martes, 21 de julio de 2020

En las astas (M.A. Eguíluz)

Miguel Ángel Eguíluz, amigo, excorredor del encierro, podólogo y miembro del grupo musical "Sobremesa" y de la "Cofradía de San Saturnino, nos explica, en este artículo publicado en Pregón, su experiencia en las astas y la filosofía del buen corredor. Disfrutadlo.

EN LAS ASTAS                                                                          Miguel Ángel EGUÍLUZ LÓPEZ
Era muy pequeño. Recuerdo los madrugones y la frescura de aquellas mañanas Sanfermineras cuando mi abuela nos llevaba a la plaza de toros a ver el encierro.
Llegábamos siempre con mucha antelación. La espera la amenizaba la Banda del Maestro Bravo que, al finalizar la actuación, abandonaban siempre el ruedo en riguroso desfile marcial entre las palmas acompasadas del público. En esos momentos la plaza se quedaba expectante, ante el inminente sonido del cohete anunciador del comienzo del encierro. Entonces era a las 7.
Una vez los toros en la calle y según se iba acercando la manada, recuerdo sobre todo la tensión que se palpaba en la plaza y cómo se vivía esa emoción. Antes de la torada llegaban cientos y cientos de mozos, que entraban cada vez más rápido y más rápido, y todavía más, hasta que…¡¡Uaaaahhh!! los toros pisaban la arena y “la plaza explotaba”. Era impresionante. ¡Qué momento!…
Lo qué si me chocaba y me llamaba mucho la atención, era qué entre tantos y tantos corredores, “sólo algunos” lo hacían justo delante de los toros y sentía admiración por “esos pocos” que conseguían entrar en las astas.
El encierro de Pamplona es pura tradición
y un símbolo de identidad de nuestra ciudad
Mi hermano mayor corrió durante 20 años y mi padre, aunque no fue un corredor habitual, curiosamente, el año que se casó perdió la alianza en un encierro. El encierro es pura tradición y un símbolo de identidad de nuestra ciudad. Inmerso en ese contexto de referencias familiares y tradición popular, llega la adolescencia y un día te surge el impulso y la curiosidad de probarlo … de vivirlo desde adentro.
Mi primera intentona fue con 15 años recién cumplidos. Entré en la plaza creyendo que tenía los toros detrás y nada más lejos de la realidad, pues tardaron como unos 10 segundos en llegar. Me parecieron una eternidad.
Pasé tanto miedo para nada y tuve tal sensación de ridículo, que me dije: la próxima o hay toro, o esto no es lo mío.
Después de algunos pequeños escarceos, al fin tuve mi primera experiencia de lo que era correr delante de un toro. Fue el 14 de julio de 1972, en el tramo de telefónica, con toros de Cesar Moreno. Ahí fue cuando definitivamente sentí “ese veneno” y cuando tuve la convicción de que esas sensaciones tenía que volver a vivirlas.
Orgulloso como corredor y como
 pamplonés de ser uno 
de aquellos
 que entrabana la plaza en las astas
Yo competía en atletismo, era velocista y comprobé cómo, al atractivo de esa mezcla de riesgo-competición, se sumaba el colosal poderío del toro, que junto a la espectacularidad del propio encierro, te acababa hipnotizando y enganchando de tal manera, que aquello que empezó siendo una afición, se convirtió en poco tiempo en una pasión y acabó formando parte de mi vida. Entonces te sientes orgulloso como corredor y como pamplonés, de ser “uno de aquellos” privilegiados que entraban a la plaza en las astas.
La grandeza del encierro de Pamplona se sustenta en su tradición secular, en su universalidad y en que es “popular”. Es decir, abierto a todos aquellos que quieran participar en él, estando en buenas condiciones físicas y sin poner en peligro la integridad de los demás corredores.
Cada corredor trata de hacer “su encierro”. Lo vive y lo interpreta a su manera. No se corre de cara a la galería, sino para uno mismo. Los sentimientos, las sensaciones y lo auténtico del encierro se quedan en el interior de cada uno.
