Miguel Ángel Eguíluz, amigo, excorredor del encierro, podólogo y miembro del grupo musical "Sobremesa" y de la "Cofradía de San Saturnino, nos explica, en este artículo publicado en Pregón, su experiencia en las astas y la filosofía del buen corredor. Disfrutadlo.
EN LAS ASTAS Miguel Ángel EGUÍLUZ LÓPEZ
Era muy pequeño. Recuerdo los madrugones y la
frescura de aquellas mañanas Sanfermineras cuando mi abuela nos
llevaba a la plaza de toros a ver el encierro.
Llegábamos siempre con mucha antelación. La
espera la amenizaba la Banda del Maestro Bravo que, al finalizar la
actuación, abandonaban siempre el ruedo en riguroso desfile marcial
entre las palmas acompasadas del público. En esos momentos la plaza
se quedaba expectante, ante el inminente sonido del cohete anunciador
del comienzo del encierro. Entonces era a las 7.
Una vez los toros en la calle y según se iba
acercando la manada, recuerdo sobre todo la tensión que se palpaba
en la plaza y cómo se vivía esa emoción. Antes de la torada
llegaban cientos y cientos de mozos, que entraban cada vez más
rápido y más rápido, y todavía más, hasta que…¡¡Uaaaahhh!!
los toros pisaban la arena y “la plaza explotaba”. Era
impresionante. ¡Qué momento!…
Lo qué si me chocaba y me llamaba mucho la
atención, era qué entre tantos y tantos corredores, “sólo
algunos” lo hacían justo delante de los toros y sentía admiración
por “esos pocos” que conseguían entrar en las astas.
El encierro de Pamplona es pura tradición y un símbolo de identidad de nuestra ciudad |
Mi primera intentona fue con 15 años recién
cumplidos. Entré en la plaza creyendo que tenía los toros detrás y
nada más lejos de la realidad, pues tardaron como unos 10 segundos
en llegar. Me parecieron una eternidad.
Pasé tanto miedo para nada y tuve tal sensación
de ridículo, que me dije: la próxima o hay toro, o esto no es lo
mío.
Después de algunos pequeños escarceos, al fin
tuve mi primera experiencia de lo que era correr delante de un toro.
Fue el 14 de julio de 1972, en el tramo de telefónica, con toros de
Cesar Moreno. Ahí fue cuando definitivamente sentí “ese veneno”
y cuando tuve la convicción de que esas sensaciones tenía que
volver a vivirlas.
Orgulloso como corredor y como pamplonés de ser uno de aquellos que entrabana la plaza en las astas |
La grandeza del encierro de Pamplona se sustenta
en su tradición secular, en su universalidad y en que es “popular”.
Es decir, abierto a todos aquellos que quieran participar en él,
estando en buenas condiciones físicas y sin poner en peligro la
integridad de los demás corredores.
Cada corredor trata de hacer “su encierro”. Lo
vive y lo interpreta a su manera. No se corre de cara a la galería,
sino para uno mismo. Los sentimientos, las sensaciones y lo auténtico
del encierro se quedan en el interior de cada uno.
No se puede hablar de buenos o malos corredores,
ni de mejores o peores. Hay quien corre en las astas, otros a 5
metros y otros a 20. Unos hacen carreras de 10 metros otros de 100 y
otros se apartan cuando llega la manada. Los hay que corren en Santo
Domingo, otros en la Estafeta y otros en el callejón. Pero al final
esa “vivencia personal”, es lo que en definitiva hace tan
“singular y única” esta carrera.
La adrenalina que tiene el corredor antes del
encierro la provoca el miedo. A San Fermín le pedimos que nos
proteja. Eso delata el miedo al daño físico de una herida, una
caída, una cornada o de algo más definitivo…. También le pedimos
que nos dé suerte. Ese es el miedo al fracaso, miedo a que no podamos
coger toro o no nos salga una buena carrera.
A San Fermín le pedimos que nos proteja de una herida, de una caída … o de algo más definitivo |
El que no pasa miedo es un inconsciente o un
ignorante que no sabe de qué va el encierro y no sabe lo que es un
toro. “Un toro con un simple gesto, te mata”.
En los momentos previos al encierro se acumula tal
tensión que exige un gran esfuerzo mental para superar esa presión.
De ahí que para correr bien el encierro no solo es imprescindible
una condición física óptima, sino también estar mentalmente al
200%.
Pamplona es el lugar donde más cerca se corre de
las astas. Las distancias que se dan al toro son inverosímiles
porque la masificación de corredores te obliga a correr pegado a él.
Esta cercanía se justifica por esa falta de espacio y porque si le
das más distancia, dependiendo del momento, del tramo y de la
velocidad que lleve, otro corredor se cuela y “te lo quita”.
