domingo, 9 de septiembre de 2018

Seminaristas con fusiles en el Noticias

Domingo 28 de octubre de 2007 Diario de Noticias
Otros curas que no irán a los altares
Entre la polémica de la serie de religiosos que hoy serán beatificados en Roma por su muerte en la represión republicana y los que no lo serán pese a haber muerto a manos de los franquistas, se escapa la dudosa actuación de muchos curas navarros durante la Guerra Civil
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Insólita estampa en la plaza de toros de Pamplona.

NI los 16 sacerdotes navarros que van a ser beatificados hoy en Roma por haber sido asesinados en la zona republicana durante la Guerra Civil ni los tantos otros curas vascos que también fueron fusilados, esta vez en la zona nacional, por los franquistas debido a su adscripción nacionalista. Los que aparecen a continuación son una relación de religiosos que, por acción o por omisión, tuvieron responsabilidades en el apoyo al golpe militar del 36 y a los posteriores fusilamientos que acabaron con la vida de más de 3.500 navarros. Es un hecho constatado ya por todos los historiadores que la Iglesia Oficial legitimó y colaboró con el franquismo. Otra cuestión es la letra menuda con las historias particulares de cientos de religiosos en uno y otro lado del frente (y en ocasiones, con los capellanes militares y requetés en el frente mismo) y sus diferentes actuaciones en unos momentos tan duros donde sólo la conciencia valía. Aquí se reproducen una serie de historias (basadas en diversas publicaciones y testimonios) cuyos protagonistas (desde obispos hasta curas de parroquia) no serían muy dignos de subir a los altares aunque, también hubo otros meritorios comportamientos humanos más acordes con sus creencias a los que se dedica un capítulo final de reconocimiento.
LA CAPITAL
La falta de valor del obispo Marcelino Olaechea
Jimeno Jurío dedicó un capítulo de su libro sobre la Guerra Civil a analizar la actuación del clero. Según relata, "el 9 de noviembre de 1935 hizo su entrada triunfal en Pamplona el nuevo prelado don Marcelino Olaechea Loizaga . Le tocó vivir los meses más intensos de la conspiración y el alzamiento militar. Aunque al clausurar unas Jornadas de Acción Católica en Pamplona (19 de enero de 1936), el prelado recomendó a militantes y propagandistas que evitaran hablar de política, e incluso que se guardaran de exaltar tanto a España 'que parezca que la Religión es un mero medio de sostener la Patria terrena', el 10 de febrero siguiente participó en un solemne acto 'de profundo sentimiento patriótico', celebrado en su palacio episcopal. Un grupo de jóvenes de la Sección Femenina, presidido por Josefina Arraiza de Goñi, y dos unidades falangistas vistiendo la reglamentaria camisa azul y formadas militarmente, fueron recibidas por el vicario general y Olaechea. Bendijo la bandera de la Falange Española; los fascistas besaron el anillo episcopal, recibieron la bendición, desfilaron marcialmente por el amplio pasillo, cantaron elCara al sol y rompieron filas (....)"
"Olaechea guardó silencio durante el primer mes de guerra -prosigue Jimeno Jurío-, rompiendo lo el 23 de agosto, fecha de la solemne procesión con la imagen de Santa María la Real por las calles ciudadanas y de un fusilamiento masivo en la corraliza bardenera de Valcaldera. La prensa publicó una exhortación pastoral invitando a los diocesanos a ofrecer limosnas generosas para quienes combatían 'por la causa de Dios y por España, porque no es una guerra (...) es una Cruzada, y la Iglesia (...), no puede menos de poner cuanto tiene en favor de sus cruzados'. Dos meses más tarde Falange Española celebró en Pamplona el aniversario de su fundación (22 de octubre), con una misa de campaña ante las autoridades y millares de asistentes. El prelado dijo en el sermón que profesaba 'cariño a la Falange por ser obispo, por ser patriota y por ser amante el obrero', rescata Jimeno.
