Raúl López Romo, historiador y coautor del Informe Foronda
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Este artículo de Raúl López Romo, historiador y coautor del Informe Foronda, por su claridad podría servir de lectura obligada en los homenajes a las víctimas del terror. Además, por su sencillez, lo podrían seguir (un poco resumido mejor) hasta algunos de quienes gobiernan hoy en Navarra.
El terrorismo no fue un relato sin más. Como ya lo dejó claro Javier Marrodán, fue un "relato de plomo".
El terrorismo no fue un relato sin más. Como ya lo dejó claro Javier Marrodán, fue un "relato de plomo".
El terrorismo no fue un relato
30/01/2016 - 18:46h
Los relatos son historias que la gente se cuenta entre sí para dar sentido a su experiencia (Peter Burke). Partiendo de esta definición, existen tres grandes relatos sobre la violencia que ha marcado el pasado reciente de Euskadi.
¡Vaya tres! |
1. Uno coloca en el
centro de gravedad a las víctimas del terrorismo.
A su vera se sitúan buena
parte de las mejores cabezas del país, por el compromiso cívico propio de los
intelectuales liberales y porque la teoría del conflicto, si por tal se
entiende que hubo dos bandos enfrentados en una especie de guerra, puede tener
el atractivo de la sencillez, pero es, sencillamente, una falacia. Frente a
fáciles e injustas equiparaciones, precisar la asimetría de las violencias
requiere reflexiones críticas, habitualmente incómodas de realizar, ya que se
oponen a lugares comunes arraigados. La asimetría queda establecida en los siguientes términos: ETA fue, con mucha diferencia, la organización terrorista más sanguinaria, la más longeva y la única que contó con apoyo social en el País Vasco.
En 1980 un grupo de 33 reconocidas personalidades de la cultura vasca dio en el clavo con el manifiesto “Aún estamos a tiempo”. Decían así: “la violencia que ante todo nos preocupa es la que nace y anida entre nosotros, porque es la única que puede convertirnos, de verdad, en verdugos desalmados, en cómplices cobardes o en encubridores serviles”. Su valiente postura fue una necesaria gota de dignidad, que ayudó a abrir una senda por la que ahora transita este primer relato.
Es el de los perpetradores y sus simpatizantes, que goza de vitalidad a nivel popular, pero carece del seso y la ética del primero. Aquí tenemos algunas muestras, aparecidas en los medios de comunicación en las últimas semanas: ante un tribunal, presos de ETA se jactan de su militancia en la organización terrorista; en plena campaña electoral, 200 expresos de la banda piden el voto para la “izquierda abertzale oficial”; la “izquierda abertzale oficial” convoca ayunos y manifestaciones por los reclusos de ETA, los pretende elevar a la categoría de “prisioneros políticos”, demanda su amnistía e, invirtiendo la culpabilidad, los califica como “víctimas”. Estamos ante una narración que, retrospectivamente, se propone abrillantar la trayectoria de un sector totalitario, que recurrió al asesinato, la extorsión y la amenaza para tratar de imponer su proyecto político. No es que piensen que su responsabilidad “no fue para tanto”. Es que sostienen que la culpa siempre fue de los otros y, por boca del presidente de Sortu, Hasier Arraiz, se muestran “orgullosos” de su “lucha”
Que reniega de los medios empleados por ETA y condena sus
atentados, pero comparte con el nacionalismo vasco radical, en expresión de
Martín Alonso, una misma “gramática del conflicto”. Los cultivadores de esta narrativa encuentran causas
políticas remotas que, según el caso, justificarían, relativizarían o harían
comprensible la violencia de ETA; dedican tantos o más esfuerzos a criticar al
Gobierno del PP que al nacionalismo vasco radical en relación al terrorismo, e
interpretan que el vasco es un pueblo homogéneamente victimizado y reprimido
desde allende los tiempos, lo que explicaría que una minoría “equivocada”
tomara las armas en la defensa de “lo propio”.
En su versión más áspera, esta lectura contempla nuestro pasado reciente de violencia en clave étnica, españoles versus vascos, fruto de reivindicaciones nacionalistas incumplidas, y no en clave de ataque totalitario contra la democracia (confróntese esto con el hecho de que ETA cometió el 95% de sus asesinatos tras la muerte de Franco).
