martes, 3 de septiembre de 2024

Manuel de Frutos: Bajo faldas maoríes

Baile flamenco en Gisborne para dar la bienvenida a los visitantes españoles
Diana Burns
Cuando alguien ha sido muy importante y ha dejado una profunda huella en la sociedad a la que perteneció, a su muerte se empiezan a formar mitos (sobre todo en las culturas de tradición oral) para explicar aquellos pasajes de su vida que no estaban claros.
Hace unos días, publicamos Maoríes de estirpe española, y dejé aparte, a posta, uno de esos puntos oscuros en la vida de Manuel de Frutos (1811-62 aprox.), porque no quería mezclar explicaciones racionales y mitológicas. Pero ahora que ya tenemos claro lo fundamental, vamos a ver la explicación maorí de por qué se quedó Manuel de Frutos a vivir con los Maoríes, desapareciendo -literalmente-  del mundo civilizado, de los suyos, su familia, su patria...
Pero, como bien sabéis, aunque él desapareció para España, España no desapareció para él, la llevó consigo y la transmitió con un éxito indudable a sus descendientes, que hoy celebran con alegría lo que significa tener sangre española.
Seguimos a la periodista neozelandesa Diana Burns quien, junto con la historiadora de Valverde del Majano María Teresa Llorente, consiguieron poner apellidos ("de Frutos Huerta) a Manuel. 
Visita a la tumba de Manuel de Frutos. Otras lápidas junto a ella
La historia comenzó cuando un español alto y pelirrojo apareció del mar en Puerto Awanui, cerca de Ruatoria, a principios de la década de 1830.
Aunque el remoto puerto de la costa Este está completamente desierto en la actualidad, en aquel entonces era el sitio de un próspero pueblo maorí. También se dieron los primeros indicios de un asentamiento europeo para atender las visitas ocasionales de los balleneros.
El español Manuel José fue uno de esos primeros visitantes europeos. Aunque no hay un registro preciso de su llegada, sí hay registros posteriores de su existencia y abundan las historias orales sobre su dramática entrada en la comunidad con la que se establecería.

Bajo la falda
Esperemos que en el siglo XIX fueran más largas
Según la pintoresca versión de Morehu Te Maro (conocido por todos como Boyse), Manuel José llegó en un barco ballenero y se le concedió permiso para bajar a tierra mientras se reabastecía. En la playa de Port Awanui vio a doncellas maoríes recogiendo mariscos desnudas. Embelesado, decidió quedarse. Al no presentarse en el barco, sus compañeros solicitaron la ayuda de la guarnición británica local para buscarlo.
Mariscadora japonesa (pincha)
“Buscaron por todos lados”, dice Boyse, “pero había un lugar en el que ningún caballero iba a buscar: ¡Manuel José se estaba refugiando bajo la enorme falda de aro de una de las mujeres maoríes locales!”
Según la historia, Manuel José se escondió debajo de las faldas de las mujeres durante horas, hasta que el barco partió sin él.
“¿Quién no querría quedarse después de esa experiencia?”, pregunta Boyse.

Los relatos de los Paniora elogian a Manuel José como un hombre particularmente atractivo y encantador. Habría necesitado ese encanto para sobrevivir en la costa este en esa época, desgarrada como estaba por los conflictos tribales. De alguna manera, a pesar de no poder hablar maorí (o, presumiblemente, inglés), Manuel José logró no solo establecerse, sino también prosperar.
Fue aceptado por la tribu local Ngati Porou, se casó con cinco de sus mujeres y se convirtió en un comerciante exitoso. Sus cinco esposas le dieron ocho hijos, lo que no parece una cantidad prolífica de descendientes.
Pero a pesar de su limitada progenie, Manuel José se convirtió en el fundador de una dinastía. En homenaje a su entusiasta crianza y a las matemáticas exponenciales, sus descendientes suman hoy alrededor de 14.000.

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