El lunes, día 10, desayunó, leyendo en la prensa que Osasuna se mantenía en primera. Le gustaba echar una coscadica antes de comer y se fue al dormitorio jaleando a su equipo del alma por el pasillo. Se acostó... y se quedó dormida. ¿Dónde hay que firmar?
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El martes día 11 de mayo de 2010, a las 9 de la mañana, despedimos a mi madre, Ramona Belzunegui. En su adiós hubo pena, hubo lágrimas. Pero, aunque parezca mentira, dominó la alegría: teníamos la íntima convicción de que todo había resultado “mejor imposible”, que diría su hermano Juanito.
Edurne leyó, en representación de todos los nietos y bisnieticos, un precioso escrito que elaboraron Maite, Altair y ella misma. Fue tan bonito que apenas pudimos contener el llanto.
La “Jota navarra” de Pablo Sarasate, con ese trocito de “Tiene los ojos azules….”, acabó por emocionarnos del todo:
Pero, escuchad a los nietos de Ramona:
"Es 11 de mayo, el mes de la primavera y de los contrastes. Contrastes en la naturaleza y en el tiempo: los árboles se visten de verde, las flores se tiñen de colores; ahora hace frío, luego hace calor; primero llueve y luego luce el sol.
Los rayos de ese sol se cuelan ahora, ahora mismo, por el balcón del octavo piso de Obispo Irurita. Apenas doce metros salpicados de tiestos blancos con geranios rojos, fucsias y rosas. Flores cuidadas con cariño y esmero por nuestra abuela, madre y bisabuela: Ramona.
Durante años ella volcó su ilusión en mantener ese balcón hermoso y florido con el fin de convertirlo en el más vistoso del edificio. Era un balcón de categoría, de concurso, que atraía las miradas de todos aquellos que levantaban la vista.
Muchos de ellos eran vecinos y amigos de la plaza, del barrio San Juan. Personas que conocían a Ramona, a su marido Prisci y que habían visto crecer a sus diez hijos: Carlos, Nieves, Esperanza, Sagrario, Anuntxi, Patxi, Ramón, Mariví, Lourdes y Nacho.
Para Ramona, sus diez hijos eran su gran tesoro. Siempre quiso estar cerca de ellos, en los pequeños y grandes acontecimientos de la vida.
Esta pasión por la familia queda reflejada en la librería del cuarto de estar de su casa, la librería de los recuerdos. Las distintas estanterías aparecen invadidas por fotografías de todas las formas y tamaños, tanto en blanco y negro como en color. Es casi una galería fotográfica que resume 92 años de una vida muy intensa.
Una vida que dio sus primeros pasos en Casa Macaya, en Cemboráin. Este pueblecito, a pocos kilómetros de Pamplona y enclavado en el valle de Unciti, fue el escenario de su niñez y de sus tiempos mozos.
Allí conoció al gran amor de su vida: Prisciliano Mendiburu.
Allí conoció al gran amor de su vida: Prisciliano Mendiburu.
Juntos empezaron una nueva etapa que los trasladó a Pamplona, primero a la calle Dormitalería, luego a la calle Aralar y, finalmente, al piso de Obispo Irurita.
Fueron años difíciles y sombríos, marcados por la Guerra Civil y por la posguerra pero la ilusión, el trabajo duro y el esfuerzo les ayudaron a salir adelante. Se convirtieron en una gran familia: doce en total.
El último en llegar fue Nacho, Nachico, como ella le llamaba, y en él depositaron un cariño muy especial.
A pesar de las penurias, Ramona y Prisci lucharon por ofrecer a todos sus hijos una formación universitaria. Unos estudios superiores que se convirtieron en la mejor herramienta para enfrentarse a la vida.
Los años han pasado, los hijos han crecido, se han convertido en padres y algunos en abuelos. Pero, más allá de todos los vaivenes, la familia Mendiburu Belzunegui siempre se ha mantenido estrechamente unida y se ha apoyado mutuamente en los momentos más duros.
Esta familia ha aprovechado cualquier excusa, cualquier momento, para propiciar una reunión, un encuentro familiar habitualmente acompañado de los inevitables cánticos e incluso de algún que otro baile.
Ramona, como madre de todos ellos, siempre ha gozado de estas entrañables citas familiares en las que la música forma parte esencial del programa. Y ni Don Pelayo ni Don Juan Bautista han conseguido ni conseguirán aplacar la vena cantarina de los Mendiburu Belzunegui. Lo podemos afirmar, forma parte de sus genes.