El nacionalismo
vasco moderado, hegemónico en las principales instituciones del país, se ha
movido históricamente entre este relato y el primero. Pocos ejemplos muestran
esa oscilación tan gráficamente como el siguiente discurso de José Antonio Ardanza, leído pocos años antes de la deriva del PNV hacia la “acumulación de
fuerzas soberanistas”. El texto del lehendakari, rescatado por el historiador
Antonio Rivera para un libro suyo de próxima aparición, sostenía que “existe un
primer planteamiento –el que hoy defienden, casi en exclusiva, los propios
violentos- que pretende situar la violencia en el terreno del nacionalismo, es
decir, en términos de conflicto entre nacionalistas y no nacionalistas o, por
mejor decir, entre nacionalistas vascos y nacionalistas de otro signo, sean
españoles o franceses. La violencia sería, en este sentido, la expresión inevitable de un contencioso
no resuelto entre el Pueblo vasco y el Estado español.
En su versión más áspera, esta lectura contempla nuestro pasado reciente de violencia en clave étnica, españoles versus vascos, fruto de reivindicaciones nacionalistas incumplidas, y no en clave de ataque totalitario contra la democracia (confróntese esto con el hecho de que ETA cometió el 95% de sus asesinatos tras la muerte de Franco).
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Hoy apenas queda ya
nadie en el mundo del nacionalismo democrático que no sea capaz de percibir el
carácter esencialmente manipulador de tal planteamiento. Hoy nos resulta
evidente que en una sociedad como la vasca (o, en parte, la navarra), profundamente dividida por razones
de nacionalismo y enormemente sensibilizada hacia reivindicaciones
nacionalistas, situar el conflicto en tales términos persigue el objetivo de
recabar para quienes ejercen la violencia el máximo apoyo posible o, cuando
menos, la comprensión y complicidad silenciosa del mundo nacionalista”. Otro
lehendakari, Juan José Ibarretxe, cambiaría pronto estos principios por el
frentismo del Pacto de Estella.
Tenemos a mano varias posibilidades.
Las tres grandes narrativas que he expuesto son tipos ideales y
contienen, por supuesto, variantes, del mismo modo que los diferentes sujetos
pueden asumir como propios elementos de aquí o de allá, así como evolucionar de
un relato a otro.
4. Junto a éstos, en cuarto y último lugar
tenemos el “no
relato” del silencio, que persigue “dejar atrás el pasado de una vez”, “pasar
página”, “mirar hacia delante” y otras metáforas escapistas por el estilo. A
esta manera de pensar (o mejor, de ignorar) cabe oponer una reflexión de Primo Levi sobre el Holocausto que está recogida en el proyecto del Centro Memorial
de las Víctimas del Terrorismo: “Si comprender es imposible, conocer es
necesario, porque lo sucedido puede volver a suceder, las conciencias pueden
ser seducidas y obnubiladas de nuevo: las nuestras también. Por ello, meditar
sobre lo que pasó es deber de todos”.
Los últimos
datos del Euskobarometro demuestran que cuatro años después del final del
terrorismo el miedo a hablar públicamente de política, que era especialmente
significativo entre los simpatizantes del PP y PSE-EE, ha caído en picado en
Euskadi. Este es un indicador, entre varios posibles, de que lo que hemos
afrontado ha sido un problema de falta de libertades. La recuperación de las
mismas ha traído sosiego a los sectores más estigmatizados, aunque por
desgracia ya es demasiado tarde para las más de 900 víctimas mortales del
terrorismo, así como para los miles de heridos y exiliados.
El terrorismo no
fue un mero relato, sino una grave realidad. No vayamos ahora a lavarla con
suavizante.
Al contrario que para nosotros, que lo
experimentamos más o menos directamente, probablemente para la próxima
generación el terrorismo sí será solo un relato. O, si se prefiere, será una
realidad lejana, a la que se accederá de forma mediada, a través de nuestras
historias. Por tanto, es grande la responsabilidad que nos atañe a la hora de
escribirlas de forma fiel. Tenemos a mano varias posibilidades.
- Una es limitar el alcance del debate, bien repartiendo culpas equitativamente (todos pecadores), bien apelando a la necesidad de tener en cuenta “todas las memorias” (¿también la de los verdugos?).
- Otra opción más deseable es, frente a la tentación del olvido, construir una pedagogía de la memoria con el objetivo de transmitir sin tapujos qué fue el terrorismo y por qué hubo vascos que sostuvieron una opción liberticida, sin importarles matar en el empeño o dejando que otros lo hicieran en su nombre.
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