jueves, 14 de septiembre de 2017

Iriberri: Los cordeleros (2) Juanito Elizari

"Si no había trabajo, no había ganancia. En ocasiones hacían un camino en la nieve
para poder hilar en lo alto del Redín, sin más abrigo que la propia voluntad de trabajo"
Segunda entrega del trabajo que Iriberri hizo en el 84 sobre los cordeleros de Pamplona, más concretamente sobre la familia Elizari. Hoy se centra en Juanito Elizari. Los datos que hoy nos aporta José Miguel Iriberri van a provocar pequeñas discrepancias respecto a algunas fechas, que resolvemos gracias a la aportación de Arazuri.
Pamplona 84 La ciudad, de ayer a hoy
Los cordeleros (2) (lunes, 9 de abril de 1984)
Juan Ángel Elizari sigue en el Redín el oficio del padre
En 1948, a los 58 años de edad, después de haberse pasado la vida haciendo cuerdas por los fosos de San Nicolás y las murallas del Redín, muere Ángel Elizari. Pero la rueda y los forjeles del cordelero de Añorbe no descansan. Otras manos están prestas para seguir el oficio y ayudar a sacar adelante a una familia de ocho hijos. Son las de Juan Ángel. segundo de los hermanos, que aprendió a un tiempo a leer y hacer cuerdas, a jugar al irulario y darle a la rueda. Heredó del padre la misma destreza e igual gusto para soltar el cáñamo, idéntico sentido emprendedor y parecida capacidad de trabajo. Iba a ser otro cordelero de los de sol a sol.
Había nacido en 1920, en el número 12 de la calle Curia. Fue de párvulo a las monjas de la Catedral ("La Casita") y luego a las viejas escuelas de Compañía con don Fructuoso Reclusa. “Pero con diez años ya iba a darle a la rueda por donde hoy está el Labrit. Que le faltaba uno a mi padre, pues allí estaba yo. Podía ocurrir cualquier día, porque entonces no había papeles de trabajo. En la escuela andaba siempre por los últimos, claro…”
Sólo aprendiendo el oficio como se aprende a hablar,
se llega a tener la destreza que tuvo y tiene aún,
aunque ya no la emplee. Juanito Elizari soltando
el cáñamo que lleva en la cintura para sacar el hilo
Juan Ángel Elizari deja la escuela con 11 años y se va a trabajar con su padre, a hacer cuerdas, que era lo que más le convenía a la familia y lo que más le gustaba a él. Pero no se conformó con las cuatro reglas. A la caída de la tarde, cuando el padre levantaba los forjeles, Juanito se marchaba a la escuela nocturna del Centro Obrero, en la calle Calderería, y más adelante a las del Centro Mariano. La Guerra le coge con 16 años. En el campo faltan brazos para trabajar la tierra. A Juan Ángel le mandan a Imarcoain, a casa de unos tíos, con los que pasaría nueve meses.
«Estuve un año, pero me di cuenta de que la vida de labrador no era lo mío. Así que un día me cogí la bolsa y eché camino de Pamplona. Les dije a los padres que no quería volver. En el 38 me alistaron y me mandaron a Zaragoza de donde volví pronto a casa. No podía ir al frente por un defecto en el ojo derecho. Y a las cuerdas. Otra vez había mucho trabajo. Ahora, ya mayorcito, le ayudaba más al padre. A lo mejor le veía echando un poco la siesta y me ponía yo a hacer hilos».
Y en el oficio de las cuerdas seguiría hasta 1968 en que lo dejó, muriendo con él una tradición artesana pamplonesa. Año tras año, salvo un tiempo de trabajo con amianto en la Rochapea, respiró el Cierzo en lo alto de la muralla hilando las mejores cuerdas del mundo. Desde el derribo de las murallas de la puerta de San Nicolás, después de 1917, el cordelero Elizari (el padre) se trasladó a otra muralla, a la de detrás de la Catedral y la de Tejería. Sobre 1942, se fue con su hijo al Redín, donde trabajaban otros dos cordeleros más. Cuando hilaban detrás de la Catedral guardaban la herramienta en la poterna del baluarte (del Labrit) donde luego tendrían su almacén los hombres del Servicio de Limpieza, «pero en la Guerra lo utilizaban como refugio y nos dieron un local en el Cuartel de la Merced, que estaba en frente».
