lunes, 21 de agosto de 2017

Tiempo de duelo


Entre reaccionar con histeria y pasar la página con prisas hay un término medio: eso que los antiguos llamaban luto: un tiempo de transición entre la muerte y la vida que permitía hacer frente al duelo sin destruir la memoria
LA VENTANA José María Romera
NORMALIDAD
Cuando al día siguiente de su asesinato la cuadrilla de Inaxio Uria se reunió para jugar a las cartas en el bar de siempre, hubo quien lo interpretó como un gesto de cobardía, una vileza más de las acostumbradas en una sociedad donde la gente prefería mirar a otra parte. Ellos aclararon más tarde que su pretensión había sido rendir al compañero de partida un homenaje íntimo de la mejor manera que podían hacerlo.
Las Ramblas, 24 horas después del ataque
La consigna de vuelta a la normalidad ha reaparecido en las Ramblas barcelonesas al día siguiente del atentado y, en efecto, esas fotos donde vemos a la gente volviendo a pasear entre quioscos y flores han tenido algo de aleccionador. Y, si se quiere, de victorioso.
En efecto, no es un mal mensaje a los terroristas hacerles ver que su crimen no ha alterado las rutinas de la ciudad ni ha hecho mella en la moral colectiva.
Pero al mismo tiempo obrar como si nada hubiera pasado contribuye a facilitarle las cosas al olvido.
No creo que los fanáticos hayan perdido esta batalla: mataron, que era su objetivo.
Nadie discute que en esta guerra de mentalidades es preciso oponerse a los bárbaros con el ejemplo de un modo de vida que resiste a sus ataques, pero al hacerlo se corre el riesgo de caer en la indiferencia.
Hecho el primer tributo urgente al dolor y al espanto, es como si para demostrar que no cedemos al terror nos precipitáramos a derramar el serrín por el suelo. No es lo mismo regresar al trabajo haciendo de tripas corazón que llevar la sangre al molino de cada cual volviendo a las discusiones de siempre.
De la Puerta del Sol para las Ramblas
Entre reaccionar con histeria y pasar la página con prisas hay un término medio que consiste en saber qué ha pasado -aún faltan muchas piezas para completar el relato-, amparar a las víctimas, asimilar la tragedia y adoptar una postura cívica que no consista solo en ir al fútbol y tomarse alegremente el aperitivo en las terrazas.
Quizá se trate, no sé, de respetar aquello que los antiguos llamaban luto: un tiempo de transición entre la muerte y la vida que permitía hacer frente al duelo sin destruir la memoria.
Olvidar sí sería admitir la derrota.

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