Aniquilar, que no amabilizar
El cuatripartito ha
decidido aniquilar - que no amabilizar- el Casco Viejo de Pamplona, aislándolo
del resto de la ciudad. A resultas de ello, las ventas de sus comercios se han
desplomado. Normal. Los hábitos de consumo están estrechamente ligados a la
comodidad. El éxito del “e-commerce” radica en la posibilidad de comprar
durante las 24 horas, festivos incluidos, desde cualquier ordenador o móvil,
productos que al día siguiente nos entregan en la puerta de casa. Disponemos
también de modernos centros comerciales, bien comunicados, con parking
gratuito, sugerentes ofertas de ocio y restauración, fresquitos en verano y
calientes en invierno.
Ya en Pamplona
priorizamos nuestro barrio y, si hemos de desplazarnos, optamos por los de más
fácil acceso. El Casco Antiguo parte de una situación desventajosa, pues las
sucesivas expansiones de la capital lo han ido dejando cada vez más a desmano.
Si a ello añadimos una política consistente en crear un cordón que impide toda
aproximación rodada, so pena de fuertes multas, dejaremos de ir. Y sin clientes
no hay ventas, y sin ventas no hay tiendas. La pérdida de su importante función
social convertirá lo viejo, en el mejor de los casos, en una zona sólo apta
para la bebida -con todo lo que ello conlleva- y, en el peor, en un gueto. Las
restricciones han complicado además el tráfico de una ciudad en la que se
circulaba con fluidez. Es difícil hacer las cosas peor, aunque pueden
conseguirlo en Pío XII.
Yo les animo a neutralizar
la incompetencia del Consistorio zambulléndose en nuestras viejas rúas,
acompañados de sus hijos. Ayudemos a los héroes -que todavía resisten- a subir
cada mañana la persiana de negocios que nos evocan recuerdos de la niñez.
Hagámoslo disfrutando de esas calles de bonitos nombres que guardan la esencia
de Pamplona. Deléitense en los bien abastecidos puestos del mercado de Santo
Domingo, de trato familiar –“¿qué te pongo, majico?”-. Compren en
establecimientos que tributan aquí. Peguen su nariz al escaparate de Casa
Torrens, endulcen su vida en la confitería Layana o en pastas Beatriz, sin
importarles la cola.
Háganse con una vela en Donézar, regaliz en Ataun, cera en la droguería López, licores en Murillo, instrumentos musicales en Arilla, belenes en Ardanaz, marcos en Amado Mendoza... Cálcense alpargatas de la Mañueta. Entren en las librerías, mercerías o ultramarinos que a duras penas sobreviven. Pequen en las tentadoras barras de sus bares. Olvídense del reloj y siéntense en la plazuela de San José a contemplar la belleza y quietud que les rodea.
Asómense al Caballo Blanco y recorran la muralla hasta la pasarela del Labrit que este Spiderman, tan dado a crear problemas donde no los hay, ha olvidado reabrir cegando así otra transitada vía de entrada a lo viejo. Cuélense, si tienen fe, en alguna de las iglesias en penumbra para rogar al Altísimo que Asiron vuelva a la ikastola y Cuenca a su Alcántara natal antes de que dejen nuestra querida Iruña como un solar. Visiten la Catedral, aunque no crean en Dios. Y el solitario Museo de Navarra. O un edificio okupado. Correspondan entre tanto a los tímidos saludos de los peregrinos camino a Santiago. Vivan Pamplona. Vivan sus pueblos.
Háganse con una vela en Donézar, regaliz en Ataun, cera en la droguería López, licores en Murillo, instrumentos musicales en Arilla, belenes en Ardanaz, marcos en Amado Mendoza... Cálcense alpargatas de la Mañueta. Entren en las librerías, mercerías o ultramarinos que a duras penas sobreviven. Pequen en las tentadoras barras de sus bares. Olvídense del reloj y siéntense en la plazuela de San José a contemplar la belleza y quietud que les rodea.
Asómense al Caballo Blanco y recorran la muralla hasta la pasarela del Labrit que este Spiderman, tan dado a crear problemas donde no los hay, ha olvidado reabrir cegando así otra transitada vía de entrada a lo viejo. Cuélense, si tienen fe, en alguna de las iglesias en penumbra para rogar al Altísimo que Asiron vuelva a la ikastola y Cuenca a su Alcántara natal antes de que dejen nuestra querida Iruña como un solar. Visiten la Catedral, aunque no crean en Dios. Y el solitario Museo de Navarra. O un edificio okupado. Correspondan entre tanto a los tímidos saludos de los peregrinos camino a Santiago. Vivan Pamplona. Vivan sus pueblos.
Porque parte de lo que
somos se lo debemos a las calles que nos vieron nacer. No permitamos que
mueran. O que las maten, mejor dicho.
MANUEL
SAROBE OYARZUN
Nota de Desolvidar:
Como no caben todos los
comercios, establecimientos, lugares... a los que alude este magnífico articulo
de Manuel Sarobe, he preferido incluirlos en este vídeo que hace un recorrido
por los rincones, tiendas, comercios, templos... de los que hace referencia Manuel, y le añade un ambiente de Navidad, que ya la tenemos encima
1 comentario:
Yo no puedo entender que está pasando con los sufridores autónomos que en silencio trabajan muchas horas para poder sobrevivir ya está bien ya vale una ex autónoma
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