Decenas de miles tuvieron que dejar su ciudad por su seguridad, por el ambiente irrespirable de su pueblo... Vencida (sólo policialmente) ETA, ¿por qué no dan fin a su exilio interior? Antes los mataban por españoles, ahora sólo se les llama fatxas, paletos y chonis desde la ETB, un ente público que con programas así no crea precisamente un ambiente muy propicio para la convivencia.
Nos lo cuenta José Antonio Zarzalejos, uno de tantos exiliados
Historia
de un 'paleto' de Bilbao contada a Maite Iturbe
Por bilbaíno y por vasco, soy español y me siento como tal,
aunando sin el más mínimo conflicto mis identidades
BIOGRAFÍA
José Antonio Zarzalejos (Bilbao, 1954) es abogado y periodista.
Dirigió 'El Correo de Bilbao' (1993-98), fue director editorial del Grupo
Correo (1998-99) y dirigió 'ABC' (1999-2008). Ha sido también director general
de la consultora Ll&C. Ha escrito varios ensayos sobre la cuestión vasca y
la política y sociedad españolas. Galardonado por el Gobierno francés con la
Legión de Honor, ha sido distinguido con el Cavia, el Luca de Tena, el Godó, el
premio de la Federación de Asociaciones de la Prensa de España (Fape), de la
Asociación de la Prensa de Madrid y el Francisco Cerecedo de la Asociación de
Periodistas Europeos. Su Notebook es una aproximación a la vida socio-política
de España observada desde la experiencia del ejercicio de la profesión
periodística durante más de tres décadas.
07.03.2017 – 05:00 H.
Sra. directora de EiTB:
Compruebo, señora Iturbe, que aunque usted de Arrasate y
yo de Bilbao, no estamos distanciados en la edad, así que lo que usted haya
vivido en Euskadi debe parecerse mucho a lo que viví yo
cuando, hasta 1998, residía en la capital de Vizcaya. Sí, nací en la bilbaína
calle Egaña. No muy lejos, nacieron mis hermanos. También mi mujer —igualmente
sus padres— y mis tres hijos. Ellos suman algunos apellidos vascos de mi
familia paterna —Urquizu, Elorz, entre otros— a los muchos de las dos sagas de
los de su madre. Estudié en Santiago Apóstol, luego en el Instituto Público
Miguel de Unamuno y me licencié en Derecho en la Universidad de Deusto. Oposité
a una plaza del cuerpo de letrados de la Diputación Foral de Vizcaya en 1978,
obteniéndola, servicio del que llegué precozmente a ser su máximo responsable.
Gracias a
la bonhomía y amplitud de miras de un nacionalista inolvidable como fue José María Makua Zarandona, diputado general de
Vizcaya, pude compatibilizar mis funciones en la Diputación con la colaboración
periodística, primero en la desparecida 'Gaceta del Norte' y luego en 'El
Correo', del que en 1990 fui director adjunto, y director entre enero de 1993 y
enero de 1998. Cumplidos los 44 años —seguramente más de la mitad de lo que
dura una vida—, me vine a Madrid con mi familia. Decidí mudarme la tarde del 12 de julio de 1997,
en mi despacho de dirección del principal periódico vasco, bajo la conmoción de
la consumación del inminente asesinato de Miguel Ángel
Blanco que se
produjo en las primeras horas del día 13.
Antes, había acudido con mi mujer y
mis hijos a la Gran Vía de Bilbao para reclamar a ETA que se
apiadase del joven concejal de Ermua.
Le ahorro a usted y a los que lean este 'post' determinados detalles, sobre todo
porque nadie ha sufrido más que las víctimas del terrorismo y tratar de emular
su dolor no es digno. Me considero un afortunado porque lo puedo contar, aunque le aseguro, señora Iturbe, que a
punto estuve dos veces de no poder hacerlo. Y viene a
cuento este largo exordio para hacerle ver que por bilbaíno y por vasco, soy
español y me siento como tal, aunando sin el más mínimo conflicto mis identidades que,
siendo factores no esenciales de la personalidad, constituyen las
circunstancias que conforman el yo orteguiano.
Supuse que ya no había 'maketos' en tierra vasca, que
'español' no era allí un insulto, que los miembros de los cuerpos y fuerzas de
seguridad del Estado ya no eran 'txakurras' (perros) a los que les linchaban y
que los 'ertzainas' habían dejado de ser 'zipayos'. Suponía que la xenofobia y el racismo fundacional en el nacionalismo vasco
estaban sepultados en las no reeditadas obras de Sabino Arana y
que los exabruptos de Xabier Arzalluz permanecían, empolvados, en las
hemerotecas. Suponía que usted, como responsable de la televisión pública
vasca, estaba contribuyendo a la convivencia en el País Vasco.
