...la verónica de Hojalata sobre el ruedo de Plácido... |
No creo que exista un retrato -en blanco y negro- más verdadero y entrañable de los Sanfermines que las fotografías que hizo Inge Morath en 1954. Todos, pero algunos especialmente (si tienes tiempo, pincha), nos vemos retratados.
Relatos fotográficos (por José Miguel Iriberri)
Desde que los fotografió en 1954, los Sanfermines estaban en el recuerdo de Inge Morath. Ahora es ella la que ha entrado en la memoria de las fiestas. Murió el pasado enero (30 de enero de 2002), a los 79 años, después de dejar una obra fotográfica universal. Entre sus capítulos aparece Pamplona, una ciudad de 72.000 habitantes que estaba más cerca de las murallas de principios del siglo XX que del Auditorio con el que estrenamos el XXI.
—«Inge se sentía en Pamplona como en su propia casa», dijo recientemente Arthur Miller.
En un viaje sanferminero de 1997, el dramaturgo norteamericano comprobó que Pamplona era efectivamente una casa en la vida de su esposa. Una de tantas casas para una mujer ciudadana de todos los lugares, que retrató la vuelta al día en ochenta mundos. Su maestro, Cartier-Bresson, después de contar colosales relatos fotográficos, afirmó que no tenía misión que cumplir ni mensaje que dar: tan solo aportar un punto de vista. Con la misma sencillez, Inge Morath colocaba puntos en la mirada de su vieja Leica, buscando el momento «en el que me siento atraída por algo o por alguien».
Uno vuelve a los retratos sanfermineros del 54 y descubre la vida de los pamploneses en un día cualquiera del año: en el trajín del mercado, el silencio de una esquina, el oficio de los cordeleros, en la verónica de Hojalata sobre el ruedo de Plácido, la vieja asombrada en la calle Campana, los ojos de un niño que se asoma al futuro desde los hombros de su padre. Inge Morath salta el vallado de las fiestas para correr por la vida cotidiana de los ciudadanos.
(pantalla completa, por favor)
(si queréis repasarlas más despacio y descargarlas...)
Pascales, Morath y Miller |
Joaquín Pascal pidió al Ayuntamiento que dedicara una calle a Inge Morath para hacer las paces con su recuerdo y su legado. Hoy la recordamos todavía sin calle (tras su muerte, se la dieron). A ella y al inolvidable concejal, cuyo corazón se paró una mañana del pasado abril (24.04.2002) cuando esperaba otro milagro de la primavera.
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