viernes, 8 de enero de 2021

J. Marrodán, premio Fundación Víctimas Terrorismo

"Mi primera aproximación periodística al terrorismo se produjo en diciembre de 1988, con ocasión de un atentado contra la casa cuartel de Alsasua (y es que lo de Alsasua viene de lejos). Aquel día descubrí que podía ser muy importante contar la realidad del terrorismo también desde la perspectiva de las víctimas."

La prehistoria de un premio, por Javier Marrodán Ciordia
Mi primera aproximación periodística al terrorismo se produjo en diciembre de 1988, con ocasión de un atentado contra la casa cuartel de Alsasua. Un comando de ETA colocó un lanzagranadas en la ladera del monte Ameztia y lo programó para que los proyectiles salieran disparados a medianoche. Enterraron además una bomba trampa en las inmediaciones con la expectativa de que alguno de los guardias civiles se aproximara al artefacto.
El cabo José Aguilar acababa de cenar con un compañero cuando se produjo el primer impacto. Intuyendo casi de inmediato lo que ocurría, tomó su cetme del armero y se echó al monte con el objetivo de detener los disparos. Tanto corría que no oyó la orden de retirada que un teniente dio a sus espaldas. Localizó el lanzagranadas y cuando se acercaba con precaución pensando cómo podría inutilizarlo, tocó el hilo conectado a la bomba trampa. La explosión le arrancó una pierna y le dejó la otra muy maltrecha. Estaba solo y lejos del cuartel, pero vivo. Se arrastró como pudo hasta un pequeño camino y allí lo encontraron sus compañeros. Enseguida llegó una ambulancia que lo condujo a la Clínica Universitaria. Llegó muy grave. Lo operaron en cuanto fue posible y lograron salvarle una pierna.
Se me ocurrió que sería interesante hablar con él y tanteé el terreno varias veces, hasta que un mes después del atentado me comunicaron que ya estaba visitable en una habitación de planta y que el resto corría de mi cuenta. Me presenté un poco inquieto en la Clínica en compañía del fotógrafo Javier Sesma y todos nuestros temores se disiparon cuando entramos en la habitación y nos saludó un chico joven —tenía 26 años, cuatro más que yo—, sonriente, que llevaba una camiseta de Vorago y se apoyaba con destreza en sus recién estrenadas muletas. Nos sentamos con él en los sillones de un descansillo próximo y nos contó con todo el detalle que le pedimos cómo se habían sucedido los acontecimientos. Tenía previsto casarse unos días después del ataque y habían tenido que posponer la boda. Le pregunté por el futuro y me dijo que le gustaría estudiar Derecho para luchar contra el terrorismo «con las leyes en la mano».
El relato de José Aguilar tuvo mucho eco gracias a las agencias que lo difundieron a todos los medios españoles y a las emisoras que lo resumieron en sus boletines. Aquel día descubrí que podía ser muy importante contar la realidad del terrorismo también desde la perspectiva de las víctimas. Aún no había leído el discurso que pronunció Albert Camus cuando recibió el Premio Nobel en 1957, pero asumí de modo intuitivo una de sus ideas sobre el compromiso del escritor: «Por definición, el escritor no puede ponerse al servicio de quienes hacen la historia, sino al servicio de quienes la sufren». Salvando las distancias y acomodando el planteamiento al caso del periodismo, me parece que se trata de una hoja de ruta oportuna.
Buen artículo sobre Relatos de plomo
He mantenido la relación con José Aguilar durante los últimos 32 años, disfruté viendo cómo se licenciaba en Derecho y se hacía cargo como abogado de muchas causas relacionadas con los crímenes de ETA, y volví a entrevistarle con Rocío en 2013 cuando trabajábamos en el proyecto «Relatos de plomo». Aquel día, después de una década sin habernos visto, le alargué sonriente la mano cuando nos abrió la puerta del despacho, y me dijo: «Javier, como mínimo un abrazo». Habían pasado 25 años exactos desde el día del atentado.
Javier Marrodán
Por eso me pareció oportuno hablar de él cuando el pasado miércoles recibí el premio de periodismo que concede la Fundación de Víctimas del Terrorismo.
Traté de explicar, al hilo de su historia, que los testimonios de las víctimas son necesarios para completar el puzle de lo ocurrido con piezas que no se pueden encontrar en ningún sumario, menos aún en valoraciones de carácter político o en descripciones escabrosas. Sus recuerdos son imprescindibles para transmitir qué es realmente el terrorismo, para hacer justicia a los acontecimientos, para proporcionar elementos de juicio a los lectores, para ayudar a los ciudadanos a conocerse mejor, a tomar más libremente sus decisiones. Y pienso que esa es justamente la esencia del periodismo.
Puerta de la Libertad Berriozar Vecinos de Paz
Quise citar también en mi intervención a algunos jóvenes periodistas que a través de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Navarra se han sumado en los últimos años a varios de los proyectos y publicaciones que me han conducido hasta el premio. Más aún, pienso que María, Rocío, Gonzalo, Ronces, Inés o Ana están incluidos de algún modo en el galardón. Me deja muy tranquilo y muy satisfecho saber que siguen trabajando llenos de compromiso y entusiasmo en las dos tareas que a juicio de Albert Camus constituyen la grandeza del oficio del escritor (y del periodista, añadiría yo): el servicio a la verdad y el servicio a la libertad.
En un librito muy interesante titulado "Elogio de la transmisión" George Steiner habla de la docencia y de cómo el trabajo de los profesores resulta a veces «agotador y decepcionante», hasta el punto de generar «una profunda acritud». Sin embargo —añade—, tiene también una «suprema» e «inconmensurable» recompensa: la de encontrarse «con un alumno mucho más capaz que uno mismo, que llegará mucho más lejos y que quizá acabe creando una obra que futuros profesores enseñarán». Y añade: «Esto último es algo que me ha ocurrido cuatro veces en mi vida, lo que no deja de ser una cifra importante después de cincuenta años de enseñanza». Yo no he tenido que esperar tanto, aún he sido más afortunado que él.
Los jóvenes y los que ya no lo somos tanto deberíamos sentirnos interpelados por la inconmensurable tarea de desbanalizar el mal, por resumirlo con una afortunada expresión de Maite Pagazaurtundua. Ya no hay vuelta atrás para los asesinatos, la extorsión, los secuestros o los atracos; sin embargo, el relato riguroso y completo de lo sucedido, lejos de alimentar venganzas o resentimientos, permitirá cerrar esta etapa ominosa sin olvidos cómplices o interesados, sin diluir la gravedad de los hechos, sin interpretarlos, sin excusarlos. La Historia nos hará mejores si se escribe con honradez.
[No sé si será la primera vez que Maite usó la expresión "banalizar el mal" pero, para mí, sí. Fue con motivo de ir, en 2013, a Echarri Aranaz a limpiar la odiosa pintada (Gora ETA eta kitto) en la casa de Jesús Ulayar, asesinado en 1979. El Ayuntamiento de Echarri, cómplice -si no fue él- de los autores de la pintada, no tuvo la dignidad de eliminarla y pedir disculpas a la familia:
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