lunes, 24 de febrero de 2025

Savater y "La infiltrada"

Luis Tosar y Carolina Yuste, en La infiltrada
A pesar de que los "expertos" del Festival de San Sebastián no la admitieron a concurso, dos millones de personas han corrido a las salas de cine para verla. Muchos de ellos jóvenes, con ganas de saber lo que fue ETA sin que les engañen los relatos de sus cómplices ideológicos.

'La infiltrada': pero… ¿qué me vas a contar?
Fernando Savater TO 23 02 2025
Suele repetirse mucho, con toda buena voluntad, que para que no vuelva a darse la violencia terrorista hay que explicar bien lo que fue aquello a las jóvenes generaciones. Si se dan relatos pretendidamente equidistantes o históricamente falsificados, los resultados no pueden ser buenos; ni tampoco, si nos refugiamos en capillas tan hipócritas como la socorrida de «todos tuvimos nuestra parte de culpa» que lo mismo sirve para la madre Teresa de Calcuta que para Jack el Destripador. Hay que contar lo que pasó y tal como pasó, desde luego, pero también apuntar por qué pasó. De otro modo, estamos perdiendo el tiempo o, aún peor, falsificando de raíz la consideración de la realidad. Detrás de los hechos siempre hay ideas, por borrosas o arbitrarias que sean, y quien cree que tiene perfecto derecho a pensar lo que le dé la gana está a un paso de sostener que puede hacer lo que le dé la gana.
Hace poco escribí que renunciar a la polarización política dañina no equivale a decir que, tanto la Guardia Civil como ETA, deben renunciar al uso de la violencia. Y un merluzo repuso por ahí que eso es precisamente lo que sostienen los polarizadores. Pues con maestrillos así, Dios guarde a los alumnos. Si polarizar es razonar lo que está bien frente a lo que está mal, en lugar de decir que todo es regular y tirar para adelante, polaricemos cuanto haga falta. El bribón más corruptor de la juventud no es el que predica el mal con melosas palabras, sino el que da a entender con voz átona que tampoco hay que cavar zanjas morales. Y cuando oye hablar de «crímenes» y «justicia» se encoge de hombros con una sonrisita burlona: «Vaya, qué claro lo tiene usted todo». Pues mire, todo no, ni mucho menos, pero bastantes cosas sí, y estoy dispuesto a luchar por ellas. Por ejemplo -gracias, Paquita-, a usted le tengo por una rata de dos patas.
Sigamos con las ratas bípedas que inventó Paquita la del Barrio para descalificar a los malvados. 
De vez en cuando, una buena película sirve más al relato verdadero que muchas horas de clase. Es lo que ha ocurrido con La infiltrada, una película española –vasca, por mas señas- que aporta una lección valiosa y sobre todo veraz para entender lo que fue ETA y la lucha de las fuerzas del orden que se enfrentaron a los terroristas. Un caso de pedagogía emocionante, como Los intocables de Elliott Ness sirvieron para que todos aprendiésemos lo que fue Al Capone y sus negocios. A pesar de que los expertos (je, je…) del Festival de San Sebastián no la admitieron a concurso por falta de méritos «artísticos» (más je, jes…), dos millones de personas han corrido a las semi-desiertas salas de cine para verla. Muchos jóvenes, créanme, con ganas de saber lo que fue ETA sin que les engañen los relatos de sus cómplices ideológicos. Este interés es algo a celebrar, ¿no? Pues no, ni mucho menos. En los medios y redes infectados de izquierdismo, la película ha sido considerada reaccionaria y fascista: gravemente peligrosa, como decían los censores de antes, para mayores con reparos. Por supuesto, toda el área de Bildu y alrededores han reaccionado más o menos del mismo modo que lo hubieran hecho los chicos de la banda de Frank Nitty y Lucky Luciano si hubiesen visto Los intocables en sesión de tarde. Han paseado por localidades del País Vasco con cartelones que ponen «Infiltración = tortura», o sea que ya saben: tortura no es lo que padecieron el ingeniero Ryan o Miguel Ángel Blanco durante sus fatales secuestros, sino lo que aportaron los policías inflitrados para acabar con la mafia local. Y las cosas insultantes que se leen en las redes –los que las leen- deben ser desoladoras. 
María Luisa Gutiérrez (8'50-12'26 o hasta donde quieras), la productora de 'La infiltrada', 
durante su discurso en la gala de los Goya
¡Qué atrevimiento, convertir a los policías en héroes y a los terroristas en villanos! ¡Qué descaro el de esa productora aprovechando la gala de los Goya, que ha sido de izquierdas toda la vida de Dios, para hacerse la simpática con las víctimas del terrorismo! ¿A dónde vamos a ir a parar? ¡Y dejan que los chavales vean en el cine esas cosas!
El esfuerzo de los educadores -o de los artistas decentes- por hacer llegar a los más jóvenes un relato veraz de quienes han defendido y defienden la democracia y quienes la atacan y pretenden desarmarla es mayor de lo que suponemos. Sobre todo porque las ratas de dos patas cobran más y están mejor pertrechados y más respaldados institucionalmente que la Policía y la Guardia Civil. No se trata tan solo de recuperar una auténtica memoria histórica, que se nos hurta con el embeleco del franquismo sacamantecas, sino de evitar que nos roben el futuro democrático como ya están haciendo cuando secuestran todas las esferas culturales del presente. 
Menos distraernos con las fechorías lamentables de Trump y más dedicarnos a luchar contra nuestras amenazas locales: Bildu, los separatistas catalanes, Podemos y, sobre todo, Sánchez, siempre Sánchez.

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