Hoy me siento muy orgulloso de presentaros este trabajo que Iriberri publicó en DN, en abril de 1984. Un retrato de la Pamplona que les tocó vivir a los Elizari, los últimos cordeleros de Pamplona. Y es que, además de las bellísimas descripciones que hace de la ciudad, José Miguel aporta un montón de datos sobre los cordeleros y, en concreto, sobre los Elizari que nos van a sorprender. Es la primera de tres entregas que iré publicando.
No vendrá mal que complementéis esta entrada con las imágenes del álbum dedicado a los cordeleros de Pamplona
Pamplona 84 La ciudad, de ayer a hoy
Los cordeleros (I), por José Miguel IRIBERRI
20.02.16 |
■ El gremio se dispersa tras el derribo de las
murallas
Dos de abril de 1910 en Pamplona. Es madrugada. La
ciudad -de 29.000 habitantes- comienza a despertarse entre las murallas que
aprietan su trama urbanística medieval. Suenan las campanas de San Cernin, San
Lorenzo, San Nicolás, San Agustín, despertando al pueblo y llamando a misa a
los más devotos. Es Primavera y retoñan los chopos de la Magdalena por donde el
Arga discurre limpio y truchero hacia la playa de Caparroso y el Molino de
Ciganda. Está limpio el cielo y se divisa en la cumbre de San Cristóbal el
fuerte. Por la Ciudadela la tropa limpia el armamento y marca el paso.
Pronto
cruzará la puerta de San Nicolás la diligencia de Panticosa tirada por cuatro
caballos.
Salida de Pamplona de la diligencia de Panticosa. Año 1903. AMP |
Pasadas las cinco de la mañana un joven emprendedor
cierra la puerta de su casa en el número 12 de la calle Curia. Se llama Ángel
Elizari Egüés y tiene 20 años de edad. Nació en Añorbe en 1890 y dejó el pueblo
con sus padres cuando el mal de la vid arrasó las viñas. El futuro estaba en la
capital, en Pamplona, y a Pamplona se vinieron con las camas, las mantas y los
ahorros. Eso era con el cambio de siglo. Ahora estaban ya instalados y para el
joven Elizari Pamplona era su pueblo y Añorbe un recuerdo confuso.
Cordeleros Portal de San Nicolás, Baluarte la Reina 1915 ca |
- ¡Venga, a la rueda! Mira los forjeles, que el
tercero anda torcido. Saca las tablas de los puentes...
Veintitantas ruedas de cordeleros empiezan a dar
vueltas rutinariamente al pie del portal de San Nicolás mientras la vida
discurre por encima, en el camino que se pierde por el Mochuelo y Cordovilla
hacia las tierras bajas del Sur. Desde el puesto de guardia los centinelas se
asoman al foso para entretener la vista.
El gremio de los Cordeleros, antes unidos a los basteros (el que hace bastes, albardas, alforjas),
cofrades de San Bernardo en el convento de San Agustín, habían encontrado en
los fosos del Portal de San Nicolás un lugar adecuado para el trabajo. Estaban
resguardados del Cierzo, cerca de casa y encontraban en los vanos del puente un
refugio para la lluvia y un almacén para las herramientas. El Ramo de Guerra
les cobraba muy poco por la ocupación del terreno. Ángel Elizari Egüés repasaba
la rueda y los forjeles, se ataba el cáñamo deshilado a la cintura y echaba
andar, de espaldas, soltando el hilo de sus diestras manos. Aquel chaval era
listo como él sólo. Otros podían trabajar tanto como el. Pero ninguno más. Las
24 horas del día las distribuía así cuando la luz alargaba de cara al verano:
18 para hacer cuerdas y 6 para dormir. Tenía prisa por comprar su propia
herramienta, la rueda, los forjeles, las tablas, y contratar directamente los
pedidos con las casas de Larumbe, Aramburu, Garatea, suministradores del cáñamo
y vendedoras de las cuerdas. No podía detenerse. Antes de morir en 1948, a los
58 años de edad, tenía que cambiarse a una casa más grande, primero en el
Carmen y luego en Jarauta, buscando espacio para sus ocho hijos.
Camino de ronda de la muralla, junto al baluarte de Labrit, 1919 / A. Gª Deán |
Cordeleros en el Redín. El botijo bien cerca (pincha) |
La ciudad sigue necesitando cuerdas para botas, alpargatas, persianas, tendederos, guarnicioneros y hasta para atar los billetes, más adelante. Y sogas para el campo y las galeras. Los cordeleros se dispersan. Unos se van cerca del Cementerio, a trabajar para la tienda de Aramburu, en la calle Zapatería, que vendía mucho. Otros, trabajando para Lampreabe, seguirán el oficio en terrenos cercanos a la fábrica de la carretera de Estella, hoy Avenida de Pío XII. Las ruinas cayeron hace pocas semanas junto al cruce de Sancho el Fuerte. Y otro grupo, con la familia Elizari, se queda dentro, fíeles a la muralla, dándole a la rueda sobre las fortificaciones, donde hoy se levanta el frontón Labrit y, luego, detrás de la Catedral.
Es una segunda etapa de la historia que contaremos el
próximo lunes siguiendo la «saga» de los Elizari.
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