miércoles, 13 de abril de 2022

Rosa Oteiza (2), por F. Pérez Ollo

José y Rosa vivieron una pasión en la Pamplona de 1900
Una pionera olvidada,                                                                              por Fernando Pérez Ollo
Rosa Oteiza, independiente y discreta, pamplonesa perpetuada en el bronce, no ha merecido ni una referencia en las historias feministas locales

Diez céntimos elocuentes
El domingo 24 de septiembre de 1893, el Orfeón Pamplonés y la Orquesta Santa Cecilia estrenaron el Himno a los Fueros, compuesto por Gorriti, con letra de Hermilio de Olóriz.
«Florecen las virtudes / entre tu honrada grey / como el fértil campo brota apiñada mies./ Por eso nunca sierva/ni vil pudiste ser / y el que atentó a tu honra / muerto cayó a tus pies», exageraba la cuarta estrofa. Pero la hipérbole de esos versos no desdice de la historia oficial del monumento, cuya mayor inexactitud es que se financió sólo con aportaciones voluntarias. En julio de 1893, en Tafalla se abrieron las suscripciones, alentadas por los párrocos. Una señora fue a casa del de Santa María y le dijo: «Tengo cuatro hijos, no tengo más de 10 céntimos en mi poder y quiero dejarlos para ayuda del Monumento». Y los dio. Este es un rasgo humilde y más elocuente que cien discursos.
1895-1896-1903 Comienzos rápidos, pero luego... Y aún sin placas
Matrimonio sin convivencia
El matrimonio en 1918 con José Julián Ozcoidi Errea (9 registros en Prensa histórica) no parece que cambiara mucho la vida de Rosa Oteiza. En los padrones municipales no aparecen domiciliados juntos más que en 1940. Es más, él no figura como residente en Pamplona, ni está enterrado en el cementerio de la ciudad, y a ella la encontramos, año tras año, a veces como soltera, siempre en compañía de su madre —hasta que ésta murió en 1945— y de su hermana Benita, en la calle Compañía y luego, en Pozoblanco. Pero sería necio pensar que los papeles oficiales recogen y agotan toda la verdad, mucho menos la de una vida.
Pozo Blanco 19-2º, esquina con las Escalericas de San Nicolás- Ahí murió Rosa Oteiza
Rosa, José y el silencio
Sobre el Monumento a los Fueros corre sotto voce y entre iniciados en la historia menuda local el runrún de que a la modelo de la dama foral y al arquitecto les unía una arrebatada relación sentimental. Rosa Oteiza y Manuel Martínez de Ubago fueron amantes, o más bien ella fue la amante de él, según esa noticia no escrita y bisbiseada durante décadas. No es exacta. 
En el primer quinquenio del siglo XX, el arquitecto de moda y la joven, que no debía pasar inadvertida en la ciudad, eran solteros. Pero Manuel y Rosa no mantuvieron un idilio volcánico. La estupenda moza —dieciochoañera cuando posó para la estatua de bronce— se enzarzó en amores con José, hermano de Manuel, y también arquitecto. 
Quiosco música Zaragoza, obra fraterna
Ya va dicho que, cuando llegó la estatua en bronce y a Manuel le dio un causón (soponcio), disgustado con el trabajo de los fundidores barceloneses (¿o por el parecido con Rosa?), fue José quien la elevó y colocó sobre el alto pedestal. 
Luego, terminado el Monumento, Manuel y José se trasladaron, hacia 1906, a Zaragoza, ciudad en la que ambos trabajaron. José llegó a concejal. Más tarde, José hubo de abandonar la capital aragonesa y se instaló en San Sebastián, en el alto de Aldapeta. José —lerrouxista y presidente del Partido Radical (anticlerical, anticatalanista, liberal y republicano) en Guipúzcoa— fue alcalde donostiarra entre abril de 1935 y enero de 1936, casó y tuvo familia. Aún (en 2001) vive su viuda, con 99 años. 
Rosa estaba en Pamplona en 1905, pero no en los diez años siguientes. Cuando se casó en 1918, el párroco de San Juan Bautista dice que ella era feligresa suya, es decir había vuelto al piso que la madre ocupaba en la calle Compañía. No abandonó más la ciudad. En los padrones figura siempre como comadrona. La historia oculta asegura que trabajaba como costurera. 

Boda interrupta
Basílica (pincha) y calle de Santa Engracia
En la familia Martínez de Ubago cuentan que José y Rosa tuvieron hijos (José, Julio -1903-, y Luis) y que él los reconoció. José anunció su enlace matrimonial con una señorita zaragozana en la iglesia de santa Engracia. El día de la boda, Rosa se presentó en el templo con sus pequeños (dato a comprobar). José no pudo casarse y tuvo que abandonar la capital aragonesa y se fue a San Sebastián (de donde llegó a ser alcalde). De esta historia, que los Martínez de Ubago pamploneses conservan fresca, acaso lo más sorprendente es que José, dada su filiación política, se casase por la Iglesia. 
Doña Rosa Oteiza Armona, según los testimonios, fue hasta el final una mujer discreta, de mucho carácter y celosa de su independencia. Concedió alguna entrevista, pero no desveló trazo alguno de su verdadera vida. A cien años de los hechos, cuesta creer que Doña Rosa, la pamplonesa perpetuada por el bronce, no haya merecido ni una referencia en las historias feministas.

Nota de Desolvidar
Cuatro años después de estos dos escritos de Pérez Ollo, apareció en 2005 el libro "Mujeres que la historia no nombró", promovido por el área de Servicios sociales y Mujer, del Ayuntamiento de Pamplona. En él hay un capítulo dedicado, por fin, a Rosa Oteiza. ¿A que sabéis quién lo escribió? Pues sí, don Fernando Pérez Ollo.

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