jueves, 19 de noviembre de 2015

Pablo Larraz: ¿Terrorismos distintos?

Adolfo Araiz, Uxue Barcos... contra el terrorismo (yihadista, claro). Plaza Consistorial, 
10.01.15; hoy nos gobiernan

El autor, Pablo Larraz, incide en las contradicciones éticas y morales en las que incurren quienes se manifiestan contra el terrorismo yihadista y nunca han protestado contra los etarras 

Pablo Larraz: ¿Son iguales todos los terrorismos?
Todavía  consternados por la masacre de París, en los próximos días escucharemos hasta la saciedad frases como que “todos los terrorismos son iguales”, “todos somos víctimas” o que “el terror no conoce fronteras”. Y es cierto, pero sólo en parte. No es mi intención hacer un análisis diferencial entre el terrorismo yihadista y el autóctono (el de ETA), cuya violencia hemos padecido hasta fechas muy recientes, pero sí quisiera plantear algunas cuestiones e incitar a una serie de reflexiones.

Independiente de las motivaciones y el modus operandi, hay una diferencia fundamental entre la matanza de París y los atentados de ETA: en la primera, las víctimas han sido “aleatorias”, ciudadanos que, fruto del azar, se encontraban en el momento y el lugar del ataque. Eran “objetivos” impersonales para los terroristas, no predeterminados, miembros de la sociedad a la que atacan. El terrorismo etarra es diferente: cada uno de sus asesinatos fue premeditado, planeado y elegido meticulosamente. Las “razones” las conocemos: pertenecer a una profesión determinada (guardias civiles, policías, militares, jueces, fiscales…), negarse a pagar el chantaje terrorista, o pensar y sentir públicamente de manera diferente (políticos, periodistas…). Todas y cada una de estas víctimas concretas eran un enemigo, una amenaza, un obstáculo para el triunfo de su proyecto político totalitario basado en una ideología fundamentalista. ¿Les suena? ¿Lo recuerdan? Obvia decir que el proyecto sigue vigente y goza de buena salud.
Uxue Barcos: "Tengo la conciencia muy tranquila"; Marijose Rama: "ejercicio de cinismo"
La respuesta de la sociedad francesa ante el terror y su condena moral es y será, sin duda, contundente, unánime, sin fisuras ni matices, sin el menor resquicio de duda. En cambio, durante lustros, para una parte significativa de nuestra sociedad y de sus representantes políticos, en mayor o menor medida, aunque la violencia de ETA pudiera incomodar, cada uno de los asesinados era percibido en alguna manera como “culpable”, deshumanizándolo y diluyéndolo en la retórica del “conflicto”, para no inquietar conciencias. Y por eso se ausentaban sin problemas ni remordimiento de las concentraciones de protesta, o incluso se organizaban contramanifestaciones [¡que pena no haber tenido entonces un blog!] de apoyo a los terroristas. De todo esto no hace tanto y, aunque ahora no haya ruido de pistolas, el esquema moral sigue todavía vigente. Ahí la otra gran diferencia con los atentados de París.


Reconozco que tras el ataque al semanario francés Charlie Hebdo, me produjo especial estupor ver en las concentraciones de condena a representantes políticos que jamás condenaron ningún atentado de ETA; tampoco el ametrallamiento del también periodista José Javier Uranga, que fuera director de este periódico entre 1962 y 1990. En la de Pamplona, en primera fila, se podía ver al cargo electo que sólo unos meses antes asistió sonriente al recibimiento de una terrorista navarra excarcelada con un largo historial de sangre a sus espaldas. Pero hay más. ¿Se imaginan que desde el Gobierno de Francia alguien "no se alegrara” de las detenciones de los autores de la masacre de París? ¿O que, si alguno de los terroristas muriera en un enfrentamiento con la policía durante su detención, hubiera grupos políticos franceses que pidieran explicaciones o una investigación? ¿Se entendería en el país galo que alguien pidiera la amnistía para los autores de los crímenes, una vez condenados, o se les denominara “presos religiosos” por su motivación? Como vemos, no “todos los terrorismos son iguales”, ni todas las sociedades son iguales, por desgracia. El lastre de décadas de violencia de ETA y su entorno conforman una realidad dolorosa, incómoda y enojosa, que si como sociedad no afrontamos con honestidad, valentía y responsabilidad, puede acarrear una lectura perversa de la historia de consecuencias nefastas para las próximas generaciones. Aunque nos surja la tentación –independiente del perdón individual-, como sociedad no debemos hacer “borrón y cuenta nueva” y, si bien han callado las pistolas, ojalá que definitivamente, sabemos que “no todo el mundo es bueno”, aunque ahora se pongan detrás de la pancarta de condena a un terrorismo (el de otros lugares, claro).


Si hay voluntad sincera, queda todavía un largo camino moral por recorrer, más allá de asistir a homenajes, crear direcciones generales o hacer declaraciones pomposas. Está todavía pendiente en buena parte de la sociedad y de nuestros políticos hacer examen de conciencia, elaborar y asumir un discurso veraz y honesto de todo lo sucedido. Prefiero no creerme que esa parte que durante décadas apoyó o, en el mejor de los casos, se movió en la equidistancia y la ambigüedad, tiene “la conciencia tranquila”. Si fuera realmente así, significaría que todavía siguen considerando en alguna medida “culpables” a las víctimas de ETA, muertos “necesarios” en el camino hacia su proyecto político totalitario.
Y como cuestión práctica final: si las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado (Guardia Civil y Policía Nacional) abandonan el territorio navarro, como pretenden algunos partidos del Gobierno, ¿será suficiente la Policía Foral para defendernos de la amenaza yihadista?

Pablo Larraz Andía es médico rural y escritor 
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Si os quedan todavía ganas de flagelaros, echad una ojeada (id pasando de puntillas, son 7:42 de tortura) a la manifestación por la libertad de Inés del Río, que se hizo en Tafalla en marzo de 2013. A mí me ha provocado esta sesuda reflexión:
¡Qué bonito es el folclore navarro! ¡Y cuánto capullo revienta en primavera!


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