sábado, 27 de septiembre de 2025

Mis gárgolas pamplonesas

Este lunes 22, por la mañana, me descubrió Natxo Zenborain (no te lo pierdas) una gárgola y, por la tarde, fui a visitarla en mi paseo de jubilado.
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Mi primera gárgola, allá por 1955, fue la de la Ronda de Barbazán, en el exterior de la impresionante capilla de don Arnaldo. Me encantaba, desde el Redín, pasar la tapia que cerraba el acceso a la ronda. Me sentía atraído por esos pináculos, esas piedras oscuras. Si por dentro la Capilla Barbazana es bellísima, por fuera es misteriosa y, en las noches de luna (yo, porsiaca, no fui nunca), tiene que sobrecoger.
Tras dar unas voces por los ventanucos de la cripta donde descansa el Gigante de Errazu, empecé a contemplar la gárgola. Con cinco o seis años no conocía aún el nombre de lo que para mí era un dragón que me daba jilis
De repente empezó a tronar y cayó un chaparrón de aquí te espero. Fui a refugiarme a la garita más próxima, pero pronto regresé porque desde ella no podía observar ni tampoco escuchar lo que hacía el dragón. Arrojaba agua de su boca, agua que rebotaba estrepitosamente en una especie de escupidera que le habían colocado a media altura.
Estuve tentado de ponerme debajo, como en la ducha que no teníamos en casa, pero sólo pasé por debajo una vez, pensando en la bronca que me iba a caer en casa. Llegué chirriáu y después del consabido "te vamos a llevar a la Chipi" y cambiarme de ropa, le conté mi aventura a Carlos, mi hermano mayor (7 años más que yo), que me dijo que mi dragón era una gárgola y que ya había visto para qué servía (para ducharse, no precisamente).
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1. La gárgola mira a 2 de Mayo; 2. Torre de San Agustín 
Después de haber visto una gárgola de verdad (hasta con escupidera) y con todo lo que mitificamos la infancia, estaba dispuesto a ser condescendiente con la "gárgola" de San Fermín de Aldapa a nada que tuviera algún detalle que me sorprendiera.
La verdad es que el entorno es espectacular, con ese pino torturado. Además es de los pocos sitios de Pamplona desde los que se ve un poquito de la torre de San Agustín.
Pero la gárgola... Más que jilis me daba pena. Hasta me parece que está rajada y que cualquier día nos da un disgusto al pasar por debajo.
Ya me iba, un poco decepcionado, cuando empezó a llover con cierta intensidad pero con unas gotas finísimas, casi invisibles, como de sirimiri. 
Me refugié en la entrada del Archivo y al girarme...
... descubrí un tenue arcoíris que salía de la cabeza del monstruo  y que me hizo regresar, ahora sí, satisfecho a casa.

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