jueves, 9 de julio de 2020

Azagra: El sueño de Argadiel

Plana de Argadiel, en término de Azagra, lugar en el que muchos azagreses
soñaron con que se levantaría el nuevo pueblo, lejos de la Peña
El sufrimiento y los sueños de Azagra, una villa que estuvo a punto de desaparecer, fueron reconocidos por el maravilloso pueblo turolense de Albarracín y quedan recogidos en este reportaje de hace 16 años en Diario de Navarra
Calle de Azagra; Albarracín a la villa de Azagra (Navarra) Agosto de 1993
DIARIO DE NAVARRA DOMINGO 7 DE NOVIEMBRE DE 2004 
El sueño de Argadiel                                                                    Texto y fotos: JOSÉ A. PERALES 
A mediados del siglo XX, algunos vecinos de Azagra soñaban con hacer un pueblo nuevo en el término de Argadiel. Con ello, querían poner fin al agobio de las riadas y de los desprendimientos de la Peña, que ocasionaron numerosos muertos a lo largo de su historia. 
Peñón de la Primicia (Azagra)
En la trasera de Azagra, junto al viejo sendero que asciende a la Peña, hay una enorme roca incrustada en el suelo. En el pueblo se conoce como el Peñón de la Primicia, porque aquí se encontraba, entre otros edificios, la casa donde la Iglesia recaudaba los impuestos (diezmos y primicias) de la localidad. Bajo esta roca, que parece un enorme pepino de piedra, se encuentra sepultada una parte importante de la población azagresa de finales del siglo XIX.
«Mi bisabuelo tenía tres hijos enterrados bajo el peñón de la Primicia. A uno lo sacaron muerto, y los otros dos siguen ahí enterrados. Así hay muchas familias en el pueblo», dice el profesor Luis Sola Gutiérrez.
Autor de un libro sobre la tragedia de Azagra de 1874, este profesor de Filosofía en el instituto de San Adrián lleva algunos años buceando en la intrahistoria de su localidad natal. Junto a él, hay otros investigadores de Azagra y sus alrededores, que han desvelado diversos aspectos de la historia local, como el geógrafo Jesús Sánchez Barricarte, el pintor Julio Carrascón y el historiador riojano Félix Martínez San Celedonio. 

Trogloditas
Como señala éste último en su libro sobre Azagra, el origen de esta actual villa ribera se remonta a los tiempos de los árabes (especialmente de los siglos VIII al XI). Antes hubo en la zona al parecer otros pequeños poblados romanos mejor ubicados ambientalmente, pero fue durante el dominio musulmán cuando se creó este pueblo excavado en la roca ("Sajra", se llamaba entonces).
Según dice Julio Carrascón, el motivo de su emplazamiento en las faldas de la montaña respondía a la defensa de estas tierras fronterizas del valle del Ebro. «Además, las cuevas y las casas adosadas al peñón eran una forma de prevenirse contra las riadas y de obtener la protección del castillo que coronaba el farallón rocoso», dice.
Madre protectora de los primeros azagreses, aquella peña de yeso y cristal resultó también con los años una enemiga mortal, que ha ido cobrándose numerosas víctimas entre los habitantes del pueblo.
El 21 de julio de 1874, a las cinco y cuarto de la mañana, el desprendimiento del saliente rocoso donde se encontraba el antiguo castillo, aplastó una parte importante del casco viejo del pueblo. En este terrible accidente murieron 91 personas, aproximadamente el cinco por cien de la población del pueblo. La mayoría matrimonios mayores, mujeres y niños, ya que muchos hombres -para esa hora- estaban trabajando en el campo.
«Se trataba en general de gente humilde, que vivía en las cuevas y en las casas adosadas a la Peña, en el barrio de Medios. En total, 77 edificios habitados y un numero impreciso de corrales y pajares», dice Luis Sola.
Algunos cadáveres fueron rescatados días después bajo los escombros. Otros siguen enterrados debajo de esta roca enhiesta que ha quedado ahí como un monumento fúnebre a los desaparecidos en el accidente.

Los derrumbes de la Peña
Los desprendimientos de la Peña han sido muy numerosos a largo de la historia del pueblo. Tan sólo, dieciocho años antes de la tragedia de 1874, en junio de 1856, el derrumbe de otra piedra alcanzó a seis viviendas. «Esta vez murieron tres personas mayores del pueblo y ocho gitanos itinerantes que se encontraban en ese momento haciendo cestas de mimbre a la sombra de una de las casas afectadas por el derrumbe», dice Sola [en negrita, el titular de la época].
1916 la roca se incrustó en el autobús que volcó
Otros hundimientos memorables tuvieron lugar en 1903 y en 1916. En el primero, una piedra de varias toneladas derribó un corral y mató a dos mujeres de 60 y 70 años. «El segundo no tuvo consecuencias fatales, pero fue también sonado porque la piedra alcanzo al autobús de 'Río Ega', y se incrustó en el interior, rompiendo la pierna de un cura que viajaba en él», añade Julio Carrascón.
El último desprendimiento mortal fue en 1945. En esta última fecha, dos niños que jugaban en el patio del colegio de monjas situado junto a la ermita de la Virgen del Olmo, murieron arrollados por un peñasco de varias toneladas desprendido del monte. 
A finales de los años cincuenta del pasado siglo, después de haberse realizado varios desmontes, el peligro seguía latente. Sin embargo, muchos azagreses habitaban todavía sus viejas casas en los barrios de la Peña. «Yo viví allí hasta los diez años», añade Luis Sola. «Mis padres y otras personas solían decir para consolarse: 'No, aquí no cae'. Pero tres meses después de ser desalojados, cayó otra roca y sepultó nuestra casa».

