Llamarle a la Virgen "estrella de los mares", así, en español, ya lo hizo Gonzalo de Berceo hacia 1250, en los "Milagros de Nuestra Señora":
La benedicta Virgen es estrella clamada,
estrella de los mares, guïona deseada,
es de los marineros en las cuitas guardada,
ca cuando esa veden es la nave guïada.
La bendita Virgen es llamada estrella,
estrella de los mares, guía del navegante
a quien miran los marineros todos,
pues cuando la ven, al puerto van seguros.
Pero hoy buscamos el origen de la canción "Estrella de los mares".
Actualización 27.08.1920
En la Biblioteca virtual Miguel de Cervantes, Revista de Folklore. Tomo 25a. Núm. 294, 2005, hay un artículo de PICO PASCUAL, Miguel Ángel, titulado LA MUSICA EN LOS CIRCULOS OBREROS CATOLICOS DE LA VALENCIA DE FINALES DEL SIGLO XIX. En él se dice:
"Por lo que respecta a la ciudad de Valencia se ha conservado una interesantísima recopilación que custodio en mi archivo personal. Se trata de un cuaderno apaisado de finales del siglo XIX, encuadernado en piel y tela de color rojo, cuyo título es: “Cantos de los centros obreros”, y que carece de fecha. Las piezas incluidas en esta colección son las siguientes:
(...) – 17 Composiciones religiosas para órgano (pp. 103–120): . Sin especificar; 2. Sin especificar; 3. A Dios queremos; . Perdón oh Dios mío; 5. Sálvame Virgen María; 6. Perdona tu pueblo; 7. Estrella de los mares; 8. Cristianos venid; 9. Cantad a Cristo; 10. Sé nuestro monarca; 11. Sálvame Virgen María; 12. La blasfemia; 13. Amante Jesús mío; 14. Himno ecuarístico; 15. Viva María; 16. Lourdes; 17. Vamos niñas al Sagrario".
Esta referencia adelanta, pues, a finales del XIX el "Estrella de los mares".
***
Hasta ahora, la antigüedad mínima que tenía venía de mi hermana mayor que la aprendió a primeros de los años '50 en las Colonias, de labios de Doña Carmen Ibarrola, maestra de San Francisco (ver imagen) y señorita de las Colonias de Fuenterrabía.
En la Biblioteca nacional salían muchas referencias de su "gemela" "Salve, Estrella de los Mares", pero de ésta nuestra, ni rastro.
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En compensación a mis desvelos, ha aparecido en el contexto de un artículo de María de Echarri (tiene calle en Zaragoza y en Madrid, pero no lo digáis muy en alto), nacida en 1878 en Madrid y fallecida, en 1955, en San Sebastián (otros dicen que en Madrid), articulista y propagandista católica, comprometida con la mujer trabajadora, que llegó a ser concejal en Madrid. entre 1924 y 25.
No seré yo quien tilde este artículo de lacrimógeno y menos de ñoño o de cursi. Es simplemente un cuento de Navidad, de la Nochebuena de 1915 (¡cuando nacieron mis padres!), en el ambiente de una aldea de la Cantabria marinera.
Y el contexto de este cuento ("Sus labios murmuraban una plegaria.., la que cantaba en la novena á la Virgen de su pueblo, de la que no se olvidara ni un día en su destierro") nos sugiere que la antigüedad de esta canción (no sólo plegaria) es mucho mayor que ese 1915 hasta el que -de momento- hemos llegado.
A ver si, entre todos, seguimos avanzando.
Actualización 07.11.16
Hoy una compañera, directora de coro, me ha sorprendido diciéndome que esta canción podría ser una habanera. ¿Alguien podría asegurarlo?
(El Defensor de Córdoba, 24 de diciembre de 1915)
¡Qué triste y qué sola estaba la pobre
madre!... Hacía ya tres años que se habla marchado sin despedirse, sin que ella
tuviese la menor sospecha de que pensaba ausentarse su único hijo, el mocetón
fuerte y cariñoso, el sostén de su viudez, el que con palabras amantes la había
consolado, asegurándole que mientras él viviese nunca le faltaría apoyo ni lo
necesario para la vida.
¿Qué había ocurrido para que el muchacho
cambiase de proceder y dejase sola, abandonada, teniendo que ganarse el pan á
costa de mucho trabajo, á la madre que en él cifraba sus ilusiones y sus
esperanzas?
Ella no lo sabía... Ella no recordaba
nada... Ella sólo un día había visto un poco pensativo á Juan Luis, pero sin
atribuirlo á causa grave. Ella, la pobre, no podía decir más que una cosa, y
era que su hijo se habla marchado, era que su Juan Luis había desaparecido,
dejándole unas líneas de despedida, pero sin decir adónde iba á parar...
Ella sólo podía referir escenas muy amargas,
horas en que no hacía sino llorar, en que le parecía que el corazón se le
saltaba de pena, en que le daba igual morirse, aunque á la vida se aferraba por
la esperanza de que el hijo volvería y tornaría á renacer en la casita,
asentada frente al mar, la dicha y la paz…
¡Qué de ratos se pasaba la madre frente
á ese mar, en el que surcaba ligera la barquilla de Juan Luis cuando salía á la
pesca!
