Los 3 tejos del escudo de Guipúzcoa están en el Palacio de Ayete (pincha) |
Primero quitaron del escudo al Rey. Luego, los cañones. Dejaron los asépticos (¡ya, ya!) tejos. Y Goñi Tirapu nos descubre que esos 3 tejos están en el Palacio de Ayete, residencia de verano de Franco (1940-75) y luego, del representante del Gobierno de España. Ahora, lógicamente, han corrido un (es)tupido velo.
José Ramón Goñi Tirapu fue gobernador civil de Guipúzcoa desde 1987 a 1990. Durante ese tiempo, las Fuerzas de Seguridad del Estado detuvieron a varios comandos etarras. Hacia el 2005, el ex gobernador descubre y relata en un libro -'El confidente'- que aquellas operaciones se hicieron gracias a un confidente que había logrado colocar en las mismas entrañas de ETA.
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Al contarme el confidente que uno de los terroristas era navarro -yo también soy navarro de origen-, me vino a la memoria una anécdota muy significativa sobre Navarra y el escudo de la provincia de Guipúzcoa que contaré a continuación.
Navarra ha mantenido varias guerras fronterizas con Guipúzcoa desde que esta pasó a pertenecer al reino de Castilla en el año 1200. En 1321, ochocientos guipuzcoanos vencieron al ejército navarro en el desfiladero de Beotíbar, utilizando piedras como únicas armas. El 3 de diciembre de 1512, los guipuzcoanos, al servicio de la Corona de Castilla, atacaron la retaguardia del ejército del último rey de Navarra, Juan de Albret, apoderándose de sus cañones, en el puerto de Velate. El 20 de mayo de 1521, el guipuzcoano Ignacio de Loyola es herido por las tropas navarras (entre quienes estaban dos hermanos de Francisco de Javier) mientras defiende el castillo de Pamplona, que había sido conquistado para el rey castellano Fernando el Católico. Posteriormente, Ignacio y Francisco fueron amigos, jesuitas y santos.
1978 1986 |
Los nacionalistas han querido borrar los vestigios históricos de estas guerras entre Guipúzcoa y Navarra para convencer a sus partidarios de que las dos provincias han permanecido siempre juntas y dentro de los límites de su mítica Euskal Herria, la tierra de los vascos. En los primeros años de la democracia llenaban de pasquines las calles vascas con el lema «Nafarroa Euskadi da» (Navarra es Euskadi) durante las campañas que hicieron para tratar de anexionar Navarra al País Vasco.
En las primeras elecciones municipales democráticas, celebradas el año 1979, fui elegido diputado provincial de la Diputación Foral de Guipúzcoa. En aquellos momentos, cuando la citada consigna anexionista estaba en su mayor auge, los representantes nacionalistas en la Diputación guipuzcoana decidieron borrar para siempre de la historia de nuestra tierra los símbolos que pudieran recordar la verdad: que los guipuzcoanos habían estado históricamente unidos a España, o a la Corona de Castilla, durante setecientos años, y que, además, ayudaron a esta a ocupar el reino de Navarra.
Por esta razón, los nacionalistas aprobaron una norma por la cual se eliminaba del escudo de Guipúzcoa la efigie del rey Alfonso VIII de Castilla (otros dicen Enrique IV “el impotente”), que precisamente figuraba en él por haber otorgado nuevos fueros a la provincia y confirmado los existentes. Los muy ingratos se cargaron del emblema al rey que más había contribuido a establecer los tan cacareados «derechos históricos», que no eran más que unos privilegios otorgados por los reyes a algunas poblaciones españolas. Si hoy una ciudad del resto de España reclamara la capacidad soberana de recaudar todos los impuestos solicitando ese «derecho» en base a unos fueros obtenidos setecientos años atrás, la carcajada por la ocurrencia podría ser épica. Los cinco diputados no nacionalistas, entre los que se encontraba Jaime Mayor Oreja, no pudimos evitar la tropelía: ellos eran catorce. El escudo de Guipúzcoa se quedó sin el rey español.
