Plana de Argadiel, en término de Azagra, lugar en el que muchos azagreses soñaron con que se levantaría el nuevo pueblo, lejos de la Peña |
El sufrimiento y los sueños de Azagra, una villa que estuvo a punto de desaparecer, fueron reconocidos por el maravilloso pueblo turolense de Albarracín y quedan recogidos en este reportaje de hace 16 años en Diario de Navarra
Calle de Azagra; Albarracín a la villa de Azagra (Navarra) Agosto de 1993 |
DIARIO DE NAVARRA DOMINGO 7 DE NOVIEMBRE DE 2004
El sueño de Argadiel Texto y fotos: JOSÉ A. PERALES
A mediados
del siglo XX, algunos vecinos de Azagra soñaban con hacer un pueblo
nuevo en el término de Argadiel. Con ello, querían poner fin al
agobio de las riadas y de los desprendimientos de la Peña, que
ocasionaron numerosos muertos a lo largo de su historia.
Peñón de la Primicia (Azagra) |
«Mi
bisabuelo tenía tres hijos enterrados bajo el peñón de la
Primicia. A uno lo sacaron muerto, y los otros dos siguen ahí
enterrados. Así hay muchas familias en el pueblo», dice el profesor
Luis Sola Gutiérrez.
Autor de un
libro sobre la tragedia de Azagra de 1874, este
profesor de Filosofía en el instituto de San Adrián lleva algunos años
buceando en la intrahistoria de su localidad natal. Junto a él, hay
otros investigadores de Azagra y sus alrededores, que han desvelado
diversos aspectos de la historia local, como el geógrafo Jesús
Sánchez Barricarte, el pintor Julio Carrascón y el historiador
riojano Félix Martínez San Celedonio.
Trogloditas
Como señala
éste último en su libro sobre Azagra, el origen de esta actual
villa ribera se remonta a los tiempos de los árabes
(especialmente de los siglos VIII al XI). Antes hubo en la zona al
parecer otros pequeños poblados romanos mejor ubicados
ambientalmente, pero fue durante el dominio musulmán cuando se creó
este pueblo excavado en la roca ("Sajra", se llamaba entonces).
Según dice
Julio Carrascón, el motivo de su emplazamiento en las faldas de la
montaña respondía a la defensa de estas tierras fronterizas del
valle del Ebro. «Además, las cuevas y las casas adosadas al peñón
eran una forma de prevenirse contra las riadas y de obtener la
protección del castillo que coronaba el farallón rocoso», dice.
Madre
protectora de los primeros azagreses, aquella peña de yeso y cristal
resultó también con los años una enemiga mortal, que ha ido
cobrándose numerosas víctimas entre los habitantes del pueblo.
El 21 de
julio de 1874, a las cinco y cuarto de la mañana, el desprendimiento
del saliente rocoso donde se encontraba el antiguo castillo, aplastó
una parte importante del casco viejo del pueblo. En este terrible
accidente murieron 91 personas, aproximadamente el cinco por cien de
la población del pueblo. La mayoría matrimonios mayores, mujeres y
niños, ya que muchos hombres -para esa hora- estaban trabajando en el campo.
«Se trataba
en general de gente humilde, que vivía en las cuevas y en las casas
adosadas a la Peña, en el barrio de Medios. En total, 77
edificios habitados y un numero impreciso de corrales y pajares»,
dice Luis Sola.
Algunos
cadáveres fueron rescatados días después bajo los escombros. Otros
siguen enterrados debajo de esta roca enhiesta que ha quedado
ahí como un monumento fúnebre a los desaparecidos en el accidente.
Los
derrumbes de la Peña
Los
desprendimientos de la Peña han sido muy numerosos a largo de
la historia del pueblo. Tan sólo, dieciocho años antes de la
tragedia de 1874, en junio de 1856, el derrumbe de otra piedra
alcanzó a seis viviendas. «Esta vez murieron tres personas mayores
del pueblo y ocho gitanos itinerantes que
se encontraban en ese momento haciendo cestas de mimbre a la sombra
de una de las casas afectadas por el derrumbe», dice Sola [en negrita, el titular de la época].
1916 la roca se incrustó en el autobús que volcó |
El último
desprendimiento mortal fue en 1945. En esta última fecha, dos niños
que jugaban en el patio del colegio de monjas situado junto a la
ermita de la Virgen del Olmo, murieron arrollados por un peñasco de
varias toneladas desprendido del monte.
A finales de
los años cincuenta del pasado siglo, después de haberse realizado
varios desmontes, el peligro seguía latente. Sin embargo, muchos
azagreses habitaban todavía sus viejas casas en los barrios de la
Peña. «Yo viví allí hasta los diez años», añade Luis Sola.