Además de los cánticos populares, otra de las grandes pasiones de Ramona ha sido el equipo rojillo. Vivía las victorias de Osasuna con la misma intensidad que sufría con sus fracasos en el campo. Así, en más de una ocasión los hijos se quedaron sin cenar tras una derrota rojilla.
Su locura por el equipo navarro no pasó inadvertida para los medios de comunicación y así el Diario de Navarra no dudó en bautizarla con el cariñoso apelativo de la abuela de Osasuna.
Los partidos de pelota vasca también ocuparon parte de sus tardes. En esos momentos no faltaba, como merienda, un corneto y cuatro galletas napolitanas rociadas con una pizquita de mermelada.
Las masticaba con cuidado, casi con parsimonia tratando de que ninguna migaja cayera sobre su querido sillón.
Un trono de color salmón, cómodo y mullido, que le permitía disfrutar placidamente del transcurrir de las horas, acompañada en todo momento por sus hijos y sus nietos.
Ellos siempre estuvieron ahí, brindándole compañía y cariño, leyéndole libros, cantándole y ayudándola en todo lo posible.
Ramona agradeció siempre esos desvelos y cuidados y en todo momento tuvo una palabra amable e incluso un cumplido para todos los suyos.
Hoy también nos daría las gracias. Nos daría las gracias por estar todos aquí, juntos una vez más y dedicándole el último adiós.
Ella nos animaría a continuar siempre unidos y a mantener, con empeño, los encuentros familiares entre hermanos, entre primos, entre nietos e incluso entre bisnietos.
Nos pediría que, más allá de su ausencia, mantengamos la alegría y que nunca, nunca, dejemos de cantar.
Nos pediría, en definitiva, que, pase lo que pase, sigamos siendo un equipo de primera."
A la noche, en la iglesia del Huerto, pudimos escucharle recitar "La Plegaria de los niños"
A la noche, en la iglesia del Huerto, pudimos escucharle recitar "La Plegaria de los niños"
9 comentarios:
leer lo que han escrito los nietos de tu madre ha sido una de esas cosas que dan sentido a la vida y que te alegran el día. Gracias.
Joaquín
Leer tu entrada me ha hecho volver a emocionarme. La voy a echar mucho de menos. Pero, a pesar de todo, me siento contenta por regalarle este escrito. Las horas de trabajo con Altair y Maite han valido realmente la pena.
Edurne
Encontre el blog por casualidad.Aparte de compartir el apellido hay muchas entradas que me traen bonitos recuerdos.Gracias por ello.
Buenas Patxi, soy Lourdes amiga de Ceci vía FB. Precísamente por lo que ella comparte de este blog en su muro hacía tiempo que quería pasearme por él.
Por fin lo he podido hacer un ratico y me ha gustado mucho, lo que cuentas y cómo lo cuentas. Me has enseñado muchas cosas que desconocía, recordado, bueno, desolvidado, otras y emocionado con tus historias familiares que emanan un cariño enorme.
Vamos, que desde ahora vas a tener una seguidora más.
Enhorabuena por este trabajo.
Un saludo
Lourdes
Gracias Lourdes, vía Ceci FB, muchísimas gracias. Aquí tienes tu casa, tu refugio... esa taberna virtual en la que, cuando te apetezca, puedes echar un trago de nostalgia. El camarero, siempre a tu servicio
Gracias Patxi!
Lourdes
por casualidad he visto este blog, buscando chicas de mi clase del instituto Principe de Viana, de Pamplona, de la que me fui a los 15 años,a Zaragoza, pero hay cosas que no se olvidan.
Recuerdo a Lourdes Mendiburu Belzunegui con su melenita (y sus dieces) y a su tía Juana Belzunegui que me dió clase en el Sto.Angel (y que un día fuimos a espiar dónde vivía )y que he nombrado tantas veces por una razón especial.
Muchos saludos, Marisol
marisolbest@gmail.com
hola, Marisol. Bienvenida a este chiringuito virtual, que dsd ya es tu casa. Hoy termino mis vacaciones y mañana o pasado le enviaré tu comentario a mi hermana Lourdes y a mi prima Juanamari para que se pongan en contacto contigo.
Muchas gracias, Marisol
Patxi Mendiburu Belzunegui
Qué bonita y envidiable historia familiar.
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