Ioseba Eceolaza |
Porque el
culto a la violencia, necesario para justificarla, termina por moldear muchas conciencias
y personalidades. Y esto dificulta el intercambio de ideas. Para matar hace
falta deshumanizar. Para agredir hace falta estar convencido de que el otro es
objeto legítimo del odio. Y para vivir en ese engaño hace falta creer en una
perversión: lo que hace el otro es peor.
La mayor vileza imaginable es el tiro
en la nuca. Así, de forma fría. Por eso no podemos soportar esa imagen de París
sin conmovernos, cuando ejecutan en el suelo a un policía después del atentado
de Charlie Hebdo.
17.10.91 Atentado contra Irene Villa y su madre |
La curva de la intimidación, el
impacto personal y social de la violencia, el dolor de la víctima y la carga
del victimario, la profundidad de la empatía, la autojustificación, son conceptos
a los que les tenemos que dedicar más atención.
Por suerte ese momento
prepolítico está mayoritariamente superado, y hay cierto consenso en una idea
básica: en democracia no se puede asesinar a alguien por pensar diferente.
Una
vez superada esa idea básica, sin la cual es difícil reflexionar, aparecen dos
concepciones que distorsionan el futuro:
- la violencia es consecuencia de un conflicto político
- y aquí hubo dos violencias equiparables, y (se sobrentiende) "la nuestra" era una violencia justa porque era de respuesta.
Ante la
primera, la respuesta es fácil; en multitud de lugares del mundo hay problemas de
convivencia y encaje político pero la consecuencia inevitable y lógica no ha
sido matar al otro. Eso ha sido consecuencia de una decisión colectiva e individual
autónoma, y no inducida por el contexto político, ni por un pueblo mítico que
lo demandaba.
Ante la segunda, nos encontramos con un debate que ha revivido.
En primer lugar, la violencia del 36 no justifica la violencia de ETA, y ésta
nunca puede justificar la reacción ilegitima del Estado a través de torturas y
desapariciones.
A partir de ahí, algo más debe quedar claro: todas las
víctimas, en tanto personas agredidas, deben contar con los mismos derechos a
la reparación, la verdad y la justicia. Y para eso Navarra se encuentra en una
posición privilegiada al contar con tres leyes (la del terrorismo de ETA, la de
violencia policial y la de memoria histórica) que suponen una guía normativa a
seguir.
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Las víctimas de ETA, el 90% en democracia, han tenido apoyo
institucional pero no han tenido el reconocimiento social necesario, y las
víctimas de la violencia de grupos parapoliciales no han tenido el apoyo
institucional y han tenido que moverse en un espacio de impunidad jurídica
frente a los abusos del Estado o de los grupos de extrema derecha.
Pero aquí no
han existido violencias cruzadas, ni dos ejércitos legítimos que se han enfrentado,
ni mucho menos un enfrentamiento entre dos pueblos, ni tampoco una responsabilidad
diluida en que “todos cometimos errores”. Que haya sufrimiento y víctimas de la
violencia policial, no supone que tengamos que hacer un relato igualador,
porque las víctimas no se compensan, en todo caso se suman.
Como dice Carlos Beristain “el reconocimiento de la pluralidad del sufrimiento de violaciones de derechos humanos cometidas y el asumir la responsabilidad del Estado en ello no tiene por qué suponer igualar los mecanismos de victimización ni aceptar simetrías o decir que todo ha sido igual.”
Como dice Carlos Beristain “el reconocimiento de la pluralidad del sufrimiento de violaciones de derechos humanos cometidas y el asumir la responsabilidad del Estado en ello no tiene por qué suponer igualar los mecanismos de victimización ni aceptar simetrías o decir que todo ha sido igual.”
Para consolidar la paz positiva, que
es más que la ausencia de violencia, hace falta deconstruir el andamiaje
conceptual y emocional que justificó la muerte. Y eso viene a recordarnos que
la violencia no sólo fue un error, sino que sobre todo fue un horror ante el
que algunos optaron (optamos) por mirar hacia otro lado. Ahora, todavía con
dolor de cuello, toca enterrar las ideas fundamentales que justificaron el
asesinato, no tanto como la derrota y la humillación frente unas ideas
políticas, sino como la victoria de la ética sobre la barbarie.
En el caso del
36, por ejemplo, para no abordar el dolor se decía “los dos bandos hicieron barbaridades”.
No caigamos en el error de lo difuso otra vez, porque lo pagaremos durante
generaciones.
Joseba
Eceolaza Latorre es miembro
de Batzarre
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