En el encierro hay que tener “suerte”, pero
eres tú y solo tú el que tiene que provocarla y darlo todo para que
te salga una buena carrera. Es la realidad tangible de “la soledad
del corredor del Encierro”.
Cuando entras en el recorrido el ambiente te envuelve, la expectación es máxima.” Ya estoy aquí, esto no tiene vuelta atrás. Después de lo que me ha costado llegar a este momento, no puedo dudar”. Sobra adrenalina por todo el cuerpo, la boca seca, las piernas pesan un quintal, cuesta respirar, necesito hacer inspiraciones profundas para liberar la opresión que siento en el pecho…
Cuando entras en el recorrido el ambiente te envuelve, la expectación es máxima.” Ya estoy aquí, esto no tiene vuelta atrás. Después de lo que me ha costado llegar a este momento, no puedo dudar”. Sobra adrenalina por todo el cuerpo, la boca seca, las piernas pesan un quintal, cuesta respirar, necesito hacer inspiraciones profundas para liberar la opresión que siento en el pecho…
Y tú, en medio de esa vorágine con los toros detrás … pura claustrofobia |
Con unos sinceros choques de manos nos deseamos
suerte… Llego a “mi sitio”, una puerta vieja de madera Estafeta
arriba a la derecha, a unos 250 metros de la plaza de toros. Me
vuelvo de espaldas a la calle, trato de soltar las piernas sin parar
de moverlas, pasan los segundos… ya no falta nada… ¡¡PUM!!
Primer cohete, me santiguo. La gente empieza a correr……¡¡PUM!!
Segundo, ya están los seis en la calle. Me vuelvo a santiguar y
palpo la medalla de San Fermín. Me giro, la gente pasa cada vez más
rápido. Alguno choca involuntariamente contra mí y pego la espalda
a la puerta. Hay que aguantar, pasa un minuto y…. quieto, todavía
no. Ya están en la curva, miro al fondo de Estafeta… desde los
balcones un reguero de flashes avanza hacia mí. Siguen pasando
corredores cada vez más acelerados. ¡Por fin arranco!
El miedo es lógico e inevitable, solo desaparece cuando entras en carrera y ves al toro, entonces se convierte en concentración. |
Si la manada llega hermanada y hay más de un toro
tapado, la competencia es máxima y las oportunidades mínimas. De
pronto te encuentras entre una maraña incontrolada de corredores,
ruidos estridentes, sonidos de cencerros, pezuñas que golpean el
adoquín, olor a mierda de los animales, griterío de los balcones,
chillos de los corredores, empujones, codazos, agarrones, caídas,
pisotones… y tú en medio de esa vorágine, con el toro detrás y
una muralla de espaldas delante que te comprime el espacio y te
obliga a correr frenado: “Pura claustrofobia”.
Intentamos aguantar en la cara del toro lo indecible. |
Todo sucede muy rápido. El mínimo descuido,
vacilación o despiste, echa al traste todo tu esfuerzo y en décimas
de segundo estas en el suelo o desplazado, sin posibilidad de
recuperar la posición perdiendo la carrera. Esto, a la postre, es lo
más frustrante que le puede pasar a un corredor.
Los corredores somos por naturaleza muy
autoexigentes y tratamos de exprimir al máximo cada carrera.
Intentamos aguantar en la cara del toro lo indecible, apurando hasta
el límite, hasta que nuestros mecanismos de defensa y nuestro
instinto de supervivencia, acaban provocándonos la retirada. La
satisfacción personal de salir airoso de ese reto, justifica la
sensación de plenitud y de euforia que se tiene después del
encierro. Llorar de emoción y de alegría al otro lado del vallado
después de una gran carrera, es tan espontáneo como inevitable. ”Es
acojonante”. Si no ha salido bien, el bajón te dura todo el día y
solo quieres que lleguen cuanto antes las 8 de la mañana del día
siguiente.
Hay que estar siempre por encima del equi-
librio que debe haber entre el toro y tú.
|
“El encierro de Pamplona es un derroche brutal
de adrenalina, una tradición donde se mezclan el peligro y el
riesgo, con el valor, la decisión y la sangre fría. La emoción y
la tensión son continuas. Hay violencia, pero también hay belleza,
hay plasticidad, hay técnica. Es un espectáculo único, que lo
tiene todo…hasta la tragedia”.
El autor del artículo es conocido corredor de los
encierros de Pamplona
Para terminar...
Sanfermines 2004. Vamos a disfrutar de las imágenes de un pamplonés que no sólo ha corrido (y dejado correr), sino que también explica divinamente la filosofía del buen corredor.
1 comentario:
Grande y valiente
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