Torretas almenadas del Portal Nuevo. Imagen de Josune Iribarren |
Con 16 años leí 'El retorno de los brujos', de Pawels y Bergier. En él encontré lo siguiente, que me llamó mucho la atención:
En su discurso de recepción en la Universidad de Oxford, en 1946, Jean Cocteau refirió esta anécdota: «Mi amigo Pobers, catedrático de parapsicología de Utrecht, fue enviado a las Antillas con la misión de estudiar el papel de la telepatía, muy frecuente entre los hombres sencillos. Cuando una mujer quiere comunicar con el marido o el hijo, que han ido a la ciudad, se dirigen a un árbol, y el marido o el hijo le traen lo que les ha pedido. Un día asistió Pobers a este fenómeno y le preguntó a la campesina por qué se servía de un árbol; su respuesta fue sorprendente y capaz de resolver todo el problema moderno de nuestros instintos atrofiados por las máquinas, a las cuales se confía el hombre. He aquí, pues, la pregunta: ¿Por qué se dirige usted a un árbol? Y he aquí la respuesta: Porque soy pobre. Si fuese rica, tendría teléfono.»
Olmo de San Lorenzo
olmo con grafiosis |
Pues bien, la noche del Traslado de la Dolorosa, en vez de volver a San Juan por la calle Mayor, lo hicimos por el Portal Nuevo, para recordar aquellos experimentos infantiles.
Es una pena el ruido de fondo del tráfico, porque la grabación quedó divina de la muerte, como veréis.
Teatro de Epidauros |
Dicen que en el teatro de Epidauros, desde las gradas más alejadas se escucha el encendido de una cerilla. Pues, en la parte interior de las torretas del Portal Nuevo de Víctor Eusa, puedes contarle el secreto más íntimo al amigo situado en las esquina opuesta a la tuya sin que un tercero (el cotilla burlado), situado entre ambos, se entere de nada.
Comprobadlo
1. Esquinas opuestas
En esta primera prueba nos colocamos en esquinas opuestas, dándonos la espalda y hablando (cantando) hacia la pared.
2. Voces hacia el centro de la cúpula
Ahora
nos colocamos en el centro y dirigimos las voces hacia nuestro cénit: el centro
de la cúpula. La voz retumba, la escuchas redonda. Te sientes un Placido Domingo, aunque sea una plácida noche de viernes.
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