Al amanecer de los días en que se celebran corridas durante los Sanfermines, las músicas recorren las calles de Pamplona despertando a sus vecinos y reuniendo con gran alborozo a todos los chisporros y no chisporros, desperdigados por tascas, bares y barracas, que tras de perder la noche y ganar el alba, comienzan la nueva jornada festiva con saltos y alegres bailes, acompañados de gritos estentóreos, capaces de sacar de la cama a los perezosos más recalcitrantes.
Ahora bien, ¿cómo nació y cuándo este impresionante festejo?
Su origen data del año 1876: Pamplona, a causa de la cruenta guerra civil —aquel año terminó la 2. Guerra Carlista— no había disfrutado de sus Sanfermines durante tres largos años, pero, con la alegría de la paz, el pueblo esperaba impaciente la llegada de julio para honrar a su Santo Patrón y desquitarse de las tristezas de la contienda pasada.
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Pero, al aproximarse las fiestas, los pamploneses se vieron defraudados por su Ayuntamiento, al intentar éste suprimir el Encierro. Los argumentos que esgrimieron aquellos sesudos ediles fueron los siguientes:
1.° «El Encierro suponía para la Ciudad un gasto extraordinario de 3.000 pesetas».
Ante este criterio tan «conservaduros», se impuso el de que todos los años venían a contemplar el paso de los toros por las calles más de 7.000 aldeanos y forasteros, el que menos de los cuales gastaría una peseta, que en cuatro días de fiestas dejarían en Pamplona no menos de 28.000. Parece ser que aquellos concejales, la mayoría comerciantes, recapacitaron y terminaron sospechando que algunos duros más ingresarían en sus bolsillos con Encierro que sin él.
2.° «Con el Encierro se deterioraba la Plaza de Toros».
Ante este argumento la opinión pública decía: « ...claro que se deteriora la Plaza, como todo lo que se hace uso, pero para usarla se ha edificado, no para colocarla bajo un fanal encima de la cocinilla de la sala de sesiones del Municipio».
3.' «Las desgracias que el Encierro podrían acarrear entre los imprudentes corredores».
Con este razonamiento pensaban los concejales convencer a los pamploneses, pero se vieron rebatidos graciosamente por un bromista local, un tal Nicanor Espoz, que publicó en «El Eco de Navarra» la siguiente gacetilla humorista:
«A fin de evitar una desgracia no habrá entrada de toros a las seis de la mañana (téngase en cuenta que entonces al Encierro se le denominaba entrada de los toros). Efectivamente un toro puede causar una desgracia, decimos mal, muchas desgracias: figuremos un padre con siete hijos pequeños, su mujer impedida y su suegra con un genio del demonio; figuremos que este hombre va a trabajar a las seis de la mañana a la calle de la Pellejería (hoy Jarauta) y se le ocurre pasar por la calle de Santo Domingo en ocasión de que están soltando los toros para conducirlos a la plaza, y uno de ellos se adelanta y le mete dos astas por el corazón. A los dos días se muere la suegra del berrinche porque no tiene a quien regañar, y a los seis meses, los siete hijos y la madre de necesidad, ¡qué horror! Figurémonos que el toro después de haber muerto al infeliz y pacífico trabajador, llega a la calle de Mercaderes y coje a un señor muy rico y en el acto lo deja cadáver. Este señor, si el toro no lo hubiese muerto, hubiese fundado una escuela, un hospital y hubiese puesto un tiovivo gratis para los chicos, ¡qué lástima!».
«Figurémonos —continuaba el gracioso Nicanor—que el toro sigue su carrera y en el momento mismo de llegar a la bajada de San Agustín —hoy calle de Javier (San Francisco)— la barrera se rompe y el toro sale a la Plaza del Castillo y coge a un vendedor de «La Correspondencia», a cuatro soldados, cinco niñeras, al corresponsal del periódico y a una perra de caza. En el Paseo de Valencia, estropea a un hombre y le tira un cajón en cuya cubierta se lee frágile. El toro sale por la puerta de la Taconera y se va al campo en donde lo mata una pareja de la Guardia Civil. ¿Quién nos asegura a nosotros que no puede suceder esto?».
