lunes, 26 de febrero de 2018

Homenaje a dos txibatos

Homenaje a los txibatos Igerategui y Otaño en Andoáin
Según sentencia, Igerategui y Otaño, de Andoáin fueron quienes, conociendo los movimientos de Joseba Pagaza, facilitaron al comando la información precisa para acabar con su vida.
Consciente de la importancia de la información, sobre todo para la policía, ETA siempre ha intentado desprestigiar a informadores y policías: Txibatos, txakurras...
¿Os acordáis de Kojon Prieto Y Los Huajolotes?:
Y como bien cantaba Kontuz-Hi 
en los conciertos que daba por aquí: 
"Txibato, los días que te quedan 
son una cuenta atrás"

Aunque los sigan llamando "Komando informatibo", en Andoáin han homenajeado a unos p.... txibatos.
En mi clase, de chaval, 'chivato' era lo peor que se podía decir de alguien.
Y si los homenajeados son unos txibatos, quienes los homenajean, ¿qué serán?
Nos lo dice, desde La  Ventana, José María Romera

HOMENAJES                                                                                             por José María Romera
Si penosos son los recibimientos públicos a etarras que salen de prisión, más hirientes resultan cuando suceden en el mismo pueblo donde cayeron sus víctimas. Hay ahí un contraste doloroso, una paradoja moral insalvable que convierte el acto en la expresión cínica de un desprecio no solo imperdonable sino innecesario.
Así ha ocurrido en Andoain donde, a los pocos días de celebrarse los quince años del asesinato de Joseba Pagazaurtundúa, fueron recibidos con todos los honores dos de sus verdugos. Se llaman Iñaki Igerategi e Ignacio Otaño, y habían terminado de cumplir las penas a las que fueron condenados por dar al comando la información que permitiría localizar y matar a su víctima. 
Empieza a ocurrir demasiadas veces. En el Parlamento vasco se habló del asunto el otro día, a raíz de la propuesta de varios grupos para prohibir esta clase de homenajes. Hay que decir que votaron a favor todos, salvo Bildu que se abstuvo. El argumento abertzale, que ya empieza a circular con la insistencia mecánica de las consignas aprendidas, es que no se trata de homenajes sino de recibimientos, tan legítimos como los que la familia hace a sus hijos por Navidad o los que la cuadrilla tributa al colega que regresa de Erasmus. 
Es un razonamiento tramposo. Por regla general nadie es recibido por sus familiares en la plaza pública, con aurreskus y banderas por medio, sino dentro de casa y en la intimidad de una mesa más o menos bien servida. Y los amigos se juntan en la sociedad sin necesidad de convocar a trescientos vecinos como sucedió en Andoain. 
Si cunde el ejemplo, cualquier día nos encontramos con muchedumbres que salen a la calle acompañadas de charangas para dar el ongi etorri a un violador y discursos pronunciados desde el quiosco en honor del ladrón de bancos que sale de la cárcel. 
Ya no hablamos de justicia ni de reparación, sino de pura y simple decencia. Lo que se debate aquí no es la paz ni la concordia, sino el deber de evitar sufrimientos añadidos. En este punto no querer distinguir entre lo privado y lo público lo dice todo.

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