Lesa humanidad
· Equiparar a los prófugos etarras con los refugiados es un insulto de lesa Humanidad que ha tolerado el Parlamento Europeo.
«Intelijencia, dame el nombre exacto de las cosas» (Juan Ramón Jiménez)
Vencido por el Estado a través de la Policía y los jueces, el terrorismo intenta sobrevivir a través de la política y del lenguaje. De la política aprovecha la timorata tibieza de una cierta izquierda complaciente, y del lenguaje utiliza los recursos de ambigüedad para construir un relato moral favorable. Su derrota no será completa hasta que se le bajen esas dos persianas entre las que asoma tratando de perfilar la silueta de una especie de movimiento civil rehabilitado en una equidistancia renuente al arrepentimiento. Sus mejores aliados son ahora la desmemoria social, la comodidad intelectual y el desistimiento ético.
Utilizando también simbología navarra, ¿eh, Ayto. de Ituren? |
Por esos resquicios de pusilanimidad y anuencia ha colado Otegui su repugnante argumentario de eufemismos tramposos, el simulacro verbal con el que el posterrorismo disfraza su pretensión de amnistía. Un público indiferente y desavisado para la habitual indecencia semántica de llamar prisioneros a los criminales condenados o de equiparar el sufrimiento de las víctimas con el de sus asesinos.
De Juana Chaos, todo un exiliado en la Venezuela de Maduro |
Pero alguien en el Parlamento Europeo, ágora teórica de los problemas del continente, debería haber puesto siquiera pie en pared ante la afrenta de considerar «refugiados» y «deportados» a los prófugos etarras. Porque la comparación de un grupo de pistoleros huidos con el drama del éxodo que sacude las fronteras europeas es un insulto de lesa Humanidad, una vileza tan abyecta, una ruindad tan flagrante que ninguna autoridad institucional puede dejar pasar sin sentirse concernida por la vergüenza.
Y eso es lo que sucede: que sólo las víctimas se rebelaron, gracias al coraje de las eurodiputadas Pagaza y Becerril, para honrar la causa de la memoria, la dignidad y la justicia. Frente al silencio acomodaticio y encogido de unas instituciones y de unos partidos cuya indiferencia resulta culpable del más estúpido de los delitos. El de negligencia cobarde.
IGNACIO CAMACHO – ABC – 28/04/16
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