No se puede hablar de buenos o malos corredores, ni de mejores o peores. Hay quien corre en las astas, otros a 5 metros y otros a 20. Unos hacen carreras de 10 metros otros de 100 y otros se apartan cuando llega la manada. Los hay que corren en Santo Domingo, otros en la Estafeta y otros en el callejón. Pero al final esa “vivencia personal”, es lo que en definitiva hace tan “singular y única” esta carrera.
La adrenalina que tiene el corredor antes del encierro la provoca el miedo. A San Fermín le pedimos que nos proteja. Eso delata el miedo al daño físico de una herida, una caída, una cornada o de algo más definitivo…. También le pedimos que nos dé suerte. Ese es el miedo al fracaso, miedo a que no podamos coger toro o no nos salga una buena carrera.
A San Fermín le pedimos que nos 
 proteja de una herida, de 
una
 caída … o de algo más definitivo
Para ser valiente es preciso tener miedo y superarlo. El miedo lo generamos nosotros mismos, solo desaparece cuando entras en carrera y ves al toro, entonces se convierte en “concentración”. El miedo, es lógico e inevitable, es inherente al corredor y no debe derivar nunca en pánico. El pánico es incontrolable. 
El que no pasa miedo es un inconsciente o un ignorante que no sabe de qué va el encierro y no sabe lo que es un toro. “Un toro con un simple gesto, te mata”.
En los momentos previos al encierro se acumula tal tensión que exige un gran esfuerzo mental para superar esa presión. De ahí que para correr bien el encierro no solo es imprescindible una condición física óptima, sino también estar mentalmente al 200%.
Pamplona es el lugar donde más cerca se corre de las astas. Las distancias que se dan al toro son inverosímiles porque la masificación de corredores te obliga a correr pegado a él. Esta cercanía se justifica por esa falta de espacio y porque si le das más distancia, dependiendo del momento, del tramo y de la velocidad que lleve, otro corredor se cuela y “te lo quita”.
En el encierro hay que tener “suerte”, pero eres tú y solo tú el que tiene que provocarla y darlo todo para que te salga una buena carrera. Es la realidad tangible de “la soledad del corredor del Encierro”.
Cuando entras en el recorrido el ambiente te envuelve, la expectación es máxima.” Ya estoy aquí, esto no tiene vuelta atrás. Después de lo que me ha costado llegar a este momento, no puedo dudar”. Sobra adrenalina por todo el cuerpo, la boca seca, las piernas pesan un quintal, cuesta respirar, necesito hacer inspiraciones profundas para liberar la opresión que siento en el pecho…
Y tú, en medio de esa vorágine con
los toros detrás … pura claustrofobia
A un lado y a otro veo amigos y compañeros corredores que van tomando posiciones. Todos con un mismo objetivo: “coger toro”. Pienso: ¡Cuánto corredor y solo 6 toros!... Otra vez tiro del autoconvencimiento, hay que ser positivo: ¡¡ va a salir bien!!
Con unos sinceros choques de manos nos deseamos suerte… Llego a “mi sitio”, una puerta vieja de madera Estafeta arriba a la derecha, a unos 250 metros de la plaza de toros. Me vuelvo de espaldas a la calle, trato de soltar las piernas sin parar de moverlas, pasan los segundos… ya no falta nada… ¡¡PUM!! Primer cohete, me santiguo. La gente empieza a correr……¡¡PUM!! Segundo, ya están los seis en la calle. Me vuelvo a santiguar y palpo la medalla de San Fermín. Me giro, la gente pasa cada vez más rápido. Alguno choca involuntariamente contra mí y pego la espalda a la puerta. Hay que aguantar, pasa un minuto y…. quieto, todavía no. Ya están en la curva, miro al fondo de Estafeta… desde los balcones un reguero de flashes avanza hacia mí. Siguen pasando corredores cada vez más acelerados. ¡Por fin arranco!
El miedo es lógico e inevitable, solo desaparece
cuando entras en carrera y ves al toro,
entonces se convierte en concentración.
