lunes, 8 de septiembre de 2025

Recordando a Quintín Apesteguía

Una hija, una nieta y tres biznietos visitaron este verano el muro de la memoria de la Guardia Civil de Navarra, y honraron la figura de Quintín Apesteguía Puy CEDIDA
Carmen no guarda rencor porque no hay ningún partido que considera héroes a los novios despechados que intentan asesinar a sus ex. Pero si lo hubiera y, encima, estuviera gobernando con Sánchez y Chivite...

Recordando a Quintín Apesteguía, guardia civil asesinado en El Mochuelo en 1955
Una hija, una nieta y tres biznietos visitaron este verano el muro de la memoria de la Guardia Civil de Navarra, y honraron la figura de Quintín Apesteguía Puy, natural de Echauri, guardia civil, que dejó 9 huérfanos tras ser asesinado junto a otro agente en un tiroteo en la calle Abejeras en octubre de 1955
Un rincón delicioso. Por encima del tejadillo, la Milagrosa de los Paúles
Carmen Remírez DN 06/09/2025
Quintín, Nati y seis hijos
Carmen Apesteguía Díaz tenía 9 años cuando un pariente de su padre fue a buscarla una mañana para que saliera del colegio. El calendario marcaba 22 de octubre de 1955. En el piso de la Comandancia de la Guardia Civil de Pamplona, en la avenida de Galicia, donde vivía junto a sus padres y sus 8 hermanos, se iba reuniendo mucha gente. Algo había pasado, pero, en su recuerdo, nadie parece capaz de nombrar en voz alta de qué se trataba exactamente. Hay confusión y tristeza. La mayor, de 16 años, escucha algo y grita: “¡Mamá, mamá, dicen que han matado a papá!”. Fue así, confirma Carmen Apesteguía, una de las hijas del agente, que conserva los recortes de Diario de Navarra acerca del trágico suceso, ocurrido en el Mochuelo, cerca de la calle Abejeras. Un hombre armado tiroteó a primera hora de la mañana de aquel día de octubre a dos guardias civiles de servicio en la zona, matándoles en el acto. Estaba huido en Francia y había regresado a Pamplona con intención de agredir a su novia. Ante su presencia, alguien advirtió a los guardias civiles, que al acercarse al lugar recibieron los disparos.

Quintín Apesteguía Puy, de 45 años, murió de un tiro en el corazón, y uno de sus hijos guarda la cartera que llevaba en la chaqueta al recibir el impacto. El asesino, de 22 años se disparó a sí mismo el último cartucho de la escopeta, muriendo también. Como consecuencia, los dos agentes asesinados, Quintín Apesteguía y Baltasar Martínez Ochoa, de 39 años y padre de dos hijos, se convirtieron cada uno en una de las 50 palomas que recuerdan a cada uno de los guardias civiles que han perdido la vida en el ejercicio de su profesión en las últimas décadas en la Comunidad. Inaugurado en 2023, este rincón recibió este verano la visita de Carmen Apesteguía, su hija Susana, y sus nietos Alberto, Diego e Íñigo. “Fue un momento inolvidable para mí”, explica Carmen, casi 70 años después del suceso.

DN Octubre 1955
La mañana de la muerte de su padre, los hijos más pequeños del asesinado esperaban en el descansillo, mientras mucha gente acudía a su piso de la Comandancia para dar el pésame a su madre. Carmen recuerda que su hermana mayor tenía ropa de negro, que una vecina les dio almendras... “No recuerdo si lloraba o no. Solo que no entendía bien nada de lo que pasaba. Habían matado a mi padre...”. Mirando a la paloma que simboliza la figura de Quintín, Carmen traslada la idea de que cada uno de esos muertos no es solo un ausente, sino un vacío doloroso en todo su entorno. “En el caso de mi padre, matan a una persona, pero hay además una viuda y 9 hijos detrás”.

Rememora que su padre, nacido en Echauri, había conocido a su madre, asturiana, en Oviedo, durante la Guerra Civil. Posteriormente se casaron y fueron criando a su familia en Navarra. Primero en Huarte-Araquil, después en Puente la Reina y finalmente en Pamplona. Con su muerte, tuvieron que dejar la vivienda de la Comandancia. Se marcharon a la Chantrea, rememora, donde la mujer trabajó como modista y al frente de un ultramarinos. Residieron allí 7 años, pero los hijos estudiaban internos en Madrid y la madre pudo comprar un piso en la capital para estar más cerca, lo que les llevó lejos de Navarra. 

Juan Manuel,  el hijo que conozco
“Luego ya hemos hecho la vida allá y, salvo contadas ocasiones, hemos vuelto poco, pero cuando me enteré de que habían hecho este mural de la memoria, quise venir”. Decidida a hacerlo sola, al final una hija y tres de sus nietos la acompañaron. Recibidos por el coronel y por el equipo de protocolo, a quienes está muy agradecidos, visitaron el lugar. Ella leyó una carta y entregó una rosa que guardan en la capilla. “El trato fue fantástico y vivir ese momento me dio mucha serenidad”. Cree que volverá a Pamplona, indica, aunque su agenda entre el coro, el gimnasio y los estudios, no le deja mucho tiempo libre. “Mi padre era un buen hombre y lo mataron, pero no guardo rencor. Cuántos hay que lo han pasado mucho peor”.

Al final de su carta, lo expresa así: “Agradecí enormemente la visita, que me hacía retornar a mi infancia, al ver que donde yo había jugado a la comba o al escondite, permanecía la presencia de mi padre hecho paloma. Quiero agradecer desde aquí a todos los que lo han hecho posible. Gracias por no olvidar, ya que mantener viva la memoria de los que ya no están también es una forma de justicia y reconocimiento a su entrega. Gracias”.



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