¡Qué de lágrimas derramadas ante las
plantas de la estrella de la mañana, ante el altar de Aquella que es Consuelo
supremo de los afligidos!
¡Pobre Juanuca!.. Su existencia contaba
más amarguras que dichas; más dolores, que risas!...
De niña, huérfana de madre, á los pocos
meses de nacer, no había conocido las caricias y el amor materno...
De joven casó con un pescador honrado y
trabajador, pero enfermo, y que habla muerto después de largos padecimientos...
Viuda y sin recursos, una claridad lucía
en su cielo tan ennegrecido: e! hijo, el hijo que se le parecía á ella, el hijo
que tenía fama en el pueblo de bueno, de trabajador, de valiente, el hijo que
guardaba para su madre ternuras que no se esperaban de su carácter algo áspero
y brusco…
Y esa claridad habla desaparecido
también…
La madre lloraba, lloraba en aquel
anochecer de un día hermoso, preludio de una noche en que vino al mundo el Hijo
de Dios, y anunció que habría paz en la tierra para los hombres de buena
Voluntad...
***
Pincha para comprobar que este montaje es el artículo original |
Apoyado sobre la barandilla de un buque
que volvía á España, se veía á un hombre, que miraba con ansia las costas aún
lejanas, pero que se adivinaban en el horizonte…
Era un hombre joven, no había cumplido
los veinticinco, y su rostro, algo demacrado, resultaba simpático, inspiraba
confianza…
Sus ojos negros y expresivos miraban de
frente, no se bajaban, no rehuían el que otros se posasen sobre ellos, como el
que tiene mucho que esconder...
Hablaba poco, pero siempre con bondadoso
acento, siempre con deseo de ser agradable,
sobre todo si era alguna mujer de edad la que se le acercaba, ó un niño
el que quería interrogarle... Su único afán era llegar pronto...
Su aspiración el recalar en el puerto á
tiempo de tomar el tren y llegar al
pueblo la noche llamada por los cristianos Nochebuena, porque comenzó la
redención de los hombres, y empezaron á entreabrirse las puertas del Cielo, .
¡Oh y qué arrepentido estaba Juan Luis, pues
era él, de haber escuchado al amigo que le propuso huir de su hogar y buscar en
América una posición y una fortuna! El, le había tontamente creído...
El había soñado con un porvenir dichoso
para la madre, sin pensar en que la dicha para ella era tenerle á su lado, y
como sabía que si la hablaba, que si la consultaba, se iba la madre á oponer,
hizo lo que el amigo, un aventurero llegado al pueblo poco ha, le propuso: marchar
sin decir nada, huir de su casa, no dejar tampoco sus señas para que la madre
no le hiciese volver… y emigrar á América á hacer dinero, el eterno sueño de
muchos españoles, que cuando -como Juan Luis- despiertan, se encuentran con una
realidad desconsoladora.
El mozo, cansado de luchar, comenzó á
pensar en el regreso á la patria; añoranzas de su tierruca, besada por el mar y
embalsamada por las verdes praderas, en las que crecían á millares los brezos,
las campanillas, las margaritas, le atormentaban de día y de noche. El recuerdo
de su casa, aseada y limpia, en la que la madre, siempre sonriente, siempre
bondadosa, se ocupaba de tenerle preparada la comida apetitosa, la cama
mullida, la muda si volvía de la mar, le hacía sufrir, le hacía llorar, y un día
rompió el contrato que lo ataba casi como bestia de carga á un amo, exigente y
duro, y como emigrado volvía hacia España en el vapor que estaba á punto de
tocar tierra, la tierra donde él viera la luz primera, la tierra montañesa.
Sus ansias eran arribar á su pueblo la
Nochebuena, y juntos comer unas sopas, allá en su cocina aseada, al lado de la
madre qua tanto seguramente había llorado por él. Sus labios murmuraban una
plegaria.., la que cantaba en la novena á la Virgen de su pueblo, de la que no
se olvidara ni un día en su destierro, la que decía á María…
Estrella de los mares
cuyos reflejos... cuyos reflejos
en mis ojos de niño
resplandecieron... resplandecieron
¿Te acuerdas, madre,
á tus pies cuántas veces
recé la Salve?...
***
En la Iglesia comenzaba la Misa de media
noche... El altar aparecía cuajado de luces y de flores, que flores ce daban
allí hasta en invierno, y en el coro las voces de los marineros entonaban el
Gloria in excelsis Deo.
Arrebujada en su mantón, hincada en el
suelo, Juanuca rezaba y lloraba... Esa paz prometida á los hombres de buena
voluntad ella la habla perdido..., ¿la volverla á recuperar?
Abrióse la puerta casi sin ruido...
Entró un hombre.
Sus miradas vacilantes revelaban intensa
emoción... Miró á su alrededor... Inquietud vivísima se dibujó en su expresivo
rostro... De pronto, un grito ahogado escapóse de sus labios... Juanuca se
extremeció y volvió la cabeza. Juan Luis cayó de rodillas á su lado, ocultando
su frente entre las manos de la madre...
“¡Gloria á Dios en las alturas!”, repetían
en el coro...
“Y paz en la tierra á los hombres de
buena voluntad”.
La paz ansiada había llegado.
María de Echarri
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