El final de Azagra
Cuando se hizo el barrio para alojar a los vecinos evacuados, buena parte de la población azagresa se había extendido ya en el llano, más cerca del antiguo cauce del Ebro, que pasa hoy a unos tres kilómetros del casco urbano. Sin embargo, las frecuentes riadas inundaban la parte baja del pueblo, provocando graves destrozos.
Agobiados por las riadas y desprendimientos, muchos azagreses pensaron que aquello era el final de Azagra. «Entre la Peña y el Ebro/nos quieren acorralar;/ahora sólo nos faltaría/que saliera algún volcán», decía una jota inventada por un poeta local.
Esta dramática situación, rebajada por el humor de los habitantes de la Venecia del Ebro, tuvo también su reflejo en la prensa: «Azagra, un pueblo que puede desaparecer», titulaba el Sábado gráfico.
Según dicen Sola y Carrascón, finalmente, la cosa se arregló con la construcción del motarrón y la edificación de un grupo de casas baratas en el barrio de Azagra. Pero en aquellos años inciertos, de evacuaciones por desprendimientos y riadas, muchos azagreses soñaban con la construcción de un pueblo nuevo en el término de Argadiel.

La plana de Argadiel
Julio Carrascón señala dónde se encontraba
la Cayarta, en el viejo barrio adosado a la Peña.
Situado a dos kilómetros del pueblo en dirección a Milagro, este paraje está cerca de un pequeño poblado medieval ya desaparecido. Hoy sólo quedan cerca de allí la ermita de San Esteban y algunas fincas agrícolas donde suelen aparecer fragmentos de sigilatas y tégulas romanas.
Según Julio Carrascón, antaño el Ebro era navegable hasta cerca de Logroño, y estas eran tierras propicias para el desarrollo de aquellas fincas.
«Hoy, la gente de Azagra está contenta de seguir en el núcleo original, porque, de haberse hecho el pueblo nuevo en Argadiel, quizás hubieran venido otros problemas de convivencia, como ha sucedido en otras localidades divididas en dos núcleos», añade Carrascón.
Sin embargo, cuando caen las tormentas de la Peña, y la plaza se inunda de agua o se cubre de lodos, son muchos los azagreses que se acuerdan de Argadiel, y del popular Santiago Sola, apodado el Juanilla, quien, tras marcharse del pueblo en los años sesenta, inventó en la distancia unos versos que decían:
«Adiós, mi pueblo querido, adiós, Azagra del alma; 
entre la peña y el río te están robando la calma; 
ya decían los antiguos y les sobraba razón: 
que en la Plana construido, estabas mucho mejor; 
allí no hay peña ni río y abunda el aire y el sol».
Desde luego, la plana de Argadiel es un lugar perfectamente ventilado y orientado al sol del mediodía.
Ello se completa además con unas vistas fantásticas del valle del Ebro y los montes de Castilla. «De haberse construido aquí», concluye Julio Carrascón, «Azagra hubiera sido el típico 'pueblo atalaya', asomado en el acantilado».

BELLEZA TRÁGICA
A mediados del siglo XX, Azagra era todavía un pueblo cargado de tipismo. La mayoría de las calles del barrio de Arriba, de Abajo y del Medio, estaban excavadas o adosadas a la roca. «Algunas callejuelas eran tan estrechas que los gatos saltaban de tejado a tejado. Yo iba mucho a la Cayarta, porque mis abuelas vivían allá», dice Julio Carrascón, mostrando las fotos antiguas que ha recopilado en el pueblo. «Cierro los ojos y recuerdo quién vivía en cada casa, y veo a la gente haciendo las labores domésticas en la calle: las mujeres remendando los calcetines del marido...»
Según cuenta, entonces, las mujeres meaban de pie en medio de la calle... y en la Peña había manantiales con propiedades medicinales, como la fuente de la Mina, cuya agua venían a buscar algunos forasteros. Por el sendero viejo que asciende a lo alto de la Peña, bajaban los carros y galeras cargados de uva, con las comportas bamboleantes. «La vida de nuestros antepasados fue peligrosa y dura», añade Luis Sola.
Hoy en cambio, Azagra se ha convertido en un pueblo moderno, dinámico y feo. La riqueza del campo ha dado lugar a diez denominaciones de origen, y el tesón de los azagreses ha propiciado un pujante desarrollo industrial que hacen de esta localidad ribera una comunidad compleja y multicultural. Más que en su urbanismo actual, la belleza de Azagra está hoy en su pasado trágico y en la lucha por la supervivencia de que hicieron gala sus antiguos habitantes. En la carretera, junto a la pasarela, una estatua metálica refleja hoy el esfuerzo del ciclista Indurain en plena carrera. Es un símbolo moderno del esfuerzo tradicional de una comunidad que ha salido adelante en fiera lucha contra la adversidad.  

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