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Imagina que Barcos y Solana, con sus parejas, están tomando una consumición en un bar de Pamplona. Supongamos que unos "chavales" les tiran vasos, las insultan, etc. Cuando salen del bar, una manada más numerosa les agrede, aún con más saña, a los cuatro y le rompen un tobillo a Barcos. ¿Te imaginas que alguien dijera: "Pelea de bar"? ¿Te imaginas que todo un alcalde de Pamplona dijera "¿habrían pasado Barcos y Solana (o la chica violada en sanfermines), implicadas en estos lamentables hechos, un control de alcoholemia?"
Por DIGNIDAD: con los agredidos de Alsasua
Imagina que Barcos y Solana, con sus parejas, están tomando una consumición en un bar de Pamplona. Supongamos que unos "chavales" les tiran vasos, las insultan, etc. Cuando salen del bar, una manada más numerosa les agrede, aún con más saña, a los cuatro y le rompen un tobillo a Barcos. ¿Te imaginas que alguien dijera: "Pelea de bar"? ¿Te imaginas que todo un alcalde de Pamplona dijera "¿habrían pasado Barcos y Solana (o la chica violada en sanfermines), implicadas en estos lamentables hechos, un control de alcoholemia?"
¿Te imaginas la que habría montado el kuatripartito? Te imaginas que la oposición hubiera organizado una manifestación para apoyar a los detenidos y no dijera ni pío de la agresión a Barkos y Solana y a las instituciones que representan?
Nota: muchas gracias a Walis por su comentario ayer en DN y a María Caballero por el vídeo.
La soledad de las víctimas de Alsasua
Imagine que es una chica de veinte años. Que no ha nacido, pongamos, en Alsasua, pero que se ha criado allí: sus padres se han asentado en el pueblo, allí está su colegio, su instituto, allí ha tejido amistades, ha empezado a salir a los cuatro bares de siempre, a conocer gente y a sentirse cómoda, en casa. Imagine que intuye el ambiente a ratos maleado, pero que no le afecta demasiado, que esa batalla no es la suya. Y de repente se enamora y el chico es un guardia civil y ahí comienzan todos sus males. Al principio le parece que los cuchicheos, las miradas, son solo cosas de pueblo.
Pero luego llega una noche, una brutal agresión, una turba que se ensaña con el “txakurra” de su novio, con usted y con una pareja amiga. Y después el mundo se vuelve del revés. Desde aquella noche, quienes se decían sus amigos dejan de serlo y quienes le saludaban evitan el encontronazo con su mirada. En la calle comienzan las concentraciones, las pancartas y las pintadas a favor de quienes les han agredido. ¡Sí, de los agresores! Y cuando intenta buscar cordura entre quienes, en teoría, deben mantenerla siempre, es decir, entre las autoridades, no solo no la encuentra, sino que se topa con un cierre de filas en torno a aquellos que ejercieron su particular derecho a darles una paliza. El resultado, en definitiva, es el de la soledad más absoluta.
Imagine que es una chica de veinte años. Que no ha nacido, pongamos, en Alsasua, pero que se ha criado allí: sus padres se han asentado en el pueblo, allí está su colegio, su instituto, allí ha tejido amistades, ha empezado a salir a los cuatro bares de siempre, a conocer gente y a sentirse cómoda, en casa. Imagine que intuye el ambiente a ratos maleado, pero que no le afecta demasiado, que esa batalla no es la suya. Y de repente se enamora y el chico es un guardia civil y ahí comienzan todos sus males. Al principio le parece que los cuchicheos, las miradas, son solo cosas de pueblo.
Pero luego llega una noche, una brutal agresión, una turba que se ensaña con el “txakurra” de su novio, con usted y con una pareja amiga. Y después el mundo se vuelve del revés. Desde aquella noche, quienes se decían sus amigos dejan de serlo y quienes le saludaban evitan el encontronazo con su mirada. En la calle comienzan las concentraciones, las pancartas y las pintadas a favor de quienes les han agredido. ¡Sí, de los agresores! Y cuando intenta buscar cordura entre quienes, en teoría, deben mantenerla siempre, es decir, entre las autoridades, no solo no la encuentra, sino que se topa con un cierre de filas en torno a aquellos que ejercieron su particular derecho a darles una paliza. El resultado, en definitiva, es el de la soledad más absoluta.
Así han debido de sentirse los cuatro jóvenes que en
octubre de 2016 fueron objeto de la brutal agresión en Alsasua.
Podría detenerme en algunos detalles de cómo han sido sus vidas
desde entonces, pero entonces dejaría de apuntar a los que, en buena
medida, son los responsables: las autoridades públicas navarras. Si
las circunstancias complejas son las que empujan a uno a retratarse,
lo ocurrido en Alsasua ha quitado la careta a todos.
La presidenta
navarra, que horas después de la agresión acudió rauda a visitar a
las víctimas, foto mediante, necesitó apenas unos días para
olvidar su compromiso con los apaleados y dictar su propia
sentencia sobre unos hechos en los que era “muy claro” que no
había delito de terrorismo. Poco después, asumiendo un hasta
entonces desconocido papel de juez, afirmó que las detenciones eran
“innecesarias”. Representantes del Gobierno, de Podemos e incluso
del PSN se manifestaron para pedir la libertad de los matones. Y el
alcalde de Pamplona, y otros 82 regidores navarros y vascos,
firmaron un manifiesto para que el caso no se juzgara en la Audiencia
Nacional.
El último episodio de este despropósito institucional ha
sido la moción aprobada en el Parlamento navarro llamando a apoyar a
los agresores y animando a acudir a una manifestación para pedir
“justizia”. El Ejecutivo de Barkos, en un alarde de solidaridad,
no ha dudado en enviar a la marcha a su portavoz, María Solana, la
misma que dio “su apoyo inequívoco en toda su dimensión” a la
huelga del 8 de marzo. Lástima que las dos mujeres agredidas en
Alsausa no hayan merecido ni un solo minuto de su compromiso
feminista.
“Tenemos que recuperarla presión social y multiplicar las consecuencias del llamado síndrome del norte” |
25N 2016 con las mujeres agredidas 26N 2016 con los agresores |
A modo de desagravio, el martes, 17 de abril se ha convocado una
concentración a las 19.30 horas en la plaza de Merindades. El lema
lo dice todo: “Estamos con vosotros: María José, Pilar, Óscar y
Álvaro”. Los únicos “chavales de Alsasua” de esta historia.
Consuelo Ordóñez
Fenollar es presidenta de COVITE
(Colectivo de Víctimas del
Terrorismo del País Vasco)
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