Corro hacia adelante, voy cogiendo poco a poco el centro de la calle. Las cabezas giran violentamente hacia atrás y veo a distancia caras conocidas… ¡Es la primera referencia válida! ... ¡¡Ahí detrás tiene que haber toro!! Ya no hay miedo, “solo concentración”. La manada me va alcanzando, necesito tener contacto visual con el toro, ¡¡ ya lo veo!! Corrijo como puedo la posición para ponerme en su trayectoria, es el momento de la aproximación. Un mozo llega bien colocado, respeto…. aguanto...ya se aparta, ¡¡¡Toro libre!!! Tengo que cuadrarme con él, “momento crítico”, o lo consigo o lo pierdo. ¡¡¡Sangre fría!!! …Doy un acelerón para acoplarme a su ritmo. ¡¡¡Ahora!!! … ¡¡¡Bien!!!... ¡¡¡Ya es mío!!!
Si la manada llega hermanada y hay más de un toro tapado, la competencia es máxima y las oportunidades mínimas. De pronto te encuentras entre una maraña incontrolada de corredores, ruidos estridentes, sonidos de cencerros, pezuñas que golpean el adoquín, olor a mierda de los animales, griterío de los balcones, chillos de los corredores, empujones, codazos, agarrones, caídas, pisotones… y tú en medio de esa vorágine, con el toro detrás y una muralla de espaldas delante que te comprime el espacio y te obliga a correr frenado: “Pura claustrofobia”.
Intentamos aguantar en la
cara del toro lo indecible.
A base de piernas, brazos, técnica y mucha cabeza, intentas mantener el mayor tiempo posible ese extraordinario pulso entre los toros, los corredores y tú. Este es el mayor “hándicap del corredor”: No poder controlar la situación entre el toro y tú, por la gente.
Todo sucede muy rápido. El mínimo descuido, vacilación o despiste, echa al traste todo tu esfuerzo y en décimas de segundo estas en el suelo o desplazado, sin posibilidad de recuperar la posición perdiendo la carrera. Esto, a la postre, es lo más frustrante que le puede pasar a un corredor.
Los corredores somos por naturaleza muy autoexigentes y tratamos de exprimir al máximo cada carrera. Intentamos aguantar en la cara del toro lo indecible, apurando hasta el límite, hasta que nuestros mecanismos de defensa y nuestro instinto de supervivencia, acaban provocándonos la retirada. La satisfacción personal de salir airoso de ese reto, justifica la sensación de plenitud y de euforia que se tiene después del encierro. Llorar de emoción y de alegría al otro lado del vallado después de una gran carrera, es tan espontáneo como inevitable. ”Es acojonante”. Si no ha salido bien, el bajón te dura todo el día y solo quieres que lleguen cuanto antes las 8 de la mañana del día siguiente.
Hay que estar siempre por encima del equi-
librio que debe haber entre el toro y tú.
Envuelto en sudor y conforme pasan los minutos post-encierro, el nudo que te atenaza el estómago se va diluyendo y poco a poco el cuerpo va recuperando la normalidad. Cada carrera es distinta y a pesar de correr durante 38 años, “de todos y cada uno de los encierros se aprende”. El toro es el auténtico protagonista y hay que estar siempre “por encima del equilibrio” que debe haber entre él y tú. Cuando ese plus no se da y ese equilibrio se rompe a favor del toro, es el momento de dejarlo, antes de que sea el propio toro el que decida tu retirada.
“El encierro de Pamplona es un derroche brutal de adrenalina, una tradición donde se mezclan el peligro y el riesgo, con el valor, la decisión y la sangre fría. La emoción y la tensión son continuas. Hay violencia, pero también hay belleza, hay plasticidad, hay técnica. Es un espectáculo único, que lo tiene todo…hasta la tragedia”.
El autor del artículo es conocido corredor de los encierros de Pamplona

Para terminar...
Sanfermines 2004. Vamos a disfrutar de las imágenes de un pamplonés que no sólo ha corrido (y dejado correr), sino que también explica divinamente la filosofía del buen corredor.