sábado, 11 de mayo de 2024

¿Todo esto para aquello?

Goyo, al servicio de los donostiarras, en el María Cristina.1991/ USOZ
El artículo de Emilio Alfaro está muy bien, pero tiene un olvido imperdonable: la continuidad del terrorismo hasta casi 2012 y los asesinatos selectivos fueron un arma eficacísima para "adelgazar" el número de votantes, especialmente del PP, por las decenas de miles de personas que tuvieron que dejar el País Vasco y Navarra. El asesinato de Gregorio Ordóñez, por ejemplo, impidió que éste fuera alcalde de San Sebastián.

¿Todo esto para aquello?                                                               Emilio Alfaro
En la Biblioteca Municipal de San Sebastián. UNANUE
La izquierda abertzale pudo haber tenido los resultados de las elecciones vascas mucho antes y, sobre todo, con mucho menos dolor y destrucción.
Aunque hayan pasado más de dos semanas desde el 21 de abril, no se me borra la impresión que me dio ver por televisión la euforia en el campamento electoral de EH Bildu por sus resultados. Era lógica la alegría de los dirigentes de la coalición y de los asistentes a la fiesta por cuanto habían obtenido más votos que nunca en Euskadi, quedándose a menos de 30.000 del PNV y empatados a 27 parlamentarios. 
Pero mi sensación era de tristeza. Una pesadumbre producto de una idea que no podía quitarme de la cabeza: ¿no podría haber alcanzado la llamada izquierda abertzale la misma posición institucional mucho antes y, sobre todo, con mucho menos dolor y destrucción? ¿Fueron necesarios tantos asesinatos, tantos secuestros y atentados, tanta intimidación social para, al cabo de cuarenta años, felicitarse por amenazar la hegemonía del PNV? 
ETA no atacó la Dictadura sino la Democracia
Sí, 340.000 votos son muchos. Pero ya en 1986 Herri Batasuna rozó los 200.000, y es lógico pensar que el desgaste peneuvista en la gobernación y los cambios sociales habrían propiciado un posterior crecimiento electoral. 
El problema es que en 1986, y durante mucho tiempo, HB despreciaba hacer política en el «Parlamento vascongado», concentrando todo su esfuerzo en respaldar la estrategia de ETA para forzar al Estado a negociar la 'alternativa KAS'. Y es sabido que la forma de conseguirlo era poniendo muertos sobre la mesa, obviando la voluntad de la mayoría de ese pueblo vasco al que se pretendía liberar a su pesar. 
Supongamos que la comunidad política que se quedó entonces al margen de la Constitución y el Estatuto de Autonomía, e hizo todo lo posible por boicotear su despliegue, tuviera ciertos motivos para desconfiar de que la reforma de 1978 llegara a buen puerto. A la altura de 1982, no obstante, con la victoria del PSOE y la disolución de ETA político-militar, podía deducirse que la democracia y el autogobierno iban en serio. 
Bildu juega a seguir siendo ETA
Sin embargo, el antecedente político de EH Bildu —más exactamente, de su núcleo, Sortu— prefirió atarse a la teoría del «conflicto político» articulada por el «grupo armado» (¿les suena?), cuyo mantenimiento exigía no hacer política en las instituciones, pero sí en la calle. Y con un único propósito: justificar la idoneidad del terrorismo para alcanzar sus objetivos políticos. 
Y así hasta el 20 de octubre de 2011, cuando, por arte de magia, la violencia que era necesaria para salvar a Euskal Herria de su desaparición dejó de serlo en el «nuevo ciclo» que se abría. 
¿Cuál era éste? Que, arrinconada ETA por la Policía y los jueces, y encaminada la izquierda abertzale a la ilegalidad, Sortu, su nueva reencarnación, descubrió las bondades de las instituciones autonómicas de Euskadi y Navarra y del juego político desarmado. 
No es casual que, tras bajarse del burro, recibiera 277.923 votos en las elecciones vascas de 2012, que ya anticipaba el resultado de ese domingo. Una cifra favorecida por otras adaptaciones, como aceptar los ritmos políticos diferenciados de Euskadi, Navarra y el País Vasco francés, renunciar a la unilateralidad tras el fiasco del 'procés' en Cataluña o involucrarse en la gobernación de España (perdón, del Estado) orillando su perfil independentista para maquillar y hacer olvidar su pasado. 
En eso pensaba al escuchar esa noche los discursos satisfechos del virginal candidato Peio Otxandiano o del más perenne Arnaldo Otegi, ahora con sonrisas y sin prisas: en los casi cuarenta años perdidos desde 1982; en las 510 personas asesinadas por ETA desde esa fecha, con su acompañamiento de dolor y ausencia por parte de sus familias; en el fragor de los coches bomba; en la intimidación de la 'kale borroka', de los secuestros eternos y de la locura aberrante que significó la llamada «socialización del sufrimiento». Y me acordé también de los actos y de las palabras alambicadas que entretanto utilizaba ese mundo para explicar fríamente lo inexplicable y «contextualizar» tales tropelías. 
El ataque de ETA a la economía de su país
no tiene precedentes en Europa
De la misma forma, escuchando en campaña a EH Bildu hablar profusamente de los servicios públicos y de su preocupación por la industria vasca, me vinieron a la cabeza los datos que cuantifican el impacto económico del «conflicto» en una caída del PIB en Euskadi del 25% y del 34% del 'stock' de capital por los daños directos, la deslocalización de empresas y empresarios extorsionados, y la huida de inversiones. Eso era lo que veía la noche del 21 de abril detrás de los resultados de EH Bildu y las caras satisfechas de quienes los celebraban. Todo lo que sucedió en nuestro país de forma gratuita e innecesaria para llegar a un punto que los congregados allí podrían haber alcanzado mucho tiempo antes y con un coste infinitamente más llevadero para la sociedad vasca. Qué desperdicio, me dije, recordando lo que estaba implícito en aquellos votos y en aquella celebración: qué desperdicio de vidas, de futuros; qué desperdicio de años y oportunidades. Dios, qué desperdicio.
Emilio Alfaro, periodista y escritor (Alberdania)

1 comentario:

J-A. Zubiaur II dijo...

Estoy de acuerdo con el comentario introductorio.