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Con el San Fermín grande aún no se atreven, pero sí con el Chiquito y con las fiestas de todos los barrios de Pamplona |
De acuerdo con Ignacio Janín en lo del pañuelo de cuadros, pero no comparto en absoluto su visión tan negativa del batúa: "esa falsa pieza de anticuario que ni es auténtica, ni sirve para nada, salvo para medrar en su Administración". Al batúa se le pueden hacer muchas críticas de detalle, pero sin él, sin ese "invento" de 1968, el euskera se habría ya extinguido.
Pañuelos de cuadros
Ignacio Janín DN 19 07 2025
Me he dejado parte de mis ya gastados ojos y casi todas las pestañas revisando, hasta con lupa, todas y cada una de las fotografías que este periódico ha dedicado a los ocho encierros de los pasados Sanfermines. ¡Y no he visto ni un solo pañuelo de cuadros! El pañuelo azul de cuadros —o ‘de yerbas’, que es como se ha conocido y lo han llamado tantos escritores desde que apareció en el mercado en el siglo XIX— comenzó empleándose en la industria y en la minería y pasó más tarde al campo, cuando los labradores de media Europa empezaron a anudárselo al cuello para protegerse del sol y del polvo y para secarse el sudor. Todavía se sigue usando en las fiestas de muchos lugares de España —como en la de la Pandorga de Ciudad Real— y principalmente en los de la Comunidad Valenciana. Pero por estos pagos tiene un significado especial y es el de que quien lo usa empatiza con la izquierda aberzale. Esta ha decidido convertirlo en un signo de identidad y, además, en las fiestas populares, en una alternativa al pañuelo rojo, que, aunque hoy es emblema festivo en toda Navarra, podría dentro de un tiempo ser declarado ‘facha’.
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Literatura sobre el "pañuelo de yerbas". Enlace a Galdós) |
En realidad, lo del pañuelo no es más que una pieza más de un gran puzle que el nacionalismo radical vasco diseñó hace tiempo y que sus peones van completando poco a poco, con la paciencia del santo Job y la eficacia de una plaga de langostas. Suele decirse que el objetivo del mundo aberzale es hacer de Navarra un páramo para que, llegado el momento de no poder sustentarse por sí misma, se vea obligada a pedir su integración en Euskadi. No creo que las cosas sean exactamente así. Pero lo que está claro es que, desde hace años, se gobierna contra Navarra y contra los navarros. Sin TAV, ni canal, ni autopistas, sin conexiones aéreas, ni ferroviarias, sin —y esto es lo peor— planes concretos de iniciar nada a corto plazo. Nada, salvo —¡mecachis!— el túnel de Velate. Con la sanidad y la educación hechas unos zorros. Con la fiscalidad por las nubes. Con el número de chiringuitos y la plantilla de funcionarios hipertrofiados.
Claro que todo eso es lo más visible, lo más frecuentemente mencionado en los medios, lo que sabemos todos. Pero a eso acompaña, como el bajo continuo en la música barroca, esa otra labor menos espectacular, más apagada, de añadir al puzle nuevas piezas que, incorporadas al conjunto y de tanto verlas, ya casi ni se ven. Así, un día se nos cancela la bandera de Navarra y se saca la del arrano beltza. A continuación, el escudo pierde la corona y sus cadenas aparecen convertidas en un tablero del tres en raya. Después, donde antes había cinco merindades, brotan súbitamente doce comarcas (pincha) y cuatro subcomarcas. Más tarde —y sólo para tocar las narices—, a alguien se le ocurre que el 3 de diciembre, día de Navarra, sea declarado ‘día del euskera’. Ese mismo día, pero del año pasado, se estrena, no en la Sala Zentral sino en el Parlamento (mejor, Palacio de Navarra) —y para seguir tocándonoslas—, el himno de Navarra en versión charanga. En San Fermín, tras haberse cargado el Riau Riau oficial, se cuestionan ahora los actos religiosos y los mismísimos toros. Todo lo cual sucede mientras nos siguen dando la murga para colocarnos esa falsa pieza de anticuario que es el batúa, que ni es auténtica, ni sirve para nada, salvo para medrar en su Administración. Con lo que lo de promover el uso del pañuelo de cuadros en detrimento del pañuelo rojo hay que tomarlo como un empujón aberzale más para ir difuminando poquito a poco, sin prisa pero sin pausa, la imagen de Navarra hasta despersonalizarla del todo.
Ahora, el pañuelo de cuadros lo llevan “desde siempre” Olentzero y todos sus acompañantes. Es exclusivo en los santiburcios de Leiza, en las fiestas de Echarri-Aranaz y en las de tantos otros pueblos de observancia bilduetarra. Protagoniza el cartel de fiestas de Burlada de este año, en el que aparece un corazón con un moflete rojo (el de la fachosfera) y el otro de cuadros (el de la verdadera fe), obra salida sin duda de las mismas cocinas de las que salió en su día esa oficina gubernamental de Paz y Convivencia, cuyo nombre daría risa si no fuera porque forma parte del programa de blanqueamiento de la banda. Por supuesto, lucir el pañuelo resulta obligado en los ongietorris, organizados para honrar a los valientes gudaris que vuelven de las galeras. Y a propósito de los ongietorris, me pregunto si alguno de los empañuelados agasajadores se habrá parado alguna vez a pensar en lo cobarde que hace falta ser para acercarse por la espalda a un ciudadano normal que va distraído, descerrajarle un tiro en la nuca, rematarlo en el suelo y salir corriendo hasta el coche que lo está esperando; o en la cagarruta moral que tiene que ser uno para, desde la seguridad de la distancia, apretar el botón del explosivo y, sin despeinarse, matar al señalado y al niño que pasaba por allí.
Para correr en las astas, aparte de facultades, piernas y pulmones, se da por hecho que hacen falta valor, agallas y lo que hay que tener. Entre los ‘divinos’ los hay con pañuelo rojo y otros que no llevan ningún pañuelo. Y, aunque no siempre unas cosas tienen que ver con otras, lo cierto es que, según las fotos de este periódico, ni en las astas, ni en sus cercanías, hay un solo pañuelo de cuadros. El único que vi lo llevaba alguien en la calle Curia cuando pasaba la Corporación Municipal.
Ignacio Janín. Licenciado en Derecho
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