Nací en la calle Dormitalería y nunca he tenido ningún problema para ser y sentirme pamplonés. No soy "pamplonesista" ni PTV. Tampoco nunca he decidido ser pamplonés.
Soy navarro, me siento muy navarro. Pero no me gusta eso del "navarrismo". Tampoco he tenido nunca que decidir ser navarro (a otros ya sé que les ha costado decidirse; les daba corte y decían que eran vascos). Hoy me da mucha rabia ver a Navarra en la oposición en sus propias instituciones.
Tengo los 8 (y seguramente más, que desconozco) apellidos vascos. Y me siento igual de navarro que quienes no tienen ningún apellido vasco. Con casi 40 años decidí aprender vasco, a pesar de que ni a mis padres ni a mis abuelos les oí jamás hablar en vasco. Pero me gustaba y me empeñé. En este sentido, soy vasco, y he decidido seguir siéndolo en una Navarra como comunidad diferenciada. En consecuencia, la ikurriña no es mi bandera, sino la navarra con su escudo.
Soy español, pero en la Jura de Bandera -durante la Dictadura- decidí no besarla. En cuanto llegó (trajimos) la democracia decidí sentirme orgulloso (hay muchas razones para ello) de ser español. No soy españolista, pero sí un español sin ningún complejo; un español que no pide perdón ni se flagela a diario por serlo. Un español en una Europa donde rige la defensa de los Derechos Humanos.
Éste ha sido, sin pedir permiso a Bildu, a Batasuna o a ETA, mi modesto ejercicio del derecho a decidir.
(Diario de Navarra)
El autor, Javier Tajadura Tejada, señala que el ‘derecho
a decidir’ no existe en ningún ordenamiento jurídico y sólo es una ficción inventada
por los independentistas para tratar de romper los vínculos de Navarra con el
EstadoMañana (por hoy) viernes el Parlamento de Navarra va a celebrar un Pleno sobre “el derecho a decidir”. Se trata de una expresión acuñada por los independentistas catalanes y vascos y que ha hecho fortuna. Ahora bien, quienes nos dedicamos al estudio del Derecho Constitucional e Internacional estamos obligados a advertir –por responsabilidad cívica y honestidad intelectual- que se trata de una categoría que no existe en ningún ordenamiento jurídico.
El derecho a decidir es
la expresión que se utiliza para hacer referencia al derecho de
autodeterminación o de secesión de una parte de un Estado respecto a éste. El
derecho de autodeterminación está reconocido en el Derecho Internacional a los
pueblos sometidos a dominación colonial, y por ello ha servido de cobertura jurídica
a todo el proceso de descolonización. Fuera del ámbito colonial, el Derecho
Internacional consagra y garantiza como uno de sus principios básicos la
integridad territorial de los Estados. Únicamente admite una excepción: podrían
ejercer el derecho de autodeterminación o secesión aquellas minorías que dentro
de un Estado están sometidas a un régimen de opresión y de violación
sistemática de los derechos fundamentales. Si no se da esa situación, cualquier
actuación contraria a la unidad de un Estado es contraria al Derecho Internacional.
En la medida en que Navarra no es una colonia de España, y que la Constitución
de 1978 garantiza los derechos y libertades de los ciudadanos que aquí vivimos,
cualquier debate sobre el derecho de autodeterminación carece por completo de fundamento.
Y si desde una
perspectiva internacional el asunto es muy claro, aun lo es más desde el punto de
vista del Derecho Constitucional. El Tribunal Constitucional ha dejado claro
que el derecho de secesión es incompatible con la Constitución. Pero no se
trata de limitarnos a dar este argumento legal o formal. Es preciso ver las razones
que explican esa incompatibilidad. El derecho de secesión es incompatible con
la Constitución por su carácter antidemocrático. No se puede conferir a una
fracción o porción de la ciudadanía la facultad de decidir sobre algo que
afecta a la totalidad. Una parte de los ciudadanos no puede decidir destruir la
comunidad política de todos. Si se aceptara que los ciudadanos de Cataluña
pueden decretar unilateralmente la destrucción de España, habría que admitir
que los de Barcelona pudieran luego independizarse de Cataluña, y ya puestos
que los del barrio de Gracia se secesionasen de Barcelona. Fácilmente se
comprende que el derecho de secesión además de antidemocrático, genera el caos.
Eso es lo que explica
que de todas las Constituciones existentes en el mundo (casi 200) solamente la
de Etiopía y la de San Cristóbal- Nevis (dos islas antillanas que comparten
Estado) recogen la cláusula de secesión, es decir, establecen un procedimiento
para que una parte del territorio se independice. Salvo esos dos casos - que en
modo alguno pueden considerarse ejemplos a seguir-, todas las Constituciones
del mundo prohíben la secesión y garantizan la unidad del Estado. Y ello porque
todos los Estados se configuran como realidades definitivas y permanentes. Un
Estado que admitiera el derecho de secesión sería un Estado provisional, y eso
es un oxímoron. Los Estados, utilizando la expresión ya clásica del Tribunal
Supremo de los Estados Unidos, son “uniones indestructibles”. Desde esta óptica,
salvo que el Parlamento de Navarra haya considerado que el sistema político de
Etiopía merece ser estudiado e imitado, el debate sobre el derecho a decidir carece
por completo de cualquier interés.
Ahora bien, si
jurídicamente el derecho a decidir no existe, y lo que existe es un derecho de
autodeterminación que según el Derecho Internacional y el Derecho Constitucional
no es aplicable a Navarra, ¿qué sentido tiene el debate parlamentario
anunciado? Me temo que sólo persigue una finalidad política. Esa finalidad es contribuir
a erosionar el vínculo jurídico-político que une Navarra a España, y en
definitiva, a debilitar el principio de unidad del Estado y de igualdad de los
españoles.
Esto nos obliga a reconocer que la Constitución de 1978 –la Constitución del consenso- no fue capaz de afrontar y resolver con éxito el problema territorial. Es una tarea pendiente. El liberalismo español del siglo XIX fracasó en el empeño de crear un Estado de fortaleza similar al resto de los europeos. Baste recordar que todos los Estados –incluidos por supuesto, todos los Estados Federales- se caracterizan por disponer de unas Fuerzas Armadas únicas, una diplomacia o servicio exterior únicos, y una Hacienda única. España es el único Estado europeo –y el único del mundo que en el siglo XXI todavía no ha alcanzado esos objetivos. Esta debilidad congénita del Estado español es la que explica, en definitiva, que un Parlamento como el nuestro –el catalán, u otro- se permita debatir sobre el inexistente derecho de secesión.
Esto nos obliga a reconocer que la Constitución de 1978 –la Constitución del consenso- no fue capaz de afrontar y resolver con éxito el problema territorial. Es una tarea pendiente. El liberalismo español del siglo XIX fracasó en el empeño de crear un Estado de fortaleza similar al resto de los europeos. Baste recordar que todos los Estados –incluidos por supuesto, todos los Estados Federales- se caracterizan por disponer de unas Fuerzas Armadas únicas, una diplomacia o servicio exterior únicos, y una Hacienda única. España es el único Estado europeo –y el único del mundo que en el siglo XXI todavía no ha alcanzado esos objetivos. Esta debilidad congénita del Estado español es la que explica, en definitiva, que un Parlamento como el nuestro –el catalán, u otro- se permita debatir sobre el inexistente derecho de secesión.
Javier Tajadura Tejada es
profesor de Derecho Constitucional de la UPV y miembro de Sociedad Civil
Navarra
1 comentario:
Muy bueno
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