lunes, 6 de mayo de 2024

El cable de la muerte (I)

Sin duda se trata de la barraca más surrealista y artesanal que ha pasado por Pamplona. El artefacto de Estanis Juanmartiñena sólo funcionó durante los Sanfermines de 1943, ya que causó más heridos que todos los encierros de aquel año

El cable de la muerte
Pudiera parecer, que con el avance de la tecnología la calidad y el «gancho» de los aparatos modernos va en aumento. Sin embargo, a principios de los años cuarenta, una de aquellas atracciones realizada con muy pocos medios pero mucha imaginación, logró calar de tal modo entre el público pamplonés que se puede afirmar que fue la nota más destacada de aquellos Sanfermines.
Me estoy refiriendo al «Cable de la muerte», un artilugio del que todavía se acordarán los mayores, por el revuelo y la expectación que consiguió en su efímera existencia.
Para encontrar el origen de tan curiosa novedad, hay que remontarse a los comienzos de los años treinta. En esta época, un excelente y aficionado pelotari y futbolista navarro, Estanis Juanmartiñena, la comenzó a poner en práctica en Zuasti, su localidad natal.
Sitna 1927-31 y 2023. Charca, hoy desecada en el paraje El Monte
El invento de Estanis consistía en lo siguiente: Desde lo alto de un árbol lanzaba un cable y lo cruzaba por encima de un pequeño lago que había en su pueblo, atando el otro extremo del cable en otro árbol más pequeño. Desde lo alto del árbol grande se lanzaba, colgado de una polea que rodaba sobre el cable, y cuando estaba aproximadamente sobre el centro del lago, se dejaba caer como Tarzán.
Marín, Manolete, Bienvenida y Archanco (alcalde)
Todos sus amigos probamos aquellos chapuzones desde lo alto del cable. Estanis al comprobar el éxito que tenía su «Cable de la muerte» entre todos los que lo probaban, decidió ponerlo en práctica en los Sanfermines de 1943. Precisamente aquel año, el día 7, fue la alternativa de Julián Marín alternando con Pepe Bienvenida y «Manolete», con toros de Samuel Hermanos.
No obstante, la peligrosa novedad de las fiestas de aquel año, duró muy poco. Al año siguiente no se instaló debido sobre todo al balance de accidentes que ocasionó. Nada menos que 46 personas sufrieron heridas de más o menos consideración tras probar suerte en el «Cable de la muerte». Éste, curiosamente, restó protagonismo al encierro, y durante aquellas fiestas fueron más los que pasaron por la enfermería a consecuencias de los golpes que recibieron en aquella atracción de las Barracas, que los que tuvieron algún percance en el encierro.
Os pongo el NO-DO de aquel año, con unas intervenciones magistrales del pastor Germiniano Moncayola, quien con su vara y su blusa se lleva a los toros sueltos con pasmosa facilidad:
Por supuesto, aquella novedad tenía que provenir de una persona especial, como era Estanis Juanmartiñena. De espíritu aventurero y muy habilidoso, para jugar a pelota y fútbol como para llevar a cabo en sus geniales ideas que Estanis ya había puesto en práctica con anterioridad. Ahora, que Estanis nos dejó para siempre (q.e.p.d.), puedo decir de él, que era muy religioso, amante de su familia y un modelo de honradez y amor al prójimo. 
Con Basiano y su perrica, en Yesa 1950-54
En Yesa, por ejemplo, se le ocurrió instalar una cuerda floja en la que se subía y, ante la mirada atónita de los curiosos, hacía de equilibrista consumado. En Peralta llevó a cabo otra genial idea, en la que intervine y recibí varios tozolones: el «skipajódromo». El invento consistía en llenar una era, o sitio parecido, con paja, ponerse unos skis, que se los había fabricado él mismo, atar una cuerda a su coche y agarrado al extremo de la misma, el «esquiador» intentaba sortear las dificultades que ocasionaba la velocidad y los giros que lanzaban al «skiador» al quinto diablo. Por supuesto, la mayoría de las veces el osado de turno acababa en el botiquín. Lo sé por experiencia.
Cuando comenzaron las fiestas, todo el público que se acercaba al ferial, que entonces se encontraba en el Ensanche Viejo, entre el Colegio de los Maristas y las murallas de la Ciudadela, hoy Avenida del Ejército, se quedaba atónito ante el montaje de Estanis Juanmartiñena. 
Había instalado una torre de madera, de una altura equivalente a la de un cuarto piso, desde donde todo el que quisiera podía deslizarse ayudado por una polea con dos asas colocada en lo alto del cable. Previo pago de una cantidad de dinero -quince céntimos o un real, no recuerdo exacto-, los más valientes podían experimentar la emoción y el peligro que suponía lanzarse desde semejante altura, hasta el final del cable, donde Estanis había instalado unos almohadones a modo de parachoques.
Los primeros metros de recorrido del cable caían en el vacío, por lo que eran muchos los que no se libraban de un buen golpe nada más iniciado el peligroso viaje. El tirón sufrido al caer en el vacío y el posterior golpetazo, más que desanimar a la concurrencia, le animaba a probar suerte. Pero incluso, quien lograba quedarse asido a las asas colocadas para tal efecto, no podía impedir el golpe final contra los almohadones protectores. Eso sí, siempre con las piernas abiertas.
El día que se inauguró el «Cable de la muerte» se corrió el rumor de que habían instalado un aparato en el ferial que ya había ocasionado más de una muerte. Esto no era cierto. Ante el peligro que suponía la caída desde semejante altura, Estanis Juanmartiñena colocó una red protectora, pero como la altura desde donde se caía era más que considerable, esta protección no servía para nada. Por eso, posteriormente, se pusieron encima de la red ocho toldos de otros tantos vagones del ferrocarril que habían sido previamente cosidos unos con otros.
En definitiva, el creador de aquella famosa atracción del ferial pamplonés, tenía una obsesión permanente: llevar a cabo proyectos que divirtieran, pero que también tuvieran su índice de emoción. El «Cable de la muerte» a pesar de durar solamente un año por imposición gubernativa, será recordado por todos los que en 1943 éramos jóvenes, como aquel artilugio ideado por un hombre genial y habilidoso, que tantos buenos y divertidos momentos nos hizo pasar... a pesar de las magulladuras y de un corte en una mano producido por un hilo del cable de acero.
A continuación vamos a incluir el texto de una graciosa, pero verídica reseña del dicho «Cable de la muerte», que añade, con gran gracejo, la versión de un gran amigo, que se llama Vicente y se firmaba «KATONTXU». Hemos suprimido los tramos ya recogidos.
J. J. Arazuri Historia Sanfermines

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