"Durante aquel verano, trágico para millares de familias de campesinos pobres, habían acudido al palacio episcopal sacerdotes y seglares para exponerle el drama de las detenciones, encarcelamientos, ejecuciones y humillaciones impuestas a un sector de la población, solicitando su ayuda. Guardó un silencio tolerante. El pastor no tenía valor para dar la vida por sus ovejas perseguidas; reconoció que no tenía madera de mártir. Vires non habebat (no tenía fuerzas)" , según atestiguaron Marino Ayerra y el propio Iturralde.
"No alzó su voz hasta el 15 de noviembre, menguante ya la locura de las ejecuciones arbitrarias. Lo hizo ese día -recuerda el autor- en la parroquia pamplonesa de San Agustín, con ocasión de la imposición de insignias en favor de la Cruzada. En este discurso pidió que'no se vertiera más sangre que la que quiere el Señor que se vierta, intercesora, en los campos de batalla para salvar a nuestra Patria, la decretada por los tribunales de justicia y no otra sangre'. Por entonces destinó una cantidad para socorrer a los niños a quienes había dejado huérfanos 'una justicia que cumple con su deber', explicaba José María Jimeno Jurío en su libro sobre la Navarra y la Guerra Civil editado por Pamiela.
OLITE
La receta de un párroco que confesaba a las víctimas en lugar de a los verdugos
Olite fue un pueblo que padeció con gran crudeza la represión de 1936 con medio centenar de ejecutados. Al margen de la ideas políticas, la socialización de las tierras tuvo mucho que ver con esto. Curiosamente, dos sacerdotes marcan este periodo. El cura t sociólogo de Beire Victoriano Flamarique fue uno de los principales impulsores a principios de siglo de iniciativas sociales en favor de las clases trabajadoras y campesina: Caja Rural, Electra, Harinera de Navarra, Círculo Católico, Trilladora Sindical, Casa Infantil... Treinta años después, el párroco Antonio Ona , les pasaría factura . Según se recoge en el libro Navarra 1936. De la esperanza al Horror editado por Altafaylla, muchos de los que iban a ser fusilados eran llevados antes ante él para ser confesados. En esos momentos se retrataba los dos. El joven Agustín Chivite , al ser presentado ante él cura le dijo: "Yo no me tengo que confesar, los que tienen que hacerlo es ésos que me vienen a asesinar". Julio Pérez , concejal de UGT, resultó malherido tras una penosa huida. Mientras estaba en el hospital, su madre, asidua al confesionario de Antonio Ona , intercedió ante su hijo aunque sólo obtuvo unas palabras que el párroco solía emplear en otros casos: "Mira hija, si lo matan ahora irá al cielo. Si no lo matan, volverá a la andadas y se condenará. ¿Qué mejor momento para morir que ahora que está confesado?"
Ese mismo libro cuenta cómo Ona partió al frente donde "anduvo luciendo pistola y uniforme de campaña". Al poco tiempo fue nombrados canónigo de Pamplona y en 1956 ascendió a Obispo de Mondoñedo. También llegó a obispo, en este caso de Bilbao, Antonio Añoveros , que se limitó a esta labor de confesor en la matanza de las Bardenas, según relata Galo Vierge en su obra Los culpables (Pamiela). Otros textos también dedican un espacio a las actuaciones del luego cura de Obanos, Santos Beguiristáin, en Azagra. En el libro de Altayfalla se relata su participación activa en la lucha contra los vecinos republicanos y su afición a elaborar listas . Los fusilados (71) los catalogaba como "muertos por el peso de la justicia".
EGÜÉS
El cura que delató al médico y que luego murió en sus manos
Igualmente paradójica resulta la historia del entonces párroco de Egüés. Al parecer, por una mera razón de disputa personal (el médico prefería ir a misa a otro pueblo de al lado con cuyo párroco jugaba a cartas) delató a este profesional llegado de Bilbao. Comenzada la guerra un día vinieron a buscarle a casa con una orden de detención. Se valió de su cargo para desplazarse a Pamplona y conocer en la Junta Militar el motivo de apresamiento. Allí logró saber que detrás de la denuncia estaba el cura, que estuvo a punto de dejar viuda y varios huérfanos. No obstante, el médico logró salvar la vida prestando sus servicios en el Hospital Militar. A la vuelta de los años, el cura enfermó gravemente. El médico se negó a atenderlo en solitario ya que, conocida la historia por todo el pueblo, se enfrentaba a una difícil tesitura: si moría podrían acusarle de dejarlo fallecer y si lo salvaba, estaba curando a su propio verdugo. Al final, pudo más la ética personal y profesional y exigió que le acompañara otro colega como testigo de su buena práctica médica.
