martes, 26 de septiembre de 2017

Elizari en su adiós. Entrevista de F. P. O.


Esta entrevista apareció en DN el jueves, 10 de octubre de 1968, cuando Juan Ángel Elizari cerró definitivamente la caseta de los cordeleros

 Entrevista a Juanito Elizari,                                                 por Fernando Pérez Ollo
Cuarenta años de oficio
Desaparece el último cordelero del Redín, Don Juan Angel Elizari
«» Daba para vivir bien, pero estos oficios se caen solos  
«» Los turistas españoles eran un incordio, los extranjeros ni molestaban ni interrumpían 
«» En 50 años ha desaparecido el gremio y cofradía de cordeleros

Desaparece el último cordelero del Redín. Don Juan Angel Elizari, tras cuarenta años de oficio, lo deja. Lo deja sin quejarse, sin mala cara, sin desengaño. La cuestión, por él, es clara y no tiene vuelta de hoja.
—No lo dejamos porque queramos, sino por ley de vida.
—El progreso tiene un precio, ¿verdad?
—Eso es, el progreso. Estos oficios de artesanía se caen solos.
Quizá, en el fondo, sean dos términos imposibles de casar. ¿Es oficio la artesanía? ¿Es —era— oficio el de los cordeleros? ¿Daba para vivir? ¿Pagaba impuestos? ¿Tenía un horario, encontraban salida sus productos? Las preguntas se agolpan y se estrellan ante la calma de un hombre gremial.

A peso, no a metros
—Sí, el oficio daba para vivir, no para hacerse millonarios, pero sí para ir tirando. Yo he sacado adelante una familia de cuatro hijos.
—¿A costa de qué? ¿Cuántas horas trabajaba usted?
—Eso depende. En verano un promedio de doce. En invierno bajaba mucho.
—Usted trabajaba en...?
—En cáñamo, preferentemente.
—Que lo recibía de...?
—De Alicante. Es el preferido por su blancura y calidad.
—¿En qué estado? ¿Estaba ya trabajado?
—Sí, rastrillado. Es decir, nosotros sólo lo hilábamos. Eso es la labor de cordelería.
—Usted dice nosotros...
—Si, trabajaba yo con alguno de mis hijos, que me andaba la rueda. Pero en llegando a cierta edad da vergüenza andar la rueda y no aprender el oficio. Y aprender el oficio es lento, largo y poco atractivo, en nuestras condiciones.
—Vamos a seguir con los cordeles, ¿le parece? —Bueno, eso es interesante. Hacíamos dos clases: cuerda —o cordel— y sogas, según los diámetros. El cordel, para boteros y alpargateros; la soga, para albañiles, por ejemplo, y las gentes de la montaña que la apreciaban mucho. Tenía mucha salida. Además, claro, los encargos.
—¿A cómo vendían el metro?
—Se vendía a peso.
—¿A peso?
—La soga, sí; el cordel no. El cordel se vendía en ovillos, de cincuenta o de cien metros.
—Bien, vamos a hacer cuentas. ¿En cuánto dejaban un ovillo?  
—Bien, vamos a hacer cuentas. ¿En cuánto dejaban un ovillo?
—En veinticinco pesetas los de cincuenta metros.      
—Y, ¿cuánto les habia costado hilarlo, cuánto tiempo?
—Media hora.

Los pesados turistas nacionales
Bellísima imagen de Maider Sorgiñariz (pincha)
Al Redin veraniego le va a faltar un elemento esencial. La rueda del cordelero, los hierros, los forgeles almacenados en la capilla restaurada van a brillar por su ausencia, para desencanto de niños y turistas, alegría de madres y nostalgia de iruñshemes acendrados. Porque con el último cordelero se cierra una etapa de la Pamplona castiza. 
—Mi difunto padre, que también era del oficio, tenía su rueda en lo que ahora es el cine Carlos III. Mi padre llegó a conocer veinte ruedas. A cada rueda un oficial. Después, con el derribo de las murallas, el oficio fue disminuyendo. Pero entonces tenían hasta una Cofradía, con estandarte y todo para las procesiones. Yo he conocido ocho, cuando comencé. Todos lo han ido dejando.
—Y ahora usted. ¿Por qué, pero de verdad?
—Porque es imposible encontrar un chico que me ande la rueda.
—¿Ni con la promesa de aprender el oficio?
—Ni aun así.
—Pues entonces, póngale un motor.
—No merece la pena, porque actualmente estamos exentos de todo, menos de la contribución y entonces nos lloverían los impuestos.
—La gente dice que están subvencionados…
Lasterra, 1960
 —Quién? ¿Nosotros? Eso es un cuento. No tenemos ninguna subvención. Y que conste que yo no me quejo de eso, porque también sería tonto pretender que todos anduviésemos subvencionados oficialmente. Pero, ¿nosotros subvencionados? ¿A quién se le ha podido ocurrir eso?
—A cualquiera que piense en eso de los recursos turísticos. Porque los cordeleros del Redín atraen a los turistas. ¿no?
—Hombre, a los turistas les choca esto. Yo tengo fotos en los cinco continentes. Hace unos meses unos rusos se hincharon de tirarme rollos.
—Y usted, ¿qué piensa de ellos?
—¿De los rusos?
—No, no, de los turistas.
—Ah, pues que son un incordio. Los españoles, se entiende. Los extranjeros se acercan miran y remiran, pero no abren la boca. Los españoles, no. Preguntan por todo, interrumpen el trabajo, comentan con poca gracia.
—Por ejemplo?
—Pues, por ejemplo, que aviados estamos si hemos de desarrollarnos así.

Etnología, técnica y desarrollo
Familia Elizari en 1937. Juan Ángel (primer plano)
tiene 16-17 años. Blanca Esther, sentada; el padre,
Ángel y su hermano Martín, a la rueda. Comienzo
de la -hoy- Ronda Obispo Barbazán,
cerca del Biru (Baluarte del Labrit)
Don Juan Angel Elizari, cordelero en el Redín desde el año 48 —antes tuvieron su rueda en el Jito-Alai— deja sus instrumentos gremiales, sus años de cáñamo rastrillado a la cintura y su oficio difícil.
—Lo más complicado es hacer el ovillo. Ya habrá visto usted alguno, ¿no? Si se hace flojo, se deshace.
—Mejor este Redín o aquel de hace veinte años?
—Este, sin duda, los críos jugando y los grupos de jubilados hablando de sus pensiones animan mucho esto. Y, claro, antes era un rincón desagradable y ahora da gusto.
—Lo deja con nostalgia o lo acepta con resignación?
—Son cuarenta años de trabajo diario, ¿sabe? Eso no se puede olvidar, así como así. Yo pienso sacar de vez en cuando la rueda, y hacer algo, por distraerme, por afición. Pero ya se puede decir que los cordeleros hemos desaparecido.

Los cordeleros, ésa es la verdad. eran una rareza etnológica en esta era técnica. Los cordeleros, hasta hoy, eran una estampa medieval y anacrónica, entrañable e increíble, insólita y diaria. El Fuero contaba por fuegos; los cordeleros por ruedas. Las ruedas y los forgeles y los hierros han callado “porque no hay quien los ande”. Quizá, quizá, sea culpa del desarrollo. 

No olvidéis echar una ojeada al álbum "Cordeleros de Pamplona" con las fotos comentadas.

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