Compruebo sin embargo —y eso sí, con mucho 'humor'— que,
en tanto español —y peor por ser bilbaíno y vasco— formo parte de una caterva
de 'paletos', 'catetos', de 'fachas', de tipos "culturalmente atrasados",
de una sociedad en la que las mujeres son 'chonis'. Constato también que el
himno de España —que es también mi himno— provoca “ganas de vomitar” y
“cagalera” y que la bandera española —que es también mi bandera— causa “horror”
y, en fin, que España se llama así “porque el nombre de Mongolia ya estaba
cogido”. No voy a continuar repitiendo las 'humoradas' de ese programa de ETB-1 (cadena pública en euskera con una
media de cuota de 1,9% que logró subir al 2,8% con el programa 'de risas' en el
que se lanzaron todas esas lindezas), pero sí a sugerirle que debería usted presentar su dimisión y marcharse a su casa y cambiar de
trabajo. No espere a que la cesen y evítele al Gobierno vasco un mal trance que
se me antoja le sería inesquivable.
Mientras
tanto, mis hijos, mi mujer, mis hermanos —todos vascos, todos españoles—
seguiremos poniéndonos en pie cuando suene el 'Gora ta gora', que es el himno
del País Vasco, aunque originalmente lo fuera del nacionalismo; seguiremos
prestando respeto a la ikurriña, pese a que la diseñase el nacionalismo de
primera hora, aquel de la etnia y el integrismo católico, y seguiremos
refiriéndonos a Euskadi, esa denominación que también procede de un neologismo
sabiniano.
Le haré, señora Iturbe, una confidencia: el sábado
pasado, cuando ya sabía que una de las intervinientes en ese programa de
'humor' disponía de un papel secundario en 'El guardián
invisible', fui a verla con mi mujer a un cine en la calle
Fuencarral. No pude, porque en la sesión de las 16:30 se estropeó el proyector,
nos devolvieron la entrada y me volví a mi casa a seguir leyendo 'Breve
historia de la revolución rusa' de Mira Milosevich, buena amiga, y, qué
casualidad, esposa de otro bilbaíno que anda por estos lares, mi querido Jon Juaristi.
El sábado
próximo voy a volver al cine a ver la película basada en la primera de las
novelas de la trilogía del Baztán de Dolores Redondo.
Bueno estaría que la 'actriz' que zarandeó los sentimientos de los españoles
(vascos incluidos) y que tiene un papelito en el filme fuese, además, capaz de
perjudicar a nuestra industria cinematográfica. Al mismo tiempo que le sugiero
que se marche, señora Iturbe (es usted, no culpable, pero sí responsable de
tanta ofensa), aplaudo a la gran literata Dolores Redondo y
al director de 'El guardián invisible', Fernando González.
Y un apunte final: los vascos en
la diáspora —la mayoría— quisiéramos volver.
Pero es que, señora Iturbe, personas como usted, como quienes la mantienen aún
en su cargo y como los responsables directos del programa de marras, no nos
dejan. No sé por qué (o sí), pienso en 'Patria', de Fernando Aramburu.
1 comentario:
Miguel Aranguren en el Correo de Andalucía :atria es la novela que me hubiese gustado escribir. Lo digo con humildad, pues yo no hubiese alcanzado la calidad que Fernando Aramburu supera de largo. Y lo digo con envidia por la maestría que desparrama en la construcción de los personajes, la naturalidad con la que estos piensan y hablan. En la tragedia que narra, Aramburu ha conseguido hacer justicia a las víctimas. Sin necesidad de procesos, de vistas, de sentencias, pues no es ese el papel de la Literatura. Se trata de una justicia moral que está por encima de las torpezas de un sistema que convierte las condenas en aguachirri (sobre todo, en aquellos casos en los que no hay arrepentimiento ni aprendizaje, segunda y tercera razón por la que a un terrorista le corresponde ver pasar el tiempo en chirona).
Los asesinos volverán a sus pueblos y les harán homenajes. Lo hemos visto ya. Les bailarán aurreskus, echándoles la chapela rojo-sangre a los pies. Utilizarán sus nombres de serpiente para dárselo a los niños. Inventarán para ellos un pasado heroico de salvapatrias. Todo y más. Y las víctimas (los muertos, las viudas, los viudos, los huérfanos, los heridos irrecuperables, las familias rotas a cuchillo) seguirán paseando de puntillas, como pidiendo perdón por haber manchado las aceras con sus vísceras. Pero no. Patria nos dice que no. Patria viene a recordarnos que el hombre es carne y espíritu y que la conciencia no la deshacen las balas ni las bombas. Que hay una dignidad superior que resiste al paso de los años y que los servicios municipales de limpieza no logran borrar, por mucho que froten.
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