corona mural, pero ningún apoyo para el euskera en el cartel:
La Voz de Navarra 10 marzo 1932. EN LA CASA CONSISTORIAL Durante toda la tarde y primeras horas de la noche de ayer, cientos y cientos de pamploneses se acercaron a la Casa Consistorial para admirar los bocetos presentados al concurso para elegir el cartel de feria, que habían sido colocados -por cierto, con mucho gusto- en las escaleras principales. El público examinaba los bocetos y exponía sus gustos y pareceres. Pudimos observar que una numerosa mayoría de pamploneses coincidían con la Comisión municipal de Fomento, al apreciar que el boceto más apropiado para anunciar nuestras tradicionales fiestas, era el cartel premiado. Esto lo hacemos constar para satisfacción de la Comisión de Fomento, que eligió el cartel, y en elogio de nuestro querido amigo, el joven y ya notable pintor Leocadio Muro, autor afortunado del cartel.
1846 Imprenta de López; 1884 Eduardo Portabella; 1900 Prudencio Pueyo |
Mirando por encima los tres carteles vemos que las palabras más destacadas son Pamplona y San Fermín. La expresión "la vieja Iruña", que en la hemeroteca ya aparece en 1890, no consigue verse reflejada en los carteles de fiesta hasta 1979: "Pamplona/Iruña".
Años de confusión
1979 Juan Gómez; 1985 Xabier Idoate; 1987 Javier Oyarzun Echandi |
Si en 1979, por fin, había aparecido en la cartelería el nombre tradicional vasco de la ciudad, coincidiendo con la denominación oficial (Pamplona-Iruña), la alcaldía de Balduz (1979-87) trajo una década de confusión total:
- en 1980 se suprimió el tradicional "Iruña" para sustituirlo por el batúa Iruñea, recomendado por Euskaltzaindia (Real Academia Vasca). La nueva moda continuó en los años 81, 82, 83 y 84.
- en 1985, Xabier Idoate continuó con el "Iruñea", pero lo colocó por delante de "Pamplona"; ´sustituyó "fiesta" por "jaia" y colocó el mes en vasco por delante del castellano. Estas alteraciones de orden siguieron en 1986.
- en 1987, el listo de la clase nos quiso convencer de que el nombre de "Pamplona", en vasco, no era ni Iruña ni Iruñea, sino "Iruinea", eliminando esa "eñe" tan tradicional (Ermitagaña, Azpilagaña...) de la Cuenca de Pamplona.
- 1988, 89 y 90 (ya con Chorraut) volvieron al Pamplona-Iruñea del 80-84
- y por fin, en 1991, ya con Jaime, se impuso definitivamente el Pamplona-Iruña del 79, que sigue siendo hoy la denominación oficial de nuestra ciudad.
1 comentario:
Permítanseme ciertas puntualizaciones sobre esto que se escribe: "Tras estas consideraciones de sentido común, resulta difícil entender la ausencia total del euskera desde aquellos carteles de la 1ª mitad del siglo XIX (1846), nada menos que hasta 1979.
Si fotos y carteles retratan la realidad, ¿qué pasa, que entonces no se hablaba vasco en Pamplona? Seguramente más que ahora y sin ninguno de los millones que hoy se gastan".
A veces, sin darnos cuenta, nuestro propio discurso cae en los mismos prejuicios de aquellos que los defienden irracionalmente. Y es que es perfectamente inteligible la ausencia total del euskera en esos carteles del siglo XIX. Y si para alguien no lo es, se debe a que participa de las mismas pseudocategorías muy pregnantes en el presente, como es, por ejemplo, esa dicotomía de lo normal/anormal lingüísticamente, o lo ideológico-políticamente propagado como "normalización lingüística", presuponiendo una situación previa "anormal", respecto al uso de ciertas lenguas regionales. Sólo desde una abstracción o reduccionismo o fundamentalismo filológico (a un filólogo, como tal, todas las lenguas le parecen igual de funcionales, valiosas, abstrayendo cualquier otra realidad entretejida con tales lenguas, solo las valora por el sólo hecho de ser lenguas, da igual que sea el latín o el hotentote), puede extrañar tal circunstancia del XIX. Por no decir, otras abstracciones que se hacen (y estas dicotomías sí que son objetivas y ofrecen un mapamundi potente para entender aquella época) de distinciones fundamentales como: lenguaje hablado/lenguaje escrito. Dentro de lo oral, lenguaje coloquial/lenguaje culto, y en estrecha relación la distinción rural/urbano (y entre las diversas clases sociales, diferentes edades, entre hombres y mujeres...). Y voy a citar un botón de muestra entre los abundantes argumentos existentes para calibrar aquella realidad: ¿es acaso comparable el vascohablante natural del XIX, en el marco siempre de la población rural, que sí, se expresaba predominantemente en alguno de los dialectos euskéricos (por tendemos a hablar en singular, tal vez por influencia del "esperanto" vasco fabricado en el laboratorio de Euskaltzaindia"), pero cuya lengua preferida era claramente el castellano (si no, que se lo pregunten a Julián Retegui, o a Fernando Arreche, que nunca educaron a sus vástagos en euskera, por haber vivido precisamente en carne propia las limitaciones derivadas de usar una lengua regional, frente a una lengua imperial como el español, que hoy mismo puedes hablar con toda naturalidad con habitantes de Manhattan, o con los 60 millones de hispanohablantes en el corazón del imperio; y la actitud de los pelotaris puede extenderse a toda la población rural de antaño), digo, es comparable con la de un hablante administrado de vasco unificado del presente, ideologizado hasta la náusea de vasquismo, hasta el punto de constituirse en hispanófobo? Hay que decir, que el español ha ido de la población a la administración, a diferencia de la lengua regional, que va de la administración a la población (precisamente a base de millones de euros al servicio de planes y programas ideológico-políticos enormemente artificiosos respecto a políticas lingüísticas), por imposición "normalizadora", por considerarla lengua "propia" (cuando la habla una minoría, como si lo propio excluyera lo común, como es el español, que la hablan todos). Por cierto, no olvidemos que los carteles lo son de la urbe, de la administración pública, y los dialectos del euskera han sido siempre del agro, no de la urbe. En fin, esto daría para desarrollarlo muchísimo más, pero basten estos pequeños apuntes.
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