«Mis padres y otras personas solían decir para consolarse: 'No, aquí
no cae'. Pero tres meses después de ser desalojados, cayó otra roca
y sepultó nuestra casa».
El final de
Azagra
Cuando se
hizo el barrio para alojar a los vecinos evacuados, buena parte de la
población azagresa se había extendido ya en el llano, más cerca
del antiguo cauce del Ebro, que pasa hoy a unos tres kilómetros del
casco urbano. Sin embargo, las frecuentes riadas inundaban la parte
baja del pueblo, provocando graves destrozos.
Esta
dramática situación, rebajada por el humor de los habitantes de la
Venecia del Ebro, tuvo también su reflejo en la prensa: «Azagra, un
pueblo que puede desaparecer», titulaba el Sábado gráfico.
Según dicen
Sola y Carrascón, finalmente, la cosa se arregló con la
construcción del motarrón y la edificación de un grupo de casas
baratas en el barrio de Azagra. Pero en aquellos años inciertos, de
evacuaciones por desprendimientos y riadas, muchos azagreses soñaban
con la construcción de un pueblo nuevo en el término de Argadiel.
La plana de
Argadiel
Julio Carrascón señala dónde se encontraba la Cayarta, en el viejo barrio adosado a la Peña. |
Según Julio
Carrascón, antaño el Ebro era navegable hasta cerca de Logroño, y
estas eran tierras propicias para el desarrollo de aquellas fincas.
«Hoy, la
gente de Azagra está contenta de seguir en el núcleo original,
porque, de haberse hecho el pueblo nuevo en Argadiel, quizás
hubieran venido otros problemas de convivencia, como ha sucedido en
otras localidades divididas en dos núcleos», añade Carrascón.
Sin embargo,
cuando caen las tormentas de la Peña, y la plaza se inunda de agua o
se cubre de lodos, son muchos los azagreses que se acuerdan de
Argadiel, y del popular Santiago Sola, apodado el Juanilla, quien,
tras marcharse del pueblo en los años sesenta, inventó en la
distancia unos versos que decían:
«Adiós, mi
pueblo querido, adiós, Azagra del alma;
entre la peña y el río te
están robando la calma;
ya decían los antiguos y les sobraba razón:
que en la Plana construido, estabas mucho mejor;
allí no hay peña
ni río y abunda el aire y el sol».
Desde luego,
la plana de Argadiel es un lugar perfectamente ventilado y orientado
al sol del mediodía.
Ello se
completa además con unas vistas fantásticas del valle del Ebro y
los montes de Castilla. «De haberse construido aquí», concluye
Julio Carrascón, «Azagra hubiera sido el típico 'pueblo atalaya',
asomado en el acantilado».
BELLEZA
TRÁGICA
A mediados
del siglo XX, Azagra era todavía un pueblo cargado de tipismo. La
mayoría de las calles del barrio de Arriba, de Abajo y del Medio,
estaban excavadas o adosadas a la roca. «Algunas callejuelas eran
tan estrechas que los gatos saltaban de tejado a tejado. Yo iba mucho
a la Cayarta, porque mis abuelas vivían allá», dice Julio
Carrascón, mostrando las fotos antiguas que ha recopilado en el
pueblo. «Cierro los ojos y recuerdo quién vivía en cada casa, y
veo a la gente haciendo las labores domésticas en la calle: las
mujeres remendando los calcetines del marido...»
Según
cuenta, entonces, las mujeres meaban de pie en medio de la calle... y
en la Peña había manantiales con propiedades medicinales, como la
fuente de la Mina, cuya agua venían a buscar algunos forasteros. Por
el sendero viejo que asciende a lo alto de la Peña, bajaban los
carros y galeras cargados de uva, con las comportas bamboleantes. «La
vida de nuestros antepasados fue peligrosa y dura», añade Luis
Sola.
Hoy en
cambio, Azagra se ha convertido en un pueblo moderno, dinámico y
feo. La riqueza del campo ha dado lugar a diez denominaciones de
origen, y el tesón de los azagreses ha propiciado un pujante
desarrollo industrial que hacen de esta localidad ribera una
comunidad compleja y multicultural. Más que en su urbanismo actual,
la belleza de Azagra está hoy en su pasado trágico y en la lucha
por la supervivencia de que hicieron gala sus antiguos habitantes. En
la carretera, junto a la pasarela, una estatua metálica refleja hoy
el esfuerzo del ciclista Indurain en plena carrera. Es un símbolo
moderno del esfuerzo tradicional de una comunidad que ha salido
adelante en fiera lucha contra la adversidad.
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