Entre reaccionar con histeria y pasar la página con prisas hay un término medio: eso que los antiguos llamaban luto: un tiempo de transición entre la muerte y la vida que permitía hacer frente al duelo sin destruir la memoria
LA VENTANA José María Romera
NORMALIDAD
Cuando al día siguiente de su asesinato la
cuadrilla de Inaxio Uria se reunió para jugar a las cartas en el bar de siempre,
hubo quien lo interpretó como un gesto de cobardía, una vileza más de las
acostumbradas en una sociedad donde la gente prefería mirar a otra parte. Ellos
aclararon más tarde que su pretensión había sido rendir al compañero de partida
un homenaje íntimo de la mejor manera que podían hacerlo.
Las Ramblas, 24 horas después del ataque |
La consigna de vuelta a la normalidad ha
reaparecido en las Ramblas barcelonesas al día siguiente del atentado y, en
efecto, esas fotos donde vemos a la gente volviendo a pasear entre quioscos y
flores han tenido algo de aleccionador. Y, si se quiere, de victorioso.
En efecto, no es un mal mensaje a los
terroristas hacerles ver que su crimen no ha alterado las rutinas de la ciudad
ni ha hecho mella en la moral colectiva.
Pero al mismo tiempo obrar como si nada
hubiera pasado contribuye a facilitarle las cosas al olvido.
No creo que los fanáticos hayan perdido
esta batalla: mataron, que era su objetivo.
Nadie discute que en esta guerra de
mentalidades es preciso oponerse a los bárbaros con el ejemplo de un modo de
vida que resiste a sus ataques, pero al hacerlo se corre el riesgo de caer en
la indiferencia.
Hecho el primer tributo urgente al dolor y
al espanto, es como si para demostrar que no cedemos al terror nos
precipitáramos a derramar el serrín por el suelo. No es lo mismo regresar al
trabajo haciendo de tripas corazón que llevar la sangre al molino de cada cual
volviendo a las discusiones de siempre.
De la Puerta del Sol para las Ramblas |
Quizá se trate, no sé, de respetar aquello
que los antiguos llamaban luto: un tiempo de transición entre la muerte y la
vida que permitía hacer frente al duelo sin destruir la memoria.
Olvidar sí sería admitir
la derrota.
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