miércoles, 16 de octubre de 2019

Inge Morath, Joaquín Pascal..., por Iriberri

...la verónica de Hojalata sobre el ruedo de Plácido...
No creo que exista un retrato -en blanco y negro- más verdadero y entrañable de los Sanfermines que las fotografías que hizo Inge Morath en 1954. Todos, pero algunos especialmente (si tienes tiempo, pincha), nos vemos retratados.

Relatos fotográficos (por José Miguel Iriberri)
Desde que los fotografió en 1954, los Sanfermines estaban en el recuerdo de Inge Morath. Ahora es ella la que ha entrado en la memoria de las fiestas. Murió el pasado enero (30 de enero de 2002), a los 79 años, después de dejar una obra fotográfica universal. Entre sus capítulos aparece Pamplona, una ciudad de 72.000 habitantes que estaba más cerca de las murallas de principios del siglo XX que del Auditorio con el que estrenamos el XXI.
—«Inge se sentía en Pamplona como en su propia casa», dijo recientemente Arthur Miller. 
En un viaje sanferminero de 1997, el dramaturgo norteamericano comprobó que Pamplona era efectivamente una casa en la vida de su esposa. Una de tantas casas para una mujer ciudadana de todos los lugares, que retrató la vuelta al día en ochenta mundos. Su maestro, Cartier-Bresson, después de contar colosales relatos fotográficos, afirmó que no tenía misión que cumplir ni mensaje que dar: tan solo aportar un punto de vista. Con la misma sencillez, Inge Morath colocaba puntos en la mirada de su vieja Leica, buscando el momento «en el que me siento atraída por algo o por alguien». 
De la atracción por Pamplona y por los Sanfermines nació la colección de fotografías de 1954, que hoy pertenece a la ciudad. «Estoy contenta de que llueva en el momento de irnos, pues eso hace más fácil la partida; soñaremos con volver un día a la fiesta más perfecta, la celebración de San Fermín», escribió aquel año de descubrimiento. En 1997 regresó y le enseñó la fiesta a Arthur Miller. La fiesta y el cariño. «Qué te importa que la gente te quiera, ¿quién ha querido nunca a Rockefeller?», le dicen brutalmente a Willy Loman, el viajante derrotado de Miller. Inge Morath fotografiaba con el mismo amor que necesitaba. Le importaba que la quisieran. Se hacía querer. 
Uno vuelve a los retratos sanfermineros del 54 y descubre la vida de los pamploneses en un día cualquiera del año: en el trajín del mercado, el silencio de una esquina, el oficio de los cordeleros, en la verónica de Hojalata sobre el ruedo de Plácido, la vieja asombrada en la calle Campana, los ojos de un niño que se asoma al futuro desde los hombros de su padre. Inge Morath salta el vallado de las fiestas para correr por la vida cotidiana de los ciudadanos.

(pantalla completa, por favor)

(si queréis repasarlas más despacio y descargarlas...)
Pascales, Morath y Miller
Al verlos hoy, blanco sobre negro, podemos pensar cómo fueron aquellos pamploneses y acaso sentir que ellos nos estaban pensando entonces a nosotros, quietos para siempre antes de doblar la esquina de la calle y de la página. 
Joaquín Pascal pidió al Ayuntamiento que dedicara una calle a Inge Morath para hacer las paces con su recuerdo y su legado. Hoy la recordamos todavía sin calle (tras su muerte, se la dieron). A ella y al inolvidable concejal, cuyo corazón se paró una mañana del pasado abril (24.04.2002) cuando esperaba otro milagro de la primavera.

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