martes, 3 de noviembre de 2020

Pedro Iturralde: Nostalgia de Navarra

Caudal de música 
El músico Pedro Iturralde viaja por sus recuerdos hasta la Navarra de su infancia, a orillas del río Arga, y a los valles de su juventud. 
Texto: Pedro Iturralde. Fotos: Koldo Badillo 
Aquí descubrí mi amor por la música
'A orillas del Arga' era el título del vals que compuso mi padre -molinero de profesión y músico de afición- para mi madre, cuando vivíamos en Vergalijo, en el molino que había construido mi abuelo, Pedro Iturralde, en la margen izquierda del río Arga; a 100 metros de nuestra casita de piedra y a 800 del pequeño poblado. 
Vergalijo (magnífica entrada en Wikipedia) era un barrio perteneciente a Miranda de Arga, que el hacendista Felipe Modet proyectó en 1909 como una explotación agrícola modelo, con escuela, iglesia, alumbrado eléctrico, una maquinaria modernísima y unas treinta familias, que al paso de los años acabaron emigrando a Miranda. 
En este entorno idílico, vivía mi familia. 
Como el molino no tenía mucho trabajo (ya había empezado la implantación de fábricas de harinas por cilindros), mi padre tocaba el clarinete durante el día, y todas las noches, después de cenar, en el impresionante silencio de un despoblado, mi madre, mi hermana Palmira y yo nos deleitábamos con su repertorio de polkas, mazurcas, habaneras, jotas y valses para guitarra. 
La iglesia del poblado de Vergalijo
Allí -entre olmos, chopos, zarzas y todo tipo de vegetación fluvial- transcurrió mi infancia, infinitamente feliz. 
Recuerdo el molino, la presa, el perro, la bicicleta, el teléfono de manivela, a mi madre lavando en el río y cantando, las tejas verdes de la iglesia y sobre todo, la habitación donde mi padre guardaba el clarinete, el laud, el requinto y la guitarra. 
Cuando tenía cuatro años, a mi padre le trasladaron a nuestro pueblo natal: Falces (unos dos mil habitantes), como jefe de la fábrica de harinas situada a un kilómetro del pueblo. Aunque seguíamos viviendo en el campo, la mudanza fue traumática. El trabajo de mi padre era más duro, y tenía menos tiempo para nosotros. 
Empecé a ir a la escuela (yo, que estaba acostumbrado a tener mis propios juegos con la naturaleza) y enfermé de bronconeumonía por la tristeza. Como el colegio estaba a dos kilómetros del molino, tenía que hacer cuatro kilómetros diarios para ir y volver. Recién cumplidos los siete años, estalló la guerra civil y los aviones me pasaban por encima cuando iba de mi casa a la escuela. Recuerdo cómo el zumbido enturbiaba esa paz rural y yo salía corriendo asustado sin saber donde cobijarme. 
Con 9 años, y en el molino, mi padre  
me puso un saxofón y me dio mi 1ª clase
Por suerte, en 1939, cuando terminó la guerra, se rehízo la banda de música de Falces y mi padre decidió entrar en ella. Nos trasladamos a vivir al centro del pueblo que era mejor que soportar el ruido de las turbinas todo el día. 
Me encantaba acompañarle, tanto que sentí que poco a poco me estaba enamorando de la música. Fue una pasión que llevaba dormida desde mi infancia. Empecé a estudiar los métodos de solfeo de Don Hilarión Eslava y comenzó así una aventura emocionante que tuvo su momento máximo cuando, con nueve años y en el molino, mi padre me colocó un saxofón y me dio mi primera clase. 
Con la práctica de los estudios, curé mis bronquios, mejoró mi sistema nervioso y amplié mi capacidad torácica. A mi padre le gustaba la música como afición, pero no como profesión. Yo pensaba todo lo contrario. 
Falces
Después de la formación clásica de mi padre y de mi experiencia en la banda, tuve la suerte de enamorarme del jazz (que entonces era música de baile), gracias a Don Manuel Allo, que dirigía el quinteto de baile de la localidad y tenía discos de Duke Elligton, Armstrong, Artie Shaw... 
En poco tiempo, pasé a formar parte de su grupo como saxofonista y clarinetista, actuando en mi pueblo, Falces, todos los domingos y festivos. 
Cuando tenía doce años nacieron mis hermanos Javier y Manuel. Yo seguía actuando por las fiestas de los pueblos de la Ribera navarra, y en los Sanfermines, en Pamplona, para la Peña La Jarana. Las gentes me conocían como el ‘chaval de Falces’ o ‘el chico del molinero’. 
Trabajábamos duro: en algunos pueblos tocábamos diana, concierto y baile. Pero mereció la pena. Recorriendo esos impresionantes parajes con mi música descubrí el lado más amable de la posguerra. Comprobé cómo las gentes de los pueblos, cansadas de tanto sufrimiento, recibían a la orquestina con los brazos abiertos. Recuerdo que éramos nueve y Juanito Esparza, el jefe del grupo, era de Carcastillo, donde tenía un taxi. En la época era insólito que un grupo de músicos recorriera la geografía foral para amenizar las fiestas en un Plymouth, una preciosidad de coche americano. 
Garralda
A los quince años, conseguí el carné de músico profesional que yo tanto soñaba y fui contratado para actuar una temporada en el Café Comercio de Logroño; el siguiente año fui a Burgos, al Gran Café Candelas. 
Regresé a Navarra y monté mi propio grupo. Entre 1942 y 1947, recorrí los asombrosos valles del norte de Navarra, especialmente el de Baztán, de Roncal y el de Salazar. A veces, nos alojábamos en casas particulares que los paisanos generosamente nos dejaban. Eran los pioneros del turismo rural, tan de moda ahora por la zona. 
Mi andadura profesional me alejó de Navarra. En 1947, el cantante y jefe de orquesta Mario Rossi me contrató para su orquesta en una gira por Lisboa, Tánger, Casablanca, Orán, Argel y Túnez. 
Collado de Urquiaga, nacedero del Arga
El servicio militar me trajo a Navarra, después fui a Madrid, donde hice la carrera de Saxofón en el Real Conservatorio de Madrid (RCSM) y tuve mi propia orquesta en el Hotel Plaza, hasta aquel contrato con los hoteles Biarritz y Capitol de Beirut (Líbano). De allí a Atenas, a Ankara... y dos años en las bases americanas de Alemania y de Francia, con la orquesta internacional de jazz de Manny Kelly, viniendo después a Zaragoza y concluyendo la gira en Torrejón (Madrid), donde fijo mi residencia. 
Los años sesenta fueron mi época más activa como músico de jazz, músico clásico en giras con la ONE (Orquesta Nacional de España), colaborador en grabaciones de música, para bandas sonoras... El RCSM creó la plaza de profesor de saxofón. 
Aunque retirado de la docencia desde 1994, continúo como ‘band leader’ de jazz, solista concertista con bandas u orquestas sinfónicas y compositor. 
Ahora, con el tiempo, me es grato recordar la Navarra de mi infancia y juventud. Siempre que puedo, regreso. Me vuelven entonces todos esos recuerdos: La tranquilidad de la villa de Roncal, patria del cantante Julián Gayarre; Roncesvalles, con su iglesia; Olite, con su castillo -ahora Parador-, que pude ver reconstruir en mi infancia; Alsasua, Aoiz, Tafalla, donde mi hermano Manuel es jefe molinero; Falces... y -¡cómo no!- Vergalijo, ese paraíso donde descubrí mi amor por la música.

