sábado, 30 de enero de 2021

ETA, dueña de vidas y familias

"Koldo" (pincha) dio la pista inicial que condujo a la desarticulación de Bidart

Goñi Tirapu nos cuenta los motivos por los que un "laguntzaile" (colaborador de ETA) se convierte en su confidente. No solo su mujer "hacía favores" a los tres del Comando Éibar. También su hija de 15 años. Y él, a dormir al sofá.
J.R. Goñi Tirapu

Me he referido antes a la relación, cuando menos peculiar, del confidente con su esposa. Sabemos ya -él mismo lo ha contado- hasta qué punto estaba seguro acerca de cuál sería la reacción de su mujer de conocer sus intenciones. 
Pese a todo, creo que él la quería o que, al menos, la quiso. Lo intuí a lo largo de nuestra conversación en mí coche, cuando confesó -seguramente porque necesitaba desahogarse- la verdad que le consumía. Me miró con los ojos empañados y, fijando la vista hacia el otro lado, lo soltó: «Mi mujer se acuesta con ellos». Lloraba. Permaneció un rato en silencio. Yo hice lo mismo. ¿Qué podía decir? Supuse que aquella poderosa razón lo explicaba todo, o casi todo. Nunca se sabe. Quizá lo único que pretendía era librarse del comando, y de su humillación, y continuar como si nada hubiera pasado. Pero uno no es nunca completamente dueño de su destino, y aquella decisión dio paso a otras que cambiarían definitivamente su vida.
Una mujer atiende a un policía herido en Eibar 
JAVIER FERNÁNDEZ

Era realmente una historia increíble. Muy fuerte. Todavía hoy, cuando la recuerdo, me invade una sensación de irrealidad que no me ha abandonado desde entonces. Aquel hombre sufría de verdad. Esa gentuza se había adueñado de su casa, de su vida, de su mujer... Escapar de ese infierno parecía imposible. 
Ellos, los intrusos que habían irrumpido en su propia casa, no podían desconocer el sufrimiento que causaban. ¡Qué ingenuidad pensar que a gentes de esa catadura pudiera importarles el sufrimiento ajeno! Eran los dueños y señores de la vida y de la muerte de cuantos se movían a su alrededor. En ningún momento dudaron de la mansedumbre de aquel pobre hombre que obedecía perrunamente sus órdenes. 
Y toda su seguridad se basaba en la miserable razón que daba sentido a sus vidas: la capacidad de provocar terror, de suscitar miedo. Gentes que todo lo vampirizan, que solo saben vivir a costa de la sangre y del sufrimiento de otros. En suma, la degradación moral más absoluta. 
En ella vivió, hasta que no pudo más, el confidente. Hasta que su cerebro se liberó de las miserables excusas -tipo "ellos confían en mí"- que hasta entonces le habían servido como coartada para soportar tanta miseria moral. 
José Luis Álvarez Santacristina, Txelis. EFE

El confidente contaba y no paraba. Ella, su mujer, vivía incondicionalmente entregada a la «causa». El día que recibió en su casa al comando, no sintió miedo, ni vergüenza. Nada de eso; se sintió orgullosa y honrada de que aquellos héroes, aquellos luchadores dispuestos a arriesgarlo todo en nombre del Pueblo, decidieran alojarse en su domicilio. Luego la consideraban de total confianza. No podía caber mayor honor. No había nadie que pudiera comparárseles, nadie tan valiente, ni tan desinteresado... Se sintió, en fin, importante ocultando en su vivienda a gente tan extraordinaria. 
Y el comando, que todo esto lo daba por supuesto, tomó inmediatamente posesión de la casa y de cuantos vivían en ella. Así que instruyó a su marido para que hiciera, sin rechistar, lo que en cada momento le ordenaran. 
Ellos eran el poder, y ella, su vicaria. De modo que, casi inevitablemente, llegó el día en el que uno de ellos la miró y ella sintió la necesidad de agradarle. Y de manera igualmente natural e inevitable se convirtió en una rutina agradar a los tres. 
Razón tenía el confidente al asegurar que su esposa no tardaría ni un segundo en ponerle en manos del comando, y de una muerte segura, apenas conocida su «traición». 
El descubrimiento por mi parte de aquel desgarrador secreto iluminaba muchos de los rincones oscuros del drama. 
"El Confidente", de J.R. Goñi Tirapu
Si queréis ver el alcance que tuvo esa confidencia, pincha en:


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