Meses más tarde, otro diputado nacionalista tuvo la infeliz ocurrencia de eliminar del citado emblema heráldico los doce cañones, que hasta entonces habían logrado pasar inadvertidos. El brillante diputado quedó escandalizado al saber que los simbólicos cañones figuraban en nuestro escudo en recuerdo de los requisados por los guipuzcoanos a los navarros en la batalla de Velate. La contradicción era evidente, incluso para ellos: por un lado, lo que los nacionalistas machaconamente repetían en sus eslóganes, y por otro, la cruda realidad histórica del escudo con sus cañones, que llevaban allí quinientos años.
A partir de esa fecha, al emblema guipuzcoano le quedaron solo tres tejos, árboles de la especie de las coníferas. La botánica debió parecerles en aquellos momentos lo suficientemente aséptica como para permitir su permanencia en el escudo. Al parecer, aquí terminan las peripecias, poco conocidas, de un escudo vapuleado y desplumado por el régimen nacionalista. Pero no me resisto a contar una anécdota, que hasta ahora ha permanecido inédita, que estuvo a punto de provocar una catástrofe heráldica que hubiera dejado en blanco al «pobre» emblema.
El palacio donostiarra de La Cumbre, ubicado en una atalaya frente a la bahía de la Concha de San Sebastián, en el barrio de Ayete, y rodeado de una hermosa finca arbolada, fue rehabilitado y dotado de fuertes medidas de seguridad durante mi gestión. Allí se celebraron algunos Consejos de Ministros de Justicia e Industria europeos, y allí viví con mi familia mi última etapa como gobernador.
Un ingeniero agrónomo catalogó todos los árboles, y cuál fue mi sorpresa cuando me comunicó que en la finca se encontraban tres tejos con más de quinientos años y que se trataría, seguramente, de los ejemplares más antiguos de Guipúzcoa. Ni más ni menos que de la época del antiquísimo escudo de la provincia, pensé. Poco después, el 10 de julio de 1989, invité a comer en La Cumbre a Imanol Murua, diputado general de la Diputación de Guipúzcoa. Mientras paseábamos por el jardín, Murua se fijó en los tejos y me miró con preocupación, preguntándome si podrían ser los tres del escudo. Le respondí que eran muy antiguos, y preguntó sí sería posible trasplantarlos a otra zona. Sorprendido, le comenté que sería una barbaridad hacerlo por el riesgo que correrían. Seguramente, Imanol no podía aceptar, como buen nacionalista, que aquellos árboles que simbolizaban a Guipúzcoa estuvieran en la residencia del representante del Gobierno de España. Un tanto alarmado, pensé que los tejos del escudo estaban en peligro. Afortunadamente, el asunto se olvidó y, todavía hoy, permanecen en su lugar los tejos de La Cumbre y los del escudo.
"El Confidente", de J.R. Goñi Tirapu
6 comentarios:
Cuando hablas con un nacionalista , quita toda la importancia, al hecho de los 12 cañones navarros , lo dejan en algo anecdótico . Pero hay que recordarles que esos cañones , suponían toda la artillería del reino de NAVARRA.
Si nos robaron los cañones , que más habrían hecho " nuestros hermanos " ??
¿No se fundaron diversas localidades de la Barranca, con sus fueros, agrupando lugareños que pudieran así defenderse de los 'bandidos guipuzcoanos!
Como siempre manipulando la historia a su favor ideológico. No se dan cuenta de la estupidez que ponen de manifiesto al hacerlo, y la cobardía al no habla de la traición que cometieron al ayudar a Castilla en la conquista de Navarra, ahora niegan todo, o lo ocultan y promueven la independencia de España y la anexión, "Manu militari" de Navarra. Cuanto cretino nos rodea en la política.
Gracias Pachi, buen, no buenísimo trabajo.
Navrazon
Muchas gracias, José Ramón por tu estupenda y oportuna aportación histórica.
Los habitantes del P. Vasco siempre han estado Unidos a Castilla, aunque ahora digan que fueron conquistados por España. Perdón, fuisteis vosotros los que ayudasteis a Castilla a conquistar Navarra. Y ahí se ve como defendía vuestro Íñigo de Loiola la conquista de Pamplona y vuestro ataque en Velate a las tropas del rey de Navarra en el intento de reconquista del Reino de Navarrs
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