PAMPLONA
Fermín Izurdiaga, el sacerdote falangista de las arengas
Un nombre propio en este ámbito de religiosos comprometidos con el nacionalcatolicismo es el de Fermín Izurdiaga (Pamplona, 1905 -1981). Sacerdote, poeta, orador y periodista fue falangista y fundador de Arriba España y de Jerarquía .Revista negra de la Falange . En su primer ejemplar quedaba claro el ideario del periódico: ¡Camarada! Tienes obligación de perseguir al judaísmo, a la masonería, al marxismo y al separatismo. Destruye y quema sus periódicos, sus libros, sus revistas, sus propagandas. ¡Camarada! ¡Por Dios y por la Patria!Tras la Guerra Civil, el diario continuó como divulgador de las consignas del falangismo. Izurdiaga participó en muchos actos de exaltación fascista y era conocido por sus encendidas alocuciones, como se puede comprobar en diversas fotografías comentadas por Víctor Moreno (Ramón La Pesquera ) en sus libros publicados con la editorial Pamiela.
MILAGRO, URBIOLA, PITILLAS...
El ejemplo contrario: curas de pueblo que defendieron a sus feligreses ante los franquistas
Entre lo que es el clero regular, según relata Jimeno Jurío, hubo comportamientos para todos los gustos. En términos generales había una posición contraria a la República que se tradujo en actuaciones concretas como esconder armas incluso en algunas iglesias o casas parroquiales (así lo confiesa el requeté de Leitza Lizarza) y hasta se formó una Junta Sacerdotal Carlista. Hubo también curas entre los que marcharon a Italia para formarse en el manejo de armas. Muchos sacerdotes acompañaron también a sus feligreses voluntarios de Pamplona el día 19 de julio "luciendo correajes y pistolas sobre sotanas o uniformes militares y marcharon al frente como capellanes". No obstante, también hay que destacar posturas valientes en diferentes pueblos de curas que defendieron a sus vecinos de las sacas. En algunos casos lo consiguen, en la mayoría, no y en otras acaban pagando ellos mismos.
Así, es curioso el caso del cura de Artajo (Lónguida) que estuvo a punto de se detenido por negarse a colgar la enseña rojigualda en el campanario. La decidida intervención del alcalde salvó su vida y la de otros tres jóvenes del pueblo. Victorino Aranguren, cura de Milagro, pidió públicamente la liberación de 21 presos del pueblo. Fue hallado muerto en su casa. Santiago Lucos Aramendía , de Pitillas, era abogado y republicano. Se refugió en Vitoria pero fue detenido y fusilado en el Perdón (Undiano) en septiembre del 36.


El drama personal de Marino Ayerra
El lumbierino Marino Ayerra padeció en su conciencia toda la dureza del drama de una Iglesia apoyando o mirando hacia otro lado en el caso de estos crímenes contra civiles. Desde su parroquia de Alsasua vivió de cerca toda la represión que afectó a una parte importante de esta población lo que le provocó una crisis personal y de Fe. Dejó el sacerdocio y Navarra. En Argentina publicó su confesión No me avergüenzo del evangelio que levantó ampollas entre la clase eclesial dirigente. Por otra parte, en el otro lado de la historia, bastantes religiosos navarros fueron perseguidos por su afinidad vasquista. En Tafalla fue desterrado el rector del colegio Javier Vicuña. Pedro Martínez Chasco, natural de Oteiza y cura de Urbiola, fue amenazado y tuvo que huir al frente donde cayó muerto en 1938. Néstor Zubeldia (canónigo de la catedral de Pamplona) fue desterrado a Burgos y Luis Goiburu, párroco de Lodosa, estuvo preso. Las purgas afectaron también a bastantes capuchinos de Lekaroz, franciscanos de Olite y escolapios de Tafalla. >J.I.C.

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