«No estamos conformes tampoco con las corridas de toros, y además que pueden ocasionar desgracias; en nuestro concepto deben suprimirse sustituyéndolas por otras diversiones más inocentes como cucañas, tíosvivos, cosmoramas, etc.».
La Corporación Municipal, al ver que todos sus argumentos eran rebatidos y que la opinión pública era opuesta a la supresión del Encierro, acordó que éste se celebrase los días de corrida a las seis en punto de la mañana.
Mientras transcurría el mes de junio y se discutía el suprimir o no el Encierro, un anónimo suscriptor de «El Eco de Navarra» solicitó por medio de una nota en el periódico la siguiente sugerencia: « ¿ Por qué no recorría una banda de música las calles de la ciudad a las cinco de la mañana, para despertar al vecindario?».
El Ayuntamiento, deseando congraciarse con los pamploneses, aceptó la sugerencia, y así, en la madrugada del 7 de julio de 1876 se interpretaron las primeras dianas pamplonesas.
En el siglo pasado acudían a las cinco de la mañana las músicas frente a la última casa del entonces Paseo de Valencia, a la sazón Gobierno Civil de Navarra, desde donde se distribuían por las calles de la ciudad. En sus comienzos sólo la banda de música de la Meca era la protagonista del nuevo espectáculo. A partir de 1878, se sumó la banda militar del regimiento de Gerona, y dos años más tarde las restantes bandas militares.
Es curioso que en los años noventa, las dianas salieron en vez de a las cinco, a las cuatro de la mañana, incorporándose también en aquella década los gaiteros. Desde principios de siglo se agregaron los chunchuneros , como se llamaban entonces a los chistularis.
Conforme pasan los años las bandas militares son sustituidas por las de los nuevos Regimientos destinados a la Plaza. Las dianas de las bandas militares tenían el encanto especial de interpretar la música con acompañamiento de trompetas y tambores. Como dato para la menuda historia de nuestros Sanfermines, diremos que las representaciones musicales de los regimientos de la ciudad tocaron las Dianas durante un siglo justo: de 1878 a 1978, en cuyo año, por no ser invitadas por la Corporación Municipal, dejaron de asistir a diversos festejos sanfermineros.
Horario de las Dianas
El recorrido de las Dianas se efectúa siempre, aproximadamente, una hora antes del Encierro, es decir, a las cinco de la mañana. No olvidemos la vieja canción con música de diana:
«Levántate pamplonica y da de la cama un blinco,
mirá que ya son las cinco y el éncierro es a las seis ...»
En los tiempos modernos, a causa del adelantamiento oficial de la hora, el Encierro, a partir de 1924, ha sufrido alteraciones horarias de sesenta a ciento veinte minutos, pero, los toros, siempre se han soltado del corral de la bajada de Santo Domingo a las seis en punto según el sol, y las Dianas, como ya hemos dicho, una hora antes.
Dentro de este horario se han producido a través de los años algunas pequeñas modificaciones: En la última década del pasado siglo las Dianas se interpretaron a las cuatro de la madrugada durante unos pocos años, pero pronto se percataron que el adelanto era excesivo y desde principios de nuestra centuria volvieron a despertar a los pamploneses a las cinco; a partir de 1940 se adelantan las Dianas un cuarto de hora.
Como innovación: En 1969, en la madrugada del día siete, se incorporaron a «La Pamplonesa », banda militar, chistularis y gaiteros, todas las bandas de música que intervenían en las Fiestas e, incluso, las charangas de las «Peñas». Aquella nueva experiencia gustó y desde entonces se repite durante los años sucesivos, ampliándose además a algunos otros días de los Sanfermines.
Música de las Dianas
¿Qué música se interpreta en las Dianas? Durante el siglo XIX se interpretaban «aires populares». Desde principios de nuestra centuria, son cuatro las que podríamos llamar oficialmente «nuestras Dianas». Se distinguen y se denominan como la «una», la « dos », la «tres» y la «cuatro». La instrumentación fue realizada por Silvano Cervantes, aunque las partituras carecen de firma.
La primera que se tocó fue la «dos» que se bautizó con el nombre de « Aurora ». Su origen hay que buscarlo en Barásoain, donde era conocida su música en el siglo XIX.
Las llamadas «una» y «cuatro», esta última llamada «la Gacela», están tomadas de aires de danzas vascas llamados ariñ-ariñ.
La « tres », se cree, proviene del fandango del ingurutxo de Leiza y fue un aporte de Ignacio Baleztena.
No hay duda de que las Dianas no son composiciones musicales de altos vuelos, ni mucho menos, pero tienen algo especial sobre todo para los pamploneses que nos ponen carne de gallina cuando las escuchamos. Para sentir las Dianas hay que ser de Pamplona.
También poseen las Dianas acción terapéutica estimulante. Que se lo pregunten a esos cientos de juerguistas que se pasan la noche bebiendo, cantando, bailando y volviendo a beber una y otra vez en la cena, con el café, en la recena y en el alba con los churros. Cuando llega la hora de las Dianas el alcohol les sale hasta por los oídos, se hallan con gran somnolencia y medio inconscientes. Cuando oyen el primer compás de las Dianas, como si les hubiesen puesto una alta dosis de dopping, saltan y bailan con el mismo ardor v energía que tenían al comenzar las Fiestas.
Pero las Dianas no reúnen sólo a los chisporros. Decenas y decenas de matrimonios y de parejas de novios y de ligue, después de pasar la noche bailando en clubs o verbenas, convergen en la plaza Consistorial para acompañar un rato a las Dianas antes de ir al Encierro.
Después de las Dianas
Después de las Dianas, las calles del Casco Viejo se inundan de una impresionante tranquilidad: el silencio del alba. Los que han escuchado las Dianas desde la cama —uno de los minutos más deliciosos de las Fiestas—se dan media vuelta, se tapan con el embozo de la sábana, incluso algunos meten la cabeza debajo de la almohada y ... a seguir durmiendo. A los pocos minutos, el silencio de la calle se rompe: comienzan a oirse taconeos rápidos, llamadas a gritos —antes, cuando no existían timbres sino picaportes, retumbaban en las calles los aldabazos—, portazos, conversaciones interrumpidas por sonoros bostezos, voces infantiles y gritos de reprimenda de sus madres. Un cuarto de hora antes del Encierro cruzan rápidamente las calles unos cuantos mozos limpios, repeinados, con la cara fresca de haber dormido lo necesario para estar en forma entre las astas de los toros: son los auténticos corredores de reses bravas. Esa multitud variopinta que rompe el silencio del alba, camina deprisa para encontrar sitio en la plaza de toros, o en los vallados, o para alcanzar el balcón de alguna casa del recorrido antes de que se cierre el paso por las calles.
Una anécdota de las Dianas
En la madrugada de uno de los días de los Sanfermines de 1901, la banda de música, trompetas y tambores del regimiento de la Constitución, salía de la plaza Consistorial, camino de la calle Mayor, tocando las Dianas. Al llegar a las proximidades de la iglesia de San Cernin se encontró con el Santo Viático y el consiguiente acompañamiento de achas encendidas, que salía de la Parroquia para asistir a un moribundo en la calle de las Pellejerías.
Al instante la música enmudeció y, seguidamente, interpretó la «Marcha Real». Los mozos que danzaban alegremente se descubrieron —eran tiempos en que niños, jóvenes y viejos iban cubiertos con boina, gorra o sombrero—, arrodillándose todos al paso del Santísimo. Al minuto las dianas continuaron su alegre recorrido.
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