Años 60 en el Redín
¿Cómo era un día de los cordeleros, por ejemplo, de los años cuarenta, cuando Juan Ángel Elizari iba con su padre a trabajar al Redín? Lo recuerda perfectamente. «Vivíamos en Jarauta, en el 18, y antes de salir el sol, a las 6 de la mañana, pero hora de antes, el padre venía a mi cama y me decía: ‘¡venga, Juanito, arriba!’. Y a trabajar. Había que preparar la rueda, colocar los forjeles, llevar el cáñamo, instalar la romana. Si el trabajo era fuerte, venía algún hermano y hasta alguna hermana también. Sobre las 9 nos llevaban el almuerzo. Solía ir algún hermano, de paso para la escuela. ¡Menudos pucheros de patatas con chorizo! Teníamos pan y una sardina de cubo. Nos poníamos en un banco de piedra y ¡buen trago de bota! Mi padre decía que el que no bebía vino no podía trabajar. Al mediodía llevaba la madre la comida, otro puchero. Y a seguir trabajando hasta oscuro, parando a media tarde para merendar».
Un chaval a la rueda y Juanito Elizari soltando hilo
de cáñamo en el Redín, su último taller
Era un trabajo esclavo de la rueda, que no paraba, pero libre como el viento que dejaba sobre las piedras centenarias del Redín los rumores nevados del Sayoa. “¡Cuántas veces empezábamos con una escarcha así de gorda!”, recuerda Juan Ángel Elizari. Pero lo recuerda con más orgullo que otra cosa.
Eran trabajadores y patronos porque «vendíamos las cuerdas a Casa Larumbe, en la calle Mayor, Casa García. en Zapatería, a Álvarez, el guarnicionero, en San Antón, a Epifanio Goñi, en la Navarrería, los alpargateros, que entonces había muchos en la Ciudad». Trabajo entregado, trabajo cobrado, «eso era lo más bonito, no había trampas ni atrasos. Y en el verano, a guardar para el invierno, cuando no se podía salir a trabajar por la lluvia o la nieve».
Echando la vista atrás, el último cordelero se pregunta si aquel oficio era mejor que otros. «Entonces caías en el peonaje, se trabajaba los seis días de la semana si no llovía. Estábamos todos por un igual y yo creo que las cuerdas daban más. Con ellas sacó mi padre a los ocho hijos adelante».
Y con ellas sacó adelante a su familia el segundo de los seis hermanos. Con él terminará el gremio, en el Redín, en el final de los años sesenta, capítulo final que dejamos para el próximo lunes.
José Miguel IRIBERRI
1937: Juan, Blanca Esther, Ángel (padre) y Martín
Rectificación
Si algo tiene de bueno el ordenador, internet... frente al papel, es que se puede rectificar sobre la marcha. Decía Iriberri en el artículo anterior que esta imagen (izda) es de 1943, cuando Juan tenía 16 años. Y yo, basándome en ese dato, llegué a pensar que el niño que ponía el pie encima del banco en la imagen (abajo) de 1933, podía ser Juan, diez años antes. Estas fechas entran en contradicción con las que el mismo Iriberri aporta en esta segunda entrega: Juan Elizari "había nacido en 1920", "La Guerra le coge con 16 años"... 
Imagen de 1933 de los Elizari (mismo sitio que la de 1937)
Hay que darse cuenta que Iriberri escribió estos artículos en 1984, y que luego los datos de esta imagen fueron corregidos por el mismísmo Arazuri, quien nos detalla que la imagen es de 1937 (lo que cuadra con la fecha de nacimiento de Juan: 1920) y que, de izquierda a derecha, aparecen: Juan Ángel; sentada en el banco, Blanca Esther; el padre, Ángel; y -casi tapado por la rueda- Martín, hermano de Ángel, que también trabajaba de cordelero.

No os perdáis el álbum fotográfico que se va haciendo más completo
La trilogía de Iriberri termina en Iriberri: Los cordeleros (y 3) El adiós de Juanito Elizari

1 comentario:

Unknown dijo...

Todavía queda una rueda por ahí...