lunes, 16 de abril de 2018

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Por DIGNIDAD: con los agredidos de Alsasua


Imagina que Barcos y Solana, con sus parejas, están tomando una consumición en un bar de Pamplona. Supongamos que unos "chavales" les tiran vasos, las insultan, etc. Cuando salen del bar, una manada más numerosa les agrede, aún con más saña, a los cuatro y le rompen un tobillo a Barcos. ¿Te imaginas que alguien dijera: "Pelea de bar"? ¿Te imaginas que todo un alcalde de Pamplona dijera "¿habrían pasado Barcos y Solana (o la chica violada en sanfermines), implicadas en estos lamentables hechos, un control de alcoholemia?"
¿Te imaginas la que habría montado el kuatripartito? Te imaginas que la oposición hubiera organizado una manifestación para apoyar a los detenidos y no dijera ni pío de la agresión a Barkos y Solana y a las instituciones que representan?
Nota: muchas gracias a Walis por su comentario ayer en DN y a María Caballero por el vídeo.


La soledad de las víctimas de Alsasua
Imagine que es una chica de veinte años. Que no ha nacido, pongamos, en Alsasua, pero que se ha criado allí: sus padres se han asentado en el pueblo, allí está su colegio, su instituto, allí ha tejido amistades, ha empezado a salir a los cuatro bares de siempre, a conocer gente y a sentirse cómoda, en casa. Imagine que intuye el ambiente a ratos maleado, pero que no le afecta demasiado, que esa batalla no es la suya. Y de repente se enamora y el chico es un guardia civil y ahí comienzan todos sus males. Al principio le parece que los cuchicheos, las miradas, son solo cosas de pueblo.
Pero luego llega una noche, una brutal agresión, una turba que se ensaña con el “txakurra” de su novio, con usted y con una pareja amiga. Y después el mundo se vuelve del revés. Desde aquella noche, quienes se decían sus amigos dejan de serlo y quienes le saludaban evitan el encontronazo con su mirada. En la calle comienzan las concentraciones, las pancartas y las pintadas a favor de quienes les han agredido. ¡Sí, de los agresores! Y cuando intenta buscar cordura entre quienes, en teoría, deben mantenerla siempre, es decir, entre las autoridades, no solo no la encuentra, sino que se topa con un cierre de filas en torno a aquellos que ejercieron su particular derecho a darles una paliza. El resultado, en definitiva, es el de la soledad más absoluta. 
Así han debido de sentirse los cuatro jóvenes que en octubre de 2016 fueron objeto de la brutal agresión en Alsasua. Podría detenerme en algunos detalles de cómo han sido sus vidas desde entonces, pero entonces dejaría de apuntar a los que, en buena medida, son los responsables: las autoridades públicas navarras. Si las circunstancias complejas son las que empujan a uno a retratarse, lo ocurrido en Alsasua ha quitado la careta a todos. 
La presidenta navarra, que horas después de la agresión acudió rauda a visitar a las víctimas, foto mediante, necesitó apenas unos días para olvidar su compromiso con los apaleados y dictar su propia sentencia sobre unos hechos en los que era “muy claro” que no había delito de terrorismo. Poco después, asumiendo un hasta entonces desconocido papel de juez, afirmó que las detenciones eran “innecesarias”. Representantes del Gobierno, de Podemos e incluso del PSN se manifestaron para pedir la libertad de los matones. Y el alcalde de Pamplona, y otros 82 regidores navarros y vascos, firmaron un manifiesto para que el caso no se juzgara en la Audiencia Nacional. 
El último episodio de este despropósito institucional ha sido la moción aprobada en el Parlamento navarro llamando a apoyar a los agresores y animando a acudir a una manifestación para pedir “justizia”. El Ejecutivo de Barkos, en un alarde de solidaridad, no ha dudado en enviar a la marcha a su portavoz, María Solana, la misma que dio “su apoyo inequívoco en toda su dimensión” a la huelga del 8 de marzo. Lástima que las dos mujeres agredidas en Alsausa no hayan merecido ni un solo minuto de su compromiso feminista. 
“Tenemos que recuperarla presión social y multiplicar
 las consecuencias del llamado síndrome del norte
Todos se retratan, desde las propias instituciones hasta las personas con nombres y apellidos que las integran. Cada vez que una de ellas se ha pronunciado a favor de los matones de Alsasua sin mencionar la gravedad de sus actos ha activado el engranaje perverso enraizado en las sociedades navarra y vasca después de medio siglo de terror. En ese sistema malicioso, los verdugos se convierten en víctimas de un Estado que los oprime y las víctimas, en culpables de estar en el lugar inadecuado en el momento inadecuado. Lo de menos son los delitos que se hayan podido cometer: nadie repara en los hechos habiendo eslóganes que los maquillan. 
25N 2016 con las mujeres agredidas
26N 2016 con los agresores
La historia nos pasará factura a todos. En ese examen de conciencia las instituciones navarras tendrán que valorar la soledad en la que dejaron a las víctimas de Alsasua, la ruindad de sus argumentos y la escasa ejemplaridad de sus comportamientos. Porque ante un hecho objetivamente injusto, no es que decidieran ponerse de perfil, sino que optaron por atravesar la frontera de la decencia para aliarse con los que tienen las mentes manchadas de odio. Y al hacerlo sembraron la duda de si ese odio era, precisamente, lo que les mantenía unidos. 
A modo de desagravio, el martes, 17 de abril se ha convocado una concentración a las 19.30 horas en la plaza de Merindades. El lema lo dice todo: “Estamos con vosotros: María José, Pilar, Óscar y Álvaro”. Los únicos “chavales de Alsasua” de esta historia.
Consuelo Ordóñez Fenollar es presidenta de COVITE 
(Colectivo de Víctimas del Terrorismo del País Vasco)

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