Dedicatoria de Desolvidar
Mirando en la Biblioteca Nacional, he encontrado decenas de grabaciones y partituras de Pedro y he dado con una grabación, nada menos que de 2017, de "El Molino y el Río".
Campos de vid del fértil pueblo de Añorbe
Decía Pedro que se inició en el saxo muy pronto, para consolarse de su exilio del «paraíso» que, para él, estaba en el molino de su padre -saxofonista como él- y de su abuelo, en Vergalijo, situado junto al río Arga. A aquella época dedicó una de sus composiciones más conocidas, que -como veis- aún seguía tocando: 'El molino y el río'.
Me encanta en esta pieza el contraste entre la melodía general, lenta, nostálgica, delicadísima, y el compás - muy movido y un poquito picarón y jaranero- de la jota "Y si no se le quitan bailando, los colores a la molinera...".
En tu honor, en agradecimiento por lo mucho que nos has dado y por ser un gran embajador de Navarra, va para ti, Pedro Iturralde, este vídeo con los colores, llenos de nostalgia, de los años de infancia y juventud que viviste en Vergalijo, Falces y en tantos pueblos en los que tocaste en fiestas.

Koldo Badillo

PEDRO ITURRALDE
Falces (Navarra), 1929. Su repertorio demuestra que es más que un músico de jazz. Ha conseguido todos sus objetivos, excepto que en las orquestas sinfónicas haya una plaza fija de saxofón. 

KOLDO BADILLO Licenciado en Ciencias Biológicas, este fotógrafo natural de Orduña (Vizcaya) es un enamorado de Navarra, donde reside. Su último libro: ‘Los colores de